– ?Por que? -pregunto Adamsberg bebiendo un sorbo del vaso de Ariane.

– Para que pueda volver a ser un Alfa tranquila en otro sitio, en otra vida. Amenazas todo su edificio. Es posible que te este buscando.

– La Sombra.

– Yo creo que la sombra viene de ti, y asi sera hasta que algo acabe de evaporarse.

Adamsberg miro los ojos inteligentes de la forense, y volvio a ver la imagen de un sendero quebeques en la noche [6]. Se mojo un dedo y lo deslizo por el borde del vaso.

– El guarda del cementerio de Montrouge tambien la vio. La Sombra paso por el cementerio unos dias antes de que rompieran la lapida. No andaba de un modo normal.

– ?Por que haces chirriar los vasos?

– Para no gritar yo.

– Pues grita, lo prefiero. ?Crees que es la enfermera? Lo de Diala y La Paille.

– Me describes una asesina mayor, con una jeringuilla, con conocimientos de medicina y posiblemente disociada. Son muchas coincidencias.

– O casi ninguna. ?Recuerdas la estatura de la enfermera?

– No con precision.

– ?Y sus zapatos?

– Tampoco.

– Comprueba eso antes de hacer chirriar los vasos. Una cosa es que este en libertad y otra es que este en todas partes. No olvides su especialidad: mata viejos en sus camas. No anda por ahi abriendo tumbas, ni degollando gigantes en La Chapelle. No es su estilo en absoluto.

Adamsberg asintio. La racionalidad solida de la forense lo habia sacado de sus brumas. La Sombra no podia estar en todas partes, en Friburgo, en La Chapelle, en Montrouge, en su casa. Estaba sobre todo en su cabeza.

– Tienes razon -dijo.

– Limitate a trabajar como un cretino, paso a paso. El betun, los zapatos, la descripcion que te he dado, los testigos que hayan podido verla con Diala o La Paille.

– En el fondo me aconsejas que trabaje con la logica.

– Si. ?Conoces otra cosa?

– Solo conozco la otra cosa.

Ariane propuso a Adamsberg acompanarlo hasta su casa, y el comisario acepto. El trayecto en coche le daria ocasion de resolver la cuestion erotica, que seguia en suspenso. Al llegar, se habia quedado dormido, habiendo olvidado todo de la Sombra, de la forense y de la tumba de Elisabeth. Ariane, de pie en la acera, sujetaba la puerta abierta sacudiendole amablemente el hombro. Habia dejado en motor encendido, senal de que no habia estrictamente nada que intentar ni que resolver. Al entrar en su casa, paso por la cocina para comprobar si las llaves estaban colgadas en la pared. No estaban.

Hombre, concluyo. Con un margen de error del doce por ciento, habria precisado Ariane.

XX

Veyrenc habia abandonado el equipo de Montrouge a las tres de la tarde y habia vuelto inmediatamente a su habitacion, donde habia dormido a pierna suelta. De modo que a las nueve de la noche ya estaba en pie, despejado y asaltado por odiosos pensamientos nocturnos de los que habria preferido huir. ?Huir adonde y como? Veyrenc sabia que no habia paso mientras la tragedia de los dos valles no tuviera su desenlace. Solo entonces se abriria el horizonte.

Andare mas seguro si progreso despacio,

pues no hay combate alguno que la urgencia no arruine.

Muy cierto, se contesto Veyrenc, mas relajado. Habia alquilado un estudio amueblado por seis meses, y no habia prisa. Encendio el pequeno televisor y se instalo tranquilamente. Documental de animales. Perfecto, muy bien. Veyrenc volvio a ver los dedos de Adamsberg aferrando el pomo de la puerta. Venian del valle del Gave. Veyrenc sonrio.

Y por esas palabras os vi palideciendo,

a vos que dominabais ha poco vuestro imperio,

recorriendolo invicto, con sereno semblante,

sin mirar tan siquiera al soldado doliente.

Veyrenc se encendio un cigarrillo, coloco el cenicero en el reposabrazos. Una manada de rinocerontes pasaba con estrepito en la pantalla.

Es tarde, cuando veis vacilar vuestro trono,

para esperar clemencia del muchacho de antano,

pues el muchacho es hombre, y el hombre se os parece.

Veyrenc se puso en pie, irritado. ?Que trono exactamente? ?Que principe y que soldado? ?Que clemencia, que colera, y hacia quien? ?Y quien vacila?

Estuvo una hora dando vueltas por la habitacion antes de decidirse.

Sin preparacion, sin una frase, ni un motivo. De modo que, cuando Camille le abrio la puerta, no encontro nada que decir. Creyo recordar, a posteriori, que ella parecia al corriente de que su vigilancia se habia acabado, que daba la impresion de no estar sorprendida de verlo, quiza incluso de estar aliviada, como sabiendo lo inevitable, y recibiendolo con tanta timidez como naturalidad. De lo que paso luego se acordaba mejor. Entro, se quedo en pie delante de ella, le puso las manos en la cara, dijo -y sin duda era su primera frase- que podia volver a irse inmediatamente. Aun sabiendo ambos que no podria volver a irse en absoluto y que ese paso era ineludible. Que estaba acordado y decidido desde el primer dia en el rellano. No existia la menor posibilidad de evitarlo. ?Quien fue el primero en besar al otro? El, probablemente, porque Camille era tan aventurera como inquieta. Veyrenc era incapaz de reconstruir con precision ese momento inicial, salvo que persistia la sensacion clara de alcanzar el objetivo. Fue el tambien quien dio los diez pasos hacia la cama llevandola de la mano. La habia dejado a las cuatro de la madrugada, con un abrazo mas comedido, sin que ninguno de los dos deseara comentar por la manana esa union previsible, escrita y casi muda.

Cuando llego a su casa, el televisor seguia zumbando. Lo apago, y la pantalla gris se trago al mismo tiempo su quejido y su resentimiento.

?Y bien, soldado?

?Basta que una mujer se abandone a tu fuego

para hacerte olvidar el dolor de tu alma?

Y Veyrenc se durmio.

Camille dejo la luz encendida, preguntandose si llevar a cabo lo inevitable era un error o una idea acertada. En el amor, mas vale lamentar lo que se ha hecho que lamentar lo que

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