meses -dijo Retancourt-. Dinero o droga, al final siempre llegamos a lo mismo.

– Lo que no cuadra -dijo Adamsberg- es que ese tipo estuviera pirado. Eligio la cabecera del ataud, no el pie. En la parte de la cabeza no solo hay menos sitio, sino que es mucho mas desagradable.

Danglard asintio en silencio, sin dejar de contemplar su postre.

– Salvo si la cosa estaba ya en el ataud -dijo Veyrenc-. Si el tipo no fue quien la puso alli, si no pudo elegir el sitio.

– ?Por ejemplo?

– Un collar o unos pendientes que llevara la difunta.

– Los asuntos de joyas me aburren -murmuro Danglard.

– Desde que el mundo es mundo, capitan, son la razon por la cual se profanan las sepulturas. Tendremos que informarnos sobre la fortuna de esa mujer. ?Que ha encontrado en el registro?

– Elisabeth Chatel, soltera y sin hijos, nacida en Villebosc-sur-Risle, cerca de Ruan -recito Danglard de corrido.

– No se que tienen los normandos ultimamente, que no me deshago de ellos. ?A que hora viene Ariane?

– ?Quien es Ariane?

– La forense.

– A las seis de la tarde.

Adamsberg deslizo el dedo por el borde de su vaso, arrancandole un gemido penoso.

– Tiene que comerse el pastel de una punetera vez, comandante. Y no esta obligado a venir con nosotros para el resto de las operaciones.

– Si usted se queda, me quedo.

– A veces, Danglard, tiene usted una mentalidad medieval. ?Se da cuenta, Retancourt? Me quedo, se queda.

Retancourt se encogio de hombros, y Adamsberg arranco un nuevo quejido estridente a su vaso. El televisor del cafe retransmitia un ruidoso partido de futbol. El comisario miro un rato a los hombres que corrian por el cesped en todas las direcciones, movimientos seguidos con pasion por los clientes, que comian con la cabeza levantada hacia la pantalla. Adamsberg nunca habia entendido todo eso de los partidos. Si a unos tipos les daba la ventolera de lanzar un balon a una porteria, cosa que podia entender perfectamente, ?para que ponerles enfrente y adrede a otra banda de tipos que les impidan lanzar la pelota a la porteria? Como si no hubiera ya en la naturaleza suficientes tipos en el mundo impidiendole a uno lanzar balones adonde le diera la gana.

– ?Y usted, Retancourt? -pregunto Adamsberg-. ?Se queda? Veyrenc se va. Esta derrengado.

– Yo me quedo -mascullo Retancourt.

– ?Y por cuanto tiempo, Violette?

Adamsberg sonrio. Retancourt se deshizo y se rehizo la coleta, y se alejo en direccion al lavabo.

– ?Por que se mete con ella? -pregunto Danglard.

– Porque se me escapa.

– ?Hacia donde?

– Hacia el Nuevo. Es fuerte, la arrastrara en su rueda.

– Eso sera si el quiere.

– Precisamente, no se sabe lo que quiere. Y tambien va a haber que tratar de averiguarlo. Intenta lanzar su balon hacia algun sitio, pero ?que balon y adonde? No es el tipo de partido en que uno puede dejarse pillar desprevenido.

Adamsberg saco su libreta, cuyas paginas se habian quedado pegadas unas a otras, escribio cuatro nombres y arranco la hoja.

– En cuanto tenga tiempo, Danglard, informese sobre estos cuatro tipos.

– ?Quienes son?

– Son los que laceraron la cabeza a Veyrenc cuando era nino. Le dejaron unas marcas tremendas por fuera, pero son mucho peores las que le dejaron por dentro.

– ?Que debo buscar?

– Solo quiero comprobar que esten bien.

– ?Es serio?

– En principio, no. Espero que no.

– Me dijo usted que eran cinco.

– Si, eran cinco.

– ?Y el quinto?

– ?Que?

– ?Que hacemos con el?

– Del quinto, Danglard, ya me ocupare yo mismo.

XVIII

Despues de relevar al equipo de noche, Mordent y Lamarre, con mascarillas para respirar, acababan de extraer los sedimentos que habian caido en el ataud. Adamsberg, de rodillas en el borde del hoyo, pasaba los cubos a Justin. Danglard se habia instalado a cincuenta metros de las operaciones, sentado en la lapida de una tumba alta, con las piernas cruzadas a la manera un lord ingles, entrenandose en cuestion de despreocupacion. Se habia quedado alli, conforme a su palabra, pero lejos. A medida que la realidad iba haciendose mas opresiva, Danglard iba desarrollando la elegancia, el dominio de si mismo combinado con cierto culto a la irrision. El comandante siempre habia contado con su ropa de corte britanico para compensar su falta de garbo. A su padre -sin contar a su abuelo-, minero en Le Creusot, le habria horrorizado este tipo de practica. Pero su padre deberia haberse esforzado en hacerlo menos feo: uno recoge lo que siembra, en sentido literal. Danglard se sacudio las solapas. Si el hubiera poseido una sonrisa ladeada en una mejilla tierna, como el Nuevo, habria arrancado a Retancourt de su atraccion hacia Adamsberg. Demasiado gorda, decian los demas hombres de la Brigada; impracticable, anadian con crueldad en la Brasserie des Philosophes. Danglard, en cambio, la encontraba perfecta.

Desde su puesto de observacion, vio a la forense bajar a su vez al hoyo, por una escalera. Se habia puesto un mono verde por encima de la ropa, pero no se habia molestado en ponerse una mascarilla, igual que habria hecho Romain. Esos forenses siempre lo habian asombrado, casi siempre serenos, dando palmadas en el hombro a los muertos con desenvoltura, a veces pueriles y joviales pese a frecuentar una abominacion permanente. Pero, en realidad, analizaba Danglard, se trataba de profesionales aliviados de no tener que enfrentarse a la angustia de los vivos. Se podia encontrar mucha tranquilidad en esa rama de la medicina muerta.

Habia anochecido, y la doctora Lagarde acababa su trabajo a la luz de los proyectores. Danglard la vio subir por la escalera sin esfuerzo, quitarse los guantes, tirarlos descuidadamente al monton de tierra, aproximarse a Adamsberg. Le parecio, de lejos, que Retancourt estaba mohina. La familiaridad que unia al comisario y a la forense la irritaba visiblemente. Mas aun teniendo en cuenta que el renombre de Ariane Lagarde era considerable. Y que, incluso con un mono sucio de tierra, estaba muy guapa. Adamsberg se quito la mascarilla y condujo a la doctora detras de la tumba.

– Jean-Baptiste, aqui solo hay la cabeza de una mujer muerta hace tres o cuatro meses. No ha habido mutilacion ni violencia post mortem. Todo esta en su sitio y todo esta intacto. No sobra ni falta nada. No te invito a mandarla al Instituto porque no encontraremos nada mas que un cadaver.

– Quiero comprender, Ariane. Los profanadores recibieron mucho dinero por abrir esta tumba. Los mataron para que no hablaran. ?Por que?

– No persigas el viento. Los deseos de los locos no siempre resultan visibles a nuestros ojos. Comparare la tierra con la de las unas de Diala y La Paille. ?Has tomado muestras?

– Cada treinta centimetros.

– Perfecto. Deberias ir a cenar y a dormir, creeme. Te acompano.

– El asesino quiso recuperar algo de este cuerpo, Ariane.

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