ascenso al final. Guy me ayudara.
»Feliz aquel que puede, cuando adviene el momento,
aliviar su conciencia del lastre de una deuda.
– No me referia a eso. Usted me ayudaria a mi, no a usted.
Veyrenc mojo el pan con miel en el cafe con un gesto bastante lucido. El teniente tenia las manos tan bien formadas como las que se ven en las pinturas antiguas, lo cual las hacia incluso ligeramente anacronicas.
– Se supone que debo protegerlo, con Retancourt, ?no? -dijo.
– Eso no tiene nada que ver.
– En parte si. Si el angel de la muerte esta metido en esto, no podemos dejar el caso a Mortier.
– Aparte de la marca del pinchazo, no tenemos todavia ninguna prueba.
– Ayer me ayudo usted. Con el Prado Alto.
– ?Ha recobrado la memoria?
– No, tiene mas bien tendencia a enturbiarseme. Sin embargo, aunque se transforme el decorado, los cinco chavales no cambian, ?verdad?
– No. Son los mismos.
Veyrenc asintio y acabo de comerse el pan.
– ?Llamo a Guy? -pregunto.
– Venga.
Cinco horas despues, en el centro de una zona que Adamsberg habia aislado provisionalmente con estacas y cordel prestados por el dueno del bar, Mathias daba vueltas, con el torso desnudo, alrededor de la tumba, como un oso sacado de su letargo para venir a ayudar a dos jovenzuelos a rodear una presa. Salvo que el gigante rubio tenia veinte anos menos que los otros dos, que esperaban confiados el dictamen del experto en canto de la tierra. Brezillon habia cedido sin decir ni mu. El cementerio de Opportune era suyo, asi como Diala, La Paille y Montrouge. Extenso territorio que la llamada de Veyrenc habia despejado en un instante. Inmediatamente despues, Adamsberg habia pedido a Danglard que les enviara un equipo, herramientas para cavar y tomar muestras, y dos bolsas con objetos de aseo y ropa limpia. Siempre habia en la Brigada unas bolsas preparadas con lo esencial para sobrevivir en caso de desplazamiento imprevisto. Disposicion practica, pero que no permitia elegir la ropa que uno heredaba.
Danglard deberia haberse sentido satisfecho de la derrota de Brezillon, pero no fue asi. La importancia que el Nuevo parecia adquirir para el comisario encendia en el punzantes relampagos de celos. Gravisima falta de gusto a sus ojos, pues Danglard ambicionaba llevar su espiritu mas alla de los reflejos primitivos. Pero de momento se encontraba en jaque, irritado de despecho. Acostumbrado al favor indiscutido de Adamsberg, Danglard no imaginaba que su papel y su sitio pudieran cambiar, como un arbotante edificado para la eternidad. La aparicion del Nuevo hacia vacilar su mundo. En la ansiosa trayectoria que era la vida de Danglard, dos puntos le servian de referencia, de abrevadero, de parapeto: por una parte, sus hijos; por otra, la estima de Adamsberg. Sin contar que la serenidad del comisario irrigaba parcialmente su existencia por capilaridad.
Danglard no tenia intencion de perder su privilegio, y lo alarmaban los tantos a favor del Nuevo. La inteligencia amplia y delicada de Veyrenc, difundida por su voz melodica, propagada por su careto armonioso y su sonrisa torcida, podia atraer a Adamsberg a sus redes. Ademas, ese tipo acababa de hacer saltar el dispositivo de bloqueo de Brezillon. La vispera, Danglard, como hombre sabio, habia decidido guardar secreto sobre la informacion que habia recabado dos dias antes. Como hombre herido, la saco de su carcaj y la lanzo como una saeta.
– Danglard -habia pedido Adamsberg-, envie el equipo inmediatamente, no puedo retener al prehistorico mucho tiempo. Tiene una hoguera en marcha, con silex.
– El prehistoriador -corrigio Danglard.
– Llame tambien a la forense, pero no antes de mediodia. Hay que tenerla aqui cuando lleguemos al ataud. Que cuente dos horas y media de excavacion.
– Llamo a Lamarre y Estalere y los acompano. Estaremos en Opportune a la una cuarenta.
– Quedese en la Brigada, capitan. Vamos a abrir una puta tumba, y usted no servira de nada a cincuenta metros. Solo necesito picadores y acarreadores de cubos.
– Los acompano -dijo Danglard sin mas explicacion-. Y tengo otras noticias. Me habia pedido que investigara sobre cuatro tipos.
– No es urgente, capitan.
– Comandante.
Adamsberg suspiro. Danglard solia andarse con rodeos, por refinamiento, pero a veces daba demasiados, por tormento, y esa danza sofisticada le resultaba cargante.
– Tengo un terreno que preparar, Danglard -dijo Adamsberg con voz mas rapida-, estacas que plantar y cordeles que tender. Veremos eso en otro momento.
Adamsberg habia cerrado su movil y lo habia hecho girar como una peonza en la mesa del cafe.
– ?Que hago yo -habia comentado, mas para si mismo que para Veyrenc- con veintisiete seres humanos encima, cuando estaria tan ricamente y mil veces mejor solo, en la montana, sentado en una piedra y con los pies en el agua?
– El vaiven de los seres, la inquietud de las almas,
se agitan desde siempre, oscilan de por vida,
mas no impone su pena ninguna mano humana:
quien damna tiene nombre, y ese nombre es la vida.
– Lo se, Veyrenc. Pero me gustaria no andar constantemente sin resuello en esta agitacion. Veintisiete tormentos juntos cruzandose y respondiendose como barcos en un puerto superpoblado. Deberia haber una manera de pasar por encima de la espuma.
– Mas ?ay!, senor,
no es un hombre el que vive quedandose en la orilla,
y el que alli permanece en la nada se hunde.
– Vamos a ver hacia donde apunta la antena del movil -dijo Adamsberg haciendolo girar de nuevo como una peonza-. Hacia los hombres, o hacia el vacio -dijo, senalando primero la puerta de la calle y luego la ventana al campo.
– Hombres -dijo Veyrenc antes de que el aparato hubiera dejado de girar.
– Hombres -confirmo Adamsberg mirando como el telefono se inmovilizaba apuntando a la puerta.
– De todos modos, el campo no estaba vacio. En el prado hay seis vacas, y un toro en el campo de al lado. Eso ya es un principio de embrollo, ?no?
Al igual que en Montrouge, Mathias se habia situado junto a la tumba y paseaba sus grandes manos por la tierra, deteniendo los dedos y reanudando, siguiendo las cicatrices impresas en el suelo. Veinte minutos despues, despejaba con la paleta el contorno de un hoyo de un metro sesenta de diametro en la cabecera de la sepultura. Formando un corro, Adamsberg, Veyrenc y Danglard lo observaban, mientras Lamarre y Estalere cerraban la zona ajustando una banderola de plastico amarillo.
– Lo mismo -dijo Mathias a Adamsberg enderezandose-. Aqui te dejo, ya sabes lo que hay.
– Pero solo tu podras decirnos si son los mismos excavadores. Podemos destrozar los bordes del hoyo al vaciarlo.
– Es probable -reconocio Mathias-, sobre todo en tierra arcillosa. El relleno va a pegarse a las paredes.
Mathias acabo de vaciar el hoyo a las cinco y media, bajo un sol en declive. A su parecer, y segun las huellas de las herramientas, dos personas se habian relevado para cavar, y eran seguramente los mismos hombres que en Montrouge.
– Uno lanza la piqueta desde muy alto y corta casi en vertical, el otro toma menos impulso, y los tajos son mas cortos.
– Eran -dijo la forense, que se habia reunido con el grupo hacia veinte minutos.
– Por lo asentada que esta la tierra de relleno y por la altura de la hierba, supongo que la operacion debio de llevarse a cabo hara cosa de un mes -prosiguio Mathias.
– Un poco antes que en Montrouge, probablemente.