– ?Quieres que te devuelva las cuernas?

Robert vacilo.

– Tu las tienes, tu te las quedas. Pero no las separes. Y no las olvides.

– No las he dejado solas en todo el dia.

– Bueno -concluyo Robert, tranquilizado-. Y ?que es la sombra? Oswald dice que es la muerte.

– En cierto modo, si.

– ?Y de otro modo?

– Es algo o alguien que me da muy mala espina.

– Y tu -susurro- vienes en cuanto un cretino como Oswald te dice que ha pasado una sombra. O en cuanto una pobre mujer como Hermance, que esta mal de la cabeza, dice que quiere hablarte.

– Es que el cretino del guarda del cementerio de Montrouge tambien vio una. Y en ese cementerio, un pirado tambien habia mandado cavar un hoyo en la tumba para abrir el ataud.

– ?Por que dices «mandado cavar»?

– Porque pago a dos tipos para que lo hicieran, y los dos han muerto.

– ?Y el tio no podia cavar solo?

– Es una mujer, Robert.

Robert abrio la boca y se tomo un trago de blanco.

– No es humano -dijo Oswald-, no quiero creermelo.

– Pues ha ocurrido, Oswald.

– Y el tio que destripa los ciervos ?tambien es una mujer?

– ?Que tiene que ver?

– Pasan demasiadas cosas a la vez en la zona -dijo por fin-. Igual es el mismo canalla.

– Los criminales tienen sus preferencias, Oswald. Matar un ciervo y hurgar en las tumbas son mundos distintos.

– A saber -intervino el marcador.

– ?Y la sombra? -dijo Oswald-, ?es la misma? ?La que se desliza y la que cava?

– Creo que si.

– Piensas hacer algo -pregunto.

– Escucharte hablar de Pascaline Villemot.

– Solo se dejaba ver los dias de mercado, pero puedo decirte que era casta como la Virgen y que se fue sin haber disfrutado de la vida.

– Ya es duro morir -dijo Robert-. Pero cuando no se ha vivido, es peor.

Y sigue picando sesenta y nueve anos despues, penso Adamsberg.

– ?Como murio?

– No suena muy cristiano, pero una piedra de la iglesia le aplasto la cabeza cuando estaba desbrozando los bajos de la nave. La encontraron en el suelo, boca abajo, con la piedra todavia encima.

– ?Hubo una investigacion?

– Vinieron los gendarmes de Evreux y dijeron que habia sido un accidente.

– A saber -dijo el marcador.

– ?A saber que?

– Si no habra sido idea de Dios.

– No digas gilipolleces, Achille. El mundo entero se esta yendo al carajo, asi que Dios tiene otras cosas que hacer que dedicarse a tirar piedras a Pascaline a la cabeza.

– ?Trabajaba?

– Ayudaba en la zapateria de Caudebec. El que mejor te podria informar es el cura. Pascaline se pasaba el dia en su confesionario. Se ocupa de catorce parroquias a la vez, aqui viene los viernes, cada quince dias. A las siete en punto, alli estaba Pascaline, en la iglesia. Y eso que debia de ser la unica mujer de Opportune que nunca se habia acostado con un hombre, quien sabe lo que le contaria al cura.

– ?Donde dice misa manana?

– Ya no oficia. Se acabo.

– ?Ha muerto?

– Si por ti fuera, todo el mundo habria muerto -observo Robert.

– No ha muerto, pero da lo mismo. Tiene depresion. Le paso al carnicero de Arbec y le duro dos anos. No estas enfermo, pero te metes en la cama y ya no te quieres levantar. Y no eres capaz ni de decir por que.

– Es triste -marco Achille.

– Mi abuela lo llamaba melancolia -dijo Robert-. A veces, la cosa acababa en la laguna del pueblo.

– ?Y el cura no quiere levantarse?

– Dicen que ya si, pero que esta muy cambiado. Aunque, en su caso, es facil saber por que. Fue cuando le robaron las reliquias. Eso lo dejo para el arrastre.

– Las cuidaba como a la nina de sus ojos -confirmo el marcador.

– Las reliquias de san Jeronimo, que eran el orgullo de la iglesia de Mesnil. Ya me contaras, tres trozos de hueso de gallina muertos de risa debajo de una campana de cristal.

– Oswald, no insultes al Senor, que estamos a la mesa.

– No insulto, Robert. Lo que digo es que los huesos de san Jeronimo eran bobadas para enganar a la gente. En fin, para el cura debio de ser peor que si le hubieran arrancado las tripas.

– ?Se puede visitar de todos modos?

– Ya te he dicho que ya no hay reliquias.

– Me refiero al cura.

– Ah, ni idea. Robert y yo no lo frecuentamos mucho. Los curas son como los maderos. Prohibido esto, prohibido lo otro, nunca hace uno las cosas a su gusto.

Oswald lleno generosamente los vasos a todos, como para demostrar su autonomia respecto a las exhortaciones del sacerdote.

– Hay quien dice que el cura iba con mujeres -reanudo Robert bajando el tono-. Hay quien dice que el cura era un hombre como los demas.

– Eso dicen -intervino el marcador con voz sorda.

– ?Rumores? ?O pruebas?

– ?De que es un hombre?

– De que iba con mujeres -dijo pacientemente Adamsberg.

– Es por su depresion. Cuando te hundes y no dices por que, es que hay una mujer de por medio.

– Eso -dijo Achille.

– ?Y se rumorea el nombre de la mujer? -pregunto Adamsberg.

– A saber -dijo Robert cerrandose.

Le lanzo una mirada oblicua, y otra a Oswald, lo que quiza significaba, imagino Adamsberg, que se trataba de Hermance. Durante ese breve intercambio, Veyrenc murmuraba, comiendose su tarta de manzana.

– Los dioses son testigos de mi lucha incesante,

rechazando los dones que ofrecia mi amada.

Mas su embrujo sumado a sus formas galanas

mejor que una saeta me hirieron mortalmente.

Los miembros de la Brigada se levantaban para regresar a Paris, mientras Adamsberg, Veyrenc y Danglard volvian al hotelito de Haroncourt. En el vestibulo, Danglard llamo aparte a Adamsberg.

– ?Va mejor con Veyrenc?

– Es una tregua. Tenemos trabajo.

– ?No quiere saber nada de los cuatro hombres que me pidio que investigara?

– Manana, Danglard -dijo Adamsberg desenganchando la llave de su habitacion.

– Bien -dijo el comandante alejandose hacia la escalera de madera-. Por si le interesara todavia, sepa que dos ya han muerto. Quedan tres.

Adamsberg suspendio el gesto y volvio a colgar la llave en el panel.

– Capitan -llamo.

– Voy por una botella y dos vasos -contesto Danglard dando media vuelta.

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