– ?Y el quinto?
– Supongo que es mayorcito para defenderse solo.
Danglard se puso en pie desmadejado. Su colera hacia Brezillon, y luego Devalon, y luego Veyrenc, el horror de otra tumba abierta y el exceso de vino lo habian debilitado.
– ?Conoce usted al quinto?
– Si -dijo Adamsberg volviendo a meter el dedo en el vaso vacio.
– Y era usted.
– Si, capitan.
Danglard asintio y dio las buenas noches. Se tienen certezas, pero a veces es intolerable verlas confirmadas. Adamsberg espero que hubieran pasado cinco minutos despues de irse Danglard, dejo su vaso y subio la escalera. Se detuvo ante la puerta de la habitacion de Veyrenc y llamo. El teniente estaba leyendo encima de la cama.
– Tengo una triste noticia que anunciarle, teniente.
Veyrenc alzo los ojos, atento.
– Lo escucho.
– Fernand el Bicho y el Gordo Georges, ?los recuerda?
Veyrenc cerro rapidamente los ojos.
– Pues estan muertos. Los dos.
El teniente hizo un breve gesto con la cabeza, sin comentarios.
– Puede preguntarme como murieron.
– ?Como murieron?
– Fernand se ahogo en una piscina, el Gordo Georges ardio vivo en su cabana.
– O sea, accidentes.
– En cierto modo, los alcanzo el destino. Un poco como en Racine, ?no?
– Quiza.
– Buenas noches, teniente.
Adamsberg cerro la puerta y permanecio sin moverse en el pasillo. Espero casi diez minutos antes de oir elevarse la voz modulada de Veyrenc.
– Al horror del sepulcro la crueldad destina.
?Habra sido su crimen, o la ira divina
lo que los convirtio en exangues yacentes?
Adamsberg metio los punos en los bolsillos y se alejo en silencio. Habia fingido para tranquilizar a Danglard. Pero los versos de Veyrenc no tenian nada de mansos. Odio vengador, guerra, traicion y muerte, eso era lo normal en Racine.
XXIX
– Procedamos con tacto -dijo Adamsberg aparcando delante del presbiterio de Mesnil-. No vamos a ser bruscos con un hombre que llora por las reliquias de san Jeronimo.
– Me pregunto -dijo Danglard- si el hecho de que la iglesia de Opportune lanzara una piedra a la cabeza de una feligresa no habra podido conmocionar al hombre.
El vicario, hostil a su llegada, los condujo a una habitacion pequena, calida y oscura, con un techo de vigas muy bajo, donde el cura de las catorce parroquias parecia, efectivamente, un hombre. Iba de civil y estaba encorvado frente a la pantalla de un ordenador. Se levanto para saludarlos, bastante feo, energico y colorado, mas parecido a un veraneante que a un depresivo. Pero uno de sus parpados pestaneaba solo, como la mejilla de una rana, senal de que un trastorno agitaba su alma, como habria dicho Veyrenc. Para conseguir esa entrevista, Adamsberg habia insistido en el robo de las reliquias.
– No me imagino a la policia de Paris viniendo hasta Mesnil-Beauchamp por un robo en un relicario -dijo estrechando la mano al comisario.
– Yo tampoco -reconocio Adamsberg.
– Porque ademas dirige usted la Brigada Criminal, me he informado. ?Se me reprocha algo?
Adamsberg se alegraba de que el cura no se expresara en la lengua hermetica y tristemente cantarina de los eclesiasticos. Esa melopea desencadenaba en el una irresistible melancolia, nacida en las interminables misas de su infancia en la pequena nave gelida. Era uno de los pocos momentos en que su madre, irrompible y eterna, se permitia suspirar llevandose el panuelo a los ojos, lo que le dejaba entrever, en un espasmo de malestar, una dolorosa intimidad que habria querido no conocer nunca. Sin embargo, tambien fue durante esas misas cuando habia sonado con mas intensidad.
El cura les indico el asiento que se encontraba frente a el, es decir un largo banco de madera en el que los tres policias se alinearon como alumnos en el colegio. Adamsberg y Veyrenc llevaban camisa blanca, debido al imprevisible contenido de las bolsas de emergencia. La de Adamsberg, demasiado grande, le caia sobre los dedos.
– Su vicario no queria dejarnos pasar -dijo Adamsberg remangandose-. Pense que san Jeronimo me abriria las puertas del presbiterio.
– El vicario me protege de las miradas externas -dijo el cura vigilando una mosca precoz que volaba por la habitacion-. No quiere que se me vea. Le da verguenza, me esconde. Si quieren tomar algo, esta todo en el aparador. Yo ya no bebo. No se por que, ya no me divierte.
Adamsberg retuvo a Danglard con un signo negativo, solo eran las nueve de la manana. El cura alzo la mirada hacia ellos, sorprendido de no oir responder con preguntas. Ese no era normando y parecia capaz de hablar abiertamente, lo que, de repente, intimidaba a los tres policias. Hablar de los misterios de un cura, que uno imaginaba forzosamente delicados, era mucho mas dificil que conversar, con los codos en la mesa, con un mangante. Adamsberg tenia la impresion de tener que adentrarse con botas de clavos en un cesped sensible.
– El vicario lo esconde -repitio, adoptando el ardid normando de la afirmacion-que-contiene-la-pregunta.
El cura encendio una pipa, siguiendo con la mirada la joven mosca que pasaba en vuelo rasante por encima del teclado. Preparo la mano, en forma de tapa concava, golpeo la mesa y fallo.
– No trato de matarla, solo de atraparla -explico-. Me interesan como aficionado las frecuencias de las vibraciones que emiten las alas de las moscas. Son mucho mas rapidas y estridentes cuando estan prisioneras. Ya lo veran.
Lanzo una bocanada circular de humo y los miro, con la mano todavia en forma de capsula.
– Fue mi vicario quien tuvo la idea de declararme deprimido -prosiguio-, hasta que las cosas se arreglen. Me tiene casi en regimen de aislamiento, a peticion de las autoridades de la diocesis. Llevo semanas sin ver a nadie, asi que no me disgusta tener ocasion de charlar un rato, aunque sea con policias.
Adamsberg vacilaba ante la adivinanza propuesta sin pudor por el cura. El hombre necesitaba ser oido y comprendido, y por que no. Un cura se pasaba la vida recogiendo las angustias de sus fieles sin poder nunca susurrar su propia queja. El comisario barajaba diversas hipotesis, decepcion amorosa, remordimientos carnales, perdida de las reliquias, iglesia asesina de Opportune.
– Perdida de vocacion -sugirio Danglard.
– Eso es -dijo el cura inclinando la cabeza hacia el comandante como para atribuirle una buena nota.
– ?Brusca o progresiva?
– ?Hay alguna diferencia? La brusquedad de una sensacion es solo el final de una progresion oculta, que uno no necesariamente ha percibido.
La mano del cura se abatio sobre la mosca, que se le escapo entre el pulgar y el indice.
– Un poco como las cuernas de ciervo cuando despuntan bajo la piel -dijo Adamsberg.
– Se puede ver asi. La larva de la idea madura a escondidas y, bruscamente, se encarna y despega. Uno no pierde de repente su vocacion como quien pierde un libro. De hecho, el libro lo recupera siempre y, en cambio, nunca vuelve a encontrar la vocacion. Esa es la prueba de que la vocacion languidecia sin avisar y sin hacer ruido. Y un buen dia, ya se ha dicho todo, uno ha pasado el punto sin retorno durante la noche y sin saberlo siquiera: mira fuera, pasa una mujer en bicicleta, hay nieve en los manzanos, le sobreviene el hastio, el siglo lo llama.
