– Despues de todo, es el mejor situado para haber robado los huesos de san Jeronimo. ?Para que sirve esa medicacion, Danglard? ?Para erradicar las tentaciones diabolicas?
– Para ganar la vida eterna.
– ?En la tierra o en el cielo?
– En la tierra, por los siglos de los siglos.
– Vamos, capitan, deme la receta.
– ?Como quiere que la recuerde? -gruno Danglard.
– Yo la recuerdo -dijo discretamente Veyrenc.
– Lo escucho, teniente -dijo Adamsberg sin dejar de sonreir-. Quiza nos descubra lo que el cura tiene en realidad en la cabeza.
– Bien -dijo Veyrenc reticente, sin saber todavia distinguir en Adamsberg el verdadero interes de la simple fantasia-.
– ?Ya esta?
– No, eso es solo el titulo.
– Es que luego se complica -dijo Danglard estupefacto y ofendido.
– ?La conocia ya, Veyrenc?
– No, si acabo de leerla.
– ?La entiende?
– No.
– Yo tampoco.
– Se trata de fabricar la vida eterna -dijo Danglard, mohino-. Es algo que no se consigue en un santiamen.
Media hora despues, Adamsberg y sus agentes cargaban las bolsas en el coche, con destino a Paris. Danglard protestaba por la presencia del parafuegos detras, sin contar las cuernas de ciervo, que ocupaban todo el asiento.
– Solo veo una solucion -dijo Adamsberg-. Colocamos las cuernas delante, y los dos pasajeros se sientan detras.
– Seria mejor dejar aqui las cuernas.
– ?Esta de broma, capitan? Lleve usted el coche, es el mas alto. Veyrenc y yo iremos detras, uno a cada lado del parafuegos, nos vendra muy bien.
Danglard espero que Veyrenc se hubiera subido al coche para llevar aparte a Adamsberg.
– Esta mintiendo, comisario. Nadie puede memorizar un texto asi. Nadie.
– Es un superdotado, ya se lo he dicho. Tampoco puede nadie versificar como el.
– Una cosa es inventar y otra recordar. Ha sabido recitar ese maldito texto de cabo a rabo. Miente. Ya conocia la medicacion de memoria.
– ?Para que, Danglard?
– Ni idea, pero es una receta de condenado, por los siglos de los siglos.
XXX
– Llevaba zapatos azules -anuncio Retancourt depositando una bolsa de plastico en la mesa de Adamsberg.
Adamsberg miro la bolsa, luego a la teniente. Llevaba el gato bajo el brazo, y la Bola, feliz, se dejaba transportar como un trapo, con las patas y la cabeza colgando sin reaccion. Adamsberg no esperaba un resultado tan rapido. A decir verdad, no esperaba el menor resultado. Pero los zapatos del angel de la muerte estaban encima de su mesa, gastados, torcidos y azules.
– No hay rastro de betun en las suelas -anadio Retancourt-. Pero es normal, en dos anos los ha llevado mucho.
– Cuenteme -dijo Adamsberg trepando al taburete sueco que se habia instalado en el despacho.
– La agencia inmobiliaria dejo la casa abandonada, sabiendo que no era vendible. Nadie se encargo de limpiarla despues del arresto. Y, sin embargo, la encontre vacia. Ya no hay muebles, ni platos, ni ropa.
– ?Entonces? ?Saqueo?
– Si. En el barrio, todo el mundo sabia que la enfermera no tenia familia y que sus cosas estaban en muy buen estado. Poco a poco se fue organizando el saqueo. He inspeccionado varias viviendas de
– ?Donde?