No hallando respuesta adecuada a tales argumentos, habia dado el paso logico, o sea abandonar el estudio por completo y dedicarse a la bebida, con calma, pero con persistencia. Al no presentarse a examen, y hacer oidos sordos a reproches y recriminaciones, lo habian expulsado, pero como poseia recursos propios, eso no lo perturbo en lo mas minimo, y desde entonces se conformo con deambular por los bares de Oxford y Londres, cultivar un sentido del humor ligeramente ironico, hacer numerosas amistades y circunscribir sus lecturas a Shakespeare con exclusividad, de cuyas obras podia recitar largos versos de memoria; en las circunstancias actuales hasta habia superado la necesidad del libro, y sencillamente podia quedarse cruzado de brazos pensando en Shakespeare, con gran fastidio de sus amigos, que consideraban esa actitud como el colmo de la ociosidad. Mientras el tren avanzaba hacia lo que el propio Nicholas habia descrito cierta vez, refiriendose a su cualidad de pletorico de musica, como la Ciudad de los Coros Gritones, se entretenia en dar largos besos a un frasco de whisky y en repasar mentalmente escenas de Macbeth. «Los miedos presentes asustan menos que el horror imaginado: mi pensamiento, cuyo crimen no pasa, empero, de fantastico…»

De Jean no hay tanto que decir. Alta, morena, con gafas y aspecto bastante vulgar, tenia dos intereses en la vida: Donald Fellowes y el Club Teatral de la Universidad de Oxford, grupo de estudiantes que presentaban insulsas obras experimentales (como suelen hacer esos grupos), y del que era secretaria. En lo tocante al primero de estos dos intereses, asumia decididamente las proporciones de obsesion. «Donald, Donald, Donald», pensaba, aferrando con desesperacion el brazo del asiento: Donald Fellowes. «?Oh, diablos! Esto no puede seguir asi. Al fin de cuentas esta enamorado de Yseut, no de ti…, la muy bruja. Bruja egoista, presumida. Si no existiera…, si por lo menos alguien…»

Nigel Blake estaba satisfecho, y pensaba en muchas cosas mientras el tren corria: en la alegria que le daria volver a ver a Fen; en lo que le habia costado sacar un sobresaliente en ingles hacia tres anos; en la vida laboriosa e interesante que llevaba desde entonces, como periodista; en cuanto habian tardado esos quince dias de vacaciones, de los cuales pasaria por lo menos siete en Oxford; en que veria la nueva obra de Robert Warner, que con seguridad valia la pena; y, por encima de todo, en Helen Haskell. «Despacio», se reconvino mentalmente, «todavia no la has tratado. Despacio. Es peligroso enamorarse de alguien a quien solo se ha visto de lejos, en un escenario. Lo mas probable es que resulte vanidosa y antipatica; o que esta comprometida; o casada. Y, al fin y al cabo, seguramente estara rodeada de hombres, y es ridiculo suponer que vas a conseguir que se fije en ti en el corto plazo de una semana, cuando ni siquiera te la han presentado…»

«De cualquier modo», anadio decidido, para si, «voy a hacer la prueba.»

Todas esas personas iban a distintos puntos de Oxford: Fen y Donald Fellowes regresaban a St. Christopher's; Sheila McGaw a su apartamento de Walton Street; Sir Richard Freeman a su casa de Boar's Hill; Jean Whitelegge a su colegio; Helen e Yseut al teatro y posteriormente a su piso de Beaumont Street; Robert, Rachel, Nigel y Nicholas al Mace and Sceptre, en el centro de la ciudad. El jueves once de octubre todos estaban en Oxford.

Y en la semana siguiente tres de esas once personas moririan de muerte violenta.

2

YSEUT

Franche, cortoise, bonefoi…

Ahi! Yseut, filie du roi.

Beroul.

Nigel Blake llego a Oxford a las cinco y veinte de la tarde, y fue directamente al Mace and Sceptre, donde habia reservado alojamiento. El hotel, reflexiono con tristeza en el automovil de alquiler que lo llevaba, no era precisamente una de las glorias arquitectonicas de Oxford. Desde ese punto de vista encerraba una curiosa amalgama de estilos que le recordaba la mezcla de hotel, restaurante y club nocturno que habia visitado una vez cerca de Brandenburger Tor, en Berlin, edificio feo, chato y deprimente, donde cada habitacion imitaba un estilo nacional distinto en forma por demas agresiva, romantica e improbable. Su propia habitacion parecia una grotesca parodia del Baptisterio de Pisa. Deshizo el equipaje, se despojo del polvo y la fatiga que deja todo viaje por tren, y bajo al bar en busca de un trago.

Para entonces eran las seis y media. En el bar, y en el vestibulo, los prolegomenos civilizados del sexo ofrecian una restringida y objetable funcion de titeres dentro del vetusto marco gotico. En general el sitio se conservaba mas o menos como Nigel lo recordaba, si bien la poblacion estudiantil habia mermado y la militar aumentado considerablemente. Unos pocos estudiantes de teologia del tipo artistico, que presumiblemente se habian quedado a trabajar durante las vacaciones o acaso habian llegado pocos dias antes, gemian y farfullaban enfrascados en una discusion sobre la belleza poetica de la concepcion del Nacimiento de la Virgen. Junto al mostrador varios oficiales de la Real Fuerza Aerea sorbian su cerveza con entusiasmo ruidoso y poco convincente. Aqui y alla dos o tres ancianos y una coleccion heterogenea de estudiantes de arte, profesores y celebridades de paso, ese tipo de personajes sin los cuales Oxford no estaria completa, confiaban en que alguien advirtiera su presencia. Un grupo variado de mujeres, que revoloteaban en torno a los hombres mas jovenes, la mayoria haciendo ademanes y tratando de atraer su atencion, completaba el cuadro. Con aire levemente agresivo, un par de estudiantes hindues deambulaban sin rumbo fijo, llevando bien a la vista obras de los poetas contemporaneos mas conocidos.

Nigel busco una copa y una silla desocupada, y se sento con un pequeno suspiro de alivio. Decididamente el lugar no habia cambiado. En Oxford, penso, cambian las caras, los tipos subsisten, haciendo y diciendo las mismas cosas de generacion en generacion. Encendio un cigarrillo, echo una ojeada en derredor, y trato de decidir entre ir a ver a Fen esa misma noche o dejarlo para mas adelante.

A las siete menos veinte entraron Robert Warner y Rachel. Nigel conocia al autor superficialmente -una relacion tenue basada en una serie de almuerzos literarios, reuniones teatrales y noches de estreno-, y al verlo lo saludo con la mano.

– ?Podemos hacerle compania? -pregunto Robert-. ?O interrumpimos sus meditaciones?

– Nada de eso -respondio Nigel, sin demasiado entusiasmo-. Permitanme que les traiga algo de beber -y agradeciendo al cielo que Robert no fuera de esa clase de personas que inmediatamente gritan-: «No, por favor, deje, que voy yo», pregunto que querian y se encamino al bar.

Ya de vuelta, los hallo conversando con Nicholas Barclay. Hechas las presentaciones, Nigel realizo un nuevo viaje al bar. Por fin todos se sentaron, al principio en silencio, mirandose expectantes y sorbiendo las bebidas.

– Estoy impaciente por ver su nueva obra la semana que viene -dijo Nigel a Robert-. Aunque debo reconocer que me sorprendio que la estrenase aqui.

Robert hizo un ademan vago.

– Fue un caso de fuerza mayor -dijo-. Mi ultima obra fue un fracaso tan rotundo en West End, que tuve que conformarme con el interior. Lo unico que me consuela es que podre dirigirla yo mismo, oportunidad que no se me presentaba desde hace anos.

– ?Daran una obra nueva con apenas una semana de ensayo? -pregunto Nicholas-. Tendran que trabajar de firme.

– En realidad es una especie de experimento. Varios agentes y empresarios de Londres vienen a confirmar su opinion de que soy, por asi decir, una semilla de diente de leon al viento, y que ya no tengo criterio. Espero desenganarlos. Aunque solo Dios sabe que clase de produccion saldra; este sitio se ha convertido en deposito de novatos de las escuelas dramaticas, con un substrato de viejos decrepitos y uno o dos de los cerebros mas obtusos de Europa. Realmente no alcanzo a imaginar si podre inculcarles el tono, actitud y sincronizacion

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