– Su cuerpo ya ha sido preparado, y sus familiares se lo han llevado al cementerio del pueblo. Me han dicho que en el ataque mataron a mucha gente que debe ser enterrada hoy.
Fidelma se dirigio adonde yacia el cuerpo del guerrero muerto, haciendo una sena a Eadulf para que la siguiera.
No le habian desatado siquiera las manos ni las piernas. El yelmo todavia cubria la cabeza del guerrero, y la visera le tapaba la parte superior de la cara.
Chasqueando la lengua con desagrado, Fidelma se le acerco para quitarle el yelmo. El hombre rondaria los treinta y tantos. Tenia la piel curtida, indicativo claro de la dura vida que seguramente llevaba. Le atravesaba la frente la marca palida de la antigua cicatriz de una herida de espada. Tenia una nariz protuberante, y la gordura de sus facciones inclino a Fidelma a pensar que era dado a comer y beber en exceso.
– Juntadle las manos y los pies.
Eadulf hizo lo que le pidio, mientras ella observaba el cuerpo, esperando dar con algo que pudiera identificarlo. Ahora que lo veia como cadaver, se confirmaba la primera impresion de ser un guerrero profesional. Aun asi, la cota de malla era vieja y aqui y alla habia partes en que el oxido corroia los eslabones.
Ayudo a Eadulf a retirar el cinturon en el que aquel habia llevado las armas. Luego le quitaron la cota y el jubon de piel. Debajo llevaba una camisa de hilo tenido y una falda escocesa.
Observo que quien lo habia matado clavo una daga a traves de una junta de la malla, por debajo de la caja toracica. Debia de haber sido una muerte instantanea. Siguiendo sus ordenes, Eadulf empezo a quitarle la camisa y la ropa interior.
El cuerpo estaba exento de marcas que lo identificaran; solamente tenia cicatrices que confirmaban que habia sido guerrero profesional toda la vida.
– Y no muy buen guerrero, por cierto -respondio Fidelma cuando Eadulf hizo el comentario al respecto.
– ?Como lo sabeis?
– Le hirieron en demasiadas ocasiones. Si quereis un buen guerrero, buscad al hombre que causo las heridas, no al que las recibio.
Eadulf acepto aquella sabia observacion en silencio.
– Lo extrano es que no lleve un portamonedas con el -senalo Fidelma un rato despues.
Eadulf fruncio el ceno, tratando de comprender que queria decir con aquello.
– Ah -dijo, iluminandose su rostro-. ?Os referis a que, si era un guerrero profesional, un mercenario, habria esperado que se le pagara por sus servicios?
– Exactamente. Asi que, ?donde habra dejado el portamonedas?
– Lo habra dejado en su casa.
– ?Y si hubiera estado lejos de casa? -pregunto Fidelma.
Eadulf se encogio de hombros sin saber que responder.
– Podria haberlo dejado en algun sitio y pasar a recogerlo despues del asalto -prosiguio-, pero seria un movimiento arriesgado. No; la mayoria de profesionales llevan el dinero encima -dijo y, de pronto, se le ilumino la cara-. Quiza tenia alforjas. Casi se me olvida que tambien tenemos su caballo.
Miro hacia donde el hermano Bardan ultimaba su tarea y le pregunto:
– ?Que pensais hacer con el cuerpo de este hombre?
– Por mi que se quede ahi y se pudra -respondio el boticario en un tono intransigente.
– Pudrir, se va a pudrir, desde luego -afirmo Fidelma-. Pero debeis decidir si quereis que se pudra aqui o en otra parte.
El hermano Bardan resoplo.
– No sera enterrado en el suelo de esta abadia, entre hermanos, junto a… -vacilo, senalando con desanimo el cuerpo del hermano Daig-. Mandare llamar a Nion para que se lleve el cuerpo al camposanto del pueblo.
– Muy bien -dijo Fidelma, volviendose hacia Eadulf, y a continuacion anadio en voz baja-: Vayamos a la cuadra a examinar el caballo y el arnes del guerrero.
Eadulf cogio la espada del hombre cuando se disponian a salir.
– ?Habeis examinado la espada? -pregunto a Fidelma.
Esta movio la cabeza en senal de negacion y la tomo. Media algo menos de noventa centimetros de largo; el extremo del filo se ensanchaba casi con la forma de una hoja y se estrechaba al llegar a la empunadura, que estaba unida con seis remaches.
– Esta espada no es la propia de un hombre pobre -dijo Eadulf frunciendo el ceno-. Estoy seguro de haber visto hace poco una espada parecida.
– Y asi es -confirmo Fidelma en un tono ironico-. Es del mismo estilo que la espada de nuestro asesino. ?Os acordais? Es una
– ?Una espada de marfil? -tradujo literalmente-. Creia que estaba hecha de metal como las demas.
Fidelma sonrio pacientemente, senalandole el puno.
– La empunadura esta hecha con dientes labrados de animales. Que yo recuerde, solo hay un lugar en Eireann donde los herreros dediquen tiempo a semejantes adornos. Pero no recuerdo donde. Es un tipo de ornamentacion muy caracteristico.
– ?Quereis decir que podria indicar la procedencia de este hombre?
– No necesariamente -respondio Fidelma-. Solo nos revelaria el lugar donde se fabrico. Pero, a proposito de coincidencias, seguro que no es casualidad que tanto el asesino como este guerrero llevaran un arma tan distintiva.
Eadulf penso en aquella posibilidad y asintio con la cabeza.
– ?Como deciais que se llamaba? ?
–
Fidelma realizo un ultimo examen del cuerpo y la ropa del guerrero.
– No -dijo al fin-, aqui no hay nada que nos de alguna pista mas para identificarlo. Solo sabemos que este hombre no era un aficionado cualquiera, sino mas bien un profesional al servicio de un principe, o sencillamente un bandido que perpetraba asaltos por el pais en busca de botines. La mayor parte de su ropa podria venir de cualquier rincon de los cinco reinos, salvo…
– Salvo esta espada -interrumpio Eadulf.
– Salvo esta espada -repitio ella-. Pero eso no me vale de nada si no recuerdo a que pueblo pertenece esta forma tan particular de decorar empunaduras.
Se volvio hacia la entrada del deposito de cadaveres y, mirando al hermano Bardan, dijo:
– He terminado de examinar el cuerpo del guerrero.
El boticario asintio y contesto, cortante:
– No os preocupeis. Ya nos desharemos de el.
Al salir, Eadulf hizo una mueca de desaprobacion, diciendo:
– Veo que el hermano Bardan no se toma en serio lo que la Fe nos ensena sobre el perdon a los enemigos. «Sed mas bien unos para otros bondadosos, compasivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo.» Quizas alguien deberia recordarle lo que dice la Biblia.
– Efesios, capitulo cuatro -dijo Fidelma, identificando la cita-. Creo que el hermano Bardan es de los que prefieren dejar en manos divinas el perdon a los enemigos y reservarse su indulgencia. Pero no olvidemos que es un hombre, con todas las debilidades de su condicion. Apreciaba mucho a Daig.
Entonces Eadulf comprendio la insinuacion de Fidelma y no dijo nada mas.
Al pasar otra vez por el claustro se encontraron al abad Segdae sentado a la sombra, alicaido. Todavia llevaba la cabeza vendada y estaba oliendo un manojo de hierbas. Levanto la vista al ver que se acercaban y esbozo una debil sonrisa.
– El hermano Bardan dice que el aroma de estas hierbas me aliviara el dolor de cabeza.
– ?Esta sanando la herida, Segdae? -pregunto Fidelma con interes, pues le tenia mucho carino al abad, un amigo de la familia desde hacia decadas.
– Me han dicho que la magulladura tiene mal aspecto, pero por suerte la pedrada no incidio en la zona profunda de la piel. Tengo un chichon y un fuerte dolor de cabeza. Pero nada mas.
– Debeis cuidaros, Segdae.
