– Bienvenido seais, primo Finguine -respondio Fidelma, alzando a su vez el puno para saludarle.

El joven desmonto de un salto y abrazo a su prima. Luego se hizo atras y miro, consternado, a su alrededor.

– Pero no he llegado a tiempo -dijo con desanimo-. Gracias a Dios por haberos amparado con Su manto protector.

– Los atacantes han huido a caballo dirigiendose hacia el norte hace apenas unos minutos -informo Eadulf.

– Ciertamente los hemos visto -asintio el principe de Cnoc Aine, que lo miro, reparando en el acento sajon y la tonsura-. Mi tanist y la mitad de mis hombres han salido tras ellos. ?Quienes eran? ?Ui Fidgente?

Fidelma debia reconocer que era natural suponerlo. De hecho, en aquella misma zona, en la propia capital de Finguine, Cnoc Aine, se habia librado la batalla contra los Ui Fidgente hacia poco mas de un ano.

– Es dificil de creer, pero el principe de los Ui Fidgente se halla en Cashel, presumiblemente negociando la paz con mi hermano.

– Eso he oido -observo Finguine con un gesto serio que reflejaba la poca confianza que tenia en ello, pero enseguida se volvio hacia el abad Segdae y le pregunto-: ?Estais malherido, padre abad?

Segdae movio la cabeza para saludar al joven principe y contesto:

– No es mas que una magulladura.

– ?Han hecho dano a algun otro hermano? ?Estais todos bien?

– El mayor dano lo ha sufrido el pueblo -respondio el abad sin perder el gesto de angustia-. Han matado a un hermano y han magullado a otro como a mi. Pero en el pueblo habran matado a mucha gente. Y, mirad…

Finguine miro adonde le senalaba, al igual que los demas.

– ?El arbol sagrado de nuestra raza…! ?Lo han destruido! -exclamo Finguine con una mezcla de horror y de ira en el tono-. Correra mucha sangre para pagar este agravio a los Eoghanacht. Es una declaracion de guerra.

– Pero, ?una guerra entre quienes? -pregunto Fidelma a su pesar-. Antes hay que identificar a los culpables.

– Ui Fidgente -solto Finguine-. Son el unico pueblo que se beneficiaria de esto.

– Pero solamente es una suposicion -senalo Fidelma-. No debemos actuar sin antes asegurarnos.

– Bueno, hemos capturado a uno de los asaltantes -les recordo Eadulf-. Interroguemosle para saber de quien recibe ordenes.

La noticia parecio sorprender a Finguine, que pregunto en un tono impresionado:

– ?Habeis capturado a uno, sajon?

– En realidad, Fidelma es quien lo ha capturado -aclaro Eadulf con desanimo.

Finguine miro a su prima esbozando una amplia sonrisa.

– Era de esperar que vos hubierais tomado parte en esto. Bien, ?donde esta? Veamos que podemos sacarle a ese bellaco.

Regresaron a pie al patio de la abadia, despues de que Finguine hubiera ordenado a sus hombres dispersarse por el pueblo para ayudar a los heridos y apagar los incendios.

– Esta ahi, atado -dijo Eadulf, que iba a la cabeza del grupo, hacia el lugar donde tenian prisionero al hosco guerrero.

Estaba donde lo habian dejado, con la espalda contra el muro, las manos atadas atras y las piernas extendidas delante, ligadas a la altura de los tobillos. Tenia la cabeza sobre el pecho.

– Vamos, hombre -le grito Eadulf acercandose a el-. Levantaos. Ha llegado el momento de responder ciertas preguntas.

Eadulf se inclino y toco al guerrero suavemente en el hombro. Sin decir nada, el guerrero cayo a un lado.

Finguine apoyo una rodilla en el suelo y le tomo el pulso en el cuello.

– ?Por la corona de Corc de Cashel! Alguien ha vengado lo ocurrido en este hombre. Esta muerto.

Con una exclamacion de sorpresa, Fidelma se acerco a su primo.

Habia sangre en el pecho del guerrero. Alguien le habia clavado un punal en el corazon.

CAPITULO XIII

La noche hizo creer que el asalto fue mas devastador de lo que ya se preveia. Habia una veintena de muertos en el pueblo, y unas docenas de heridos o malheridos. Habian quemado unos seis edificios, y habian causado danos en algunos mas, pero podian repararse. Aun asi, el efecto fue demoledor en una comunidad pequena como la de Imleach. Entre los edificios destruidos se contaban la forja, un almacen y la posada de Cred.

El abad Segdae y el hermano Madagan, ambos con la cabeza vendada, sustituyeron las laudes por una breve misa para dar las gracias a Dios por haber salvado la abadia. Hasta el corpulento Samradan estuvo presente, si bien algo abochornado y encrespado.

Fidelma y Eadulf se dirigieron con su primo, el principe de Cnoc Aine, hacia el pueblo para evaluar los danos de primera mano.

Pasaron sin pronunciar palabra junto al tejo humeante. El luto no bastaba para tamana destruccion.

La primera persona a la que vieron al cruzar la plaza fue Nion, el herrero y bo-aire. Estaba apoyado con todo su peso sobre un baston y llevaba una pierna vendada. Para protegerse del frio de la manana iba tapado con una larga capa de lana, sujeta al hombro con un broche de plata que representaba un simbolo solar con tres granates, parecido al que llevaba Finguine. Contemplaba con aire taciturno los restos de su fragua, que Suibne, su ayudante, recogia entre los escombros. Al acercarse Fidelma y los demas, el hedor acre de madera quemada, mezclado con otros olores que no acababan de identificar, creaba una atmosfera caustica y corrosiva al respirar.

Nion no los miro cuando llegaron.

– Me alegro de veros con vida, Nion -dijo Finguine para saludarle, pues parecia ser un viejo conocido del herrero.

Nion levanto la cabeza y, al identificar al principe de Cnoc Aine, la inclino hacia adelante en reconocimiento.

– Senor, gracias a Dios que habeis llegado a tiempo. Nos habrian matado a todos, y habrian arrasado el pueblo entero.

– Ay, pero no he llegado a tiempo para evitar que perdierais la fragua -dijo el principe de Cnoc Aine mirando las ruinas con pesadumbre.

– Al menos yo saldre adelante. Hay otros vecinos que no. Veremos que se puede recuperar de entre las cenizas.

Finguine movio la cabeza con tristeza.

– Tardareis en reconstruir la forja -observo-. Es una lastima. Precisamente el otro dia pensaba recurrir a vuestros servicios para encargaros otro de estos broches de plata -le dijo, tocandose el broche distraidamente, y luego se fijo en la herida de Nion-. ?Es grave?

– Bastante -le contesto-. Y por ahora no podre seguir ganandome la vida como herrero.

– ?Estabais aqui cuando empezo el asalto? -intervino Fidelma por primera vez.

– Si.

– ?Podeis describir con exactitud lo que sucedio? -insistio.

– Hay poco que decir, senora -dijo, atribulado-. El clamor del ataque me desperto. Estaba durmiendo en la parte de atras de la forja. Corri afuera y vi a un grupo de mas de veinte jinetes por las calles. La taberna de Cred ya estaba en llamas. Habia gente corriendo por todas partes. No reconoci a los atacantes; solo vi que pretendian quemar el pueblo. Asi que cogi una de las espadas que habia estado afilando. Era mi deber como bo-aire. Corri a defender mi forja y el pueblo, pero los muy cobardes me atacaron por

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