madera del arbol ritmicamente, un sonido que contrastaba con el estruendo de muerte y destruccion.

El hermano Bardan, el boticario, llego a la atalaya, seguido del joven hermano Daig, su ayudante. Enseguida se arrodillo junto al abad para examinar la herida.

– Le han dado un buen golpe, pero su vida no corre peligro -comento el boticario despues de un examen superficial-. El hermano Daig me ayudara a trasladarlo a su habitacion -dijo, mirando al hermano Madagan-. ?Que posibilidades tenemos, hermano?

– Pocas. Todavia no han empezado a atacar la abadia, pero estan echando abajo el gran tejo.

El hermano Bardan aspiro aire de golpe, haciendo una genuflexion, y luego se asomo sobre el muro para corroborar la veracidad de lo que acababa de oir. Por un momento quedo absorto en la contemplacion de la escena. Ahora se oian con toda claridad los hachazos. El boticario movio la cabeza, consternado.

– Por eso no atacan la abadia directamente -observo a media voz-. No les hace falta.

– Que daria yo por unos cuantos arqueros… -exclamo Fidelma con frustracion.

El comentario parecio escandalizar al hermano Daig, que le recordo:

– Senora, somos miembros de la Fe.

– No por eso vamos a dejar que nos maten, ?no?

– Pero la doctrina cristiana…

Fidelma hizo un ademan de impaciencia tipico de ella, un movimiento seco con la mano.

– No me deis sermones sobre las virtudes de ser pobre de espiritu, hermano. Cuando un hombre es pobre de espiritu, los soberbios y altivos le oprimen. Seamos autenticos de espiritu y mostremonos resueltos a resistir ante la tirania. Solo asi evitaremos exponernos a una mayor opresion. Repito: un buen arquero podria sacarnos de este apuro.

– No hay armas en la abadia -comento el hermano Bardan-, y menos aun hombres que supieran usarlas - anadio, volviendose hacia el abad inconsciente-. Vamos, Daig, tenemos que atender al abad.

Entre los dos levantaron al anciano y lo bajaron por la escalera.

Durante unos momentos, Fidelma, Eadulf y el hermano Madagan presenciaron con impotencia y frustracion como los atacantes cortaban el viejo arbol. Pese al estrago causado, Eadulf no podia sentir la misma furia y desazon que compartian Fidelma y Madagan. Podia analizar el significado, pero sentir la alarma y el temor que estaba provocando el acto era algo ajeno a el.

De pronto, un movimiento atrajo su atencion y senalo al otro lado de la plaza.

– ?Mirad! Alguien esta corriendo hacia las puertas de la abadia. ?Es una mujer!

Una sombra habia surgido de entre los edificios en llamas y, a trompicones, corria en un claro intento de buscar refugio en el monasterio.

– Las puertas estan cerradas -aviso el hermano Madagan-. Debemos bajar y abrirlas para dejar pasar a esa pobre mujer.

Tras echar una ultima mirada a la escena y tras darse cuenta de que no podia hacer gran cosa desde la torre, Fidelma siguio al hermano Madagan y a Eadulf hasta el patio.

En la puerta encontraron al hermano Daig, que, al parecer, regresaba del cuarto del abad, donde lo habian dejado.

– ?Abrid la puerta! -grito el hermano Madagan al tiempo que corrian hacia alli-. ?Una mujer quiere entrar!

El joven vacilo y, con un gesto de alarma, se quejo:

– Pero eso podria facilitar la entrada de los atacantes…

Eadulf lo aparto y se puso a empujar los cerrojos de madera. El hermano Madagan le ayudo. Entre los dos descorrieron las grandes barras de madera, para consternacion de los demas monjes, que se colocaron detras del hermano Daig. No sabian muy bien como actuar. Eadulf y Madagan tiraron de la puerta.

La mujer se hallaba a unos doce pasos de distancia. A Eadulf le parecio que la conocia. Se adelanto para gritarle palabras de animo, pero, a su pesar, vio que un jinete arranco a perseguirla y, cuando estaba a punto de alcanzarla, el hermano Madagan cruzo la entrada con el crucifijo en alto y se coloco delante de el, como si de este modo fuera a hacerlo retroceder por el simple hecho de enfrentarse.

– Templi insulaeque! -grito-. Sanctuarium! ?Santuario! ?Santuario!

Consiguio colocarse entre la mujer y el jinete, que se aproximaba esgrimiendo la espada, cuya hoja emitia destellos con la luz de los incendios al otro lado de la plaza. El guerrero dejo caer el brazo e hizo dar medio giro al hermano Madagan con la frente salpicada de sangre. Luego cayo de bruces en el suelo. Eadulf avanzo para tirar de la mujer y ponerla a salvo, pero el guerrero se le adelanto. Volvio a empunar la espada, y aquella emitio un alarido al ser embestida en la nuca. El golpe la hizo avanzar a trompicones hasta el patio de la abadia. Lo siguiente sucedio con tal rapidez que nadie tuvo tiempo de dar un respiro antes de que todo acabara.

El impulso del caballo habia sido tal, que hizo rodar a la mujer herida hasta dar contra un muro y desplomarse en el suelo. Para impedir que la bestia lo arrollara, el propio Eadulf tuvo el tiempo justo para echarse a un lado y, al caer, cierto instinto le hizo agarrarse a una pierna del jinete y tirar con todas sus fuerzas. El hombre, que ya mantenia un precario equilibrio por la dificultad de manejar la espada, se escurrio de la silla y, al caer Eadulf al suelo, este lo arrastro con el. La caida fue dura, pero el cuerpo de Eadulf la amortiguo, dejando a este sin respiracion, tendido e inmovilizado.

Se trataba de un guerrero profesional. Al caer sobre Eadulf, el hombre rodo sobre si mismo hasta levantarse, agachado en posicion defensiva, espada en mano, listo para afrontar cualquier asalto.

Era bajo, pero musculoso. Solo esto podia apreciarse, ya que iba vestido de hilo negro con una cota de malla de hierro, la luirech iairn, sobre un jubon de piel de toro. De rodillas para abajo iba protegido con un asain de cuero tachonado en laton; la piel que cubria la parte baja de las piernas estaba firmemente atada. Portaba un yelmo de laton brunido con una pequena visera sobre los ojos, de manera que el unico rasgo que podia verse bajo la luz titilante de las antorchas de tea era la fina y roja hendidura de su boca.

El escudo se habia quedado en el caballo, el cual se detuvo a poca distancia de el en el patio adoquinado, bufando y resollando por la extenuante carrera.

El guerrero se agacho empunando la espada con las dos manos y dio una vuelta entera para evaluar los peligros que le acechaban. Se relajo un momento al no ver mas que a una media docena de religiosos apinados detras de la puerta y a una religiosa sola, de pie, plantandole cara.

El hombre se puso derecho y solto una carcajada antes de empunar la espada en actitud amenazadora. Todos se acoquinaron, para mayor jubilo del enemigo. Entonces reparo en que la religiosa no se habia inmutado; lo miraba con las manos juntas con recato. Ante la figura alta y esbelta y los rasgos atractivos de Fidelma, el hombre se relajo.

– ?Quien sois, guerrero? -exigio Fidelma.

La serena autoridad de su voz hizo parpadear al otro, que a continuacion mostro una sonrisa burlona.

– Un hombre. Un hombre, en comparacion con esos eunucos de los que te has rodeado, mujer. Ven conmigo y te mostrare que es capaz de hacer un hombre.

Fidelma habia mirado con nerviosismo a Eadulf, que todavia estaba en el suelo, sin aliento. Al otro lado de las puertas, yacia el hermano Madagan, probablemente muerto. La mujer tambien estaba tendida, encogida e inerte. Fidelma miro al guerrero con ostensible desprecio.

– Ya me habeis mostrado que sois capaz de hacer -le reprocho Fidelma en un tono tranquilo, sin asomo de miedo-. Teneis las manos manchadas por la muerte de un hermano de la Fe y una mujer indefensa. Eso no os convierte en un hombre en absoluto, sino en algo que se quita de la suela con un palo tras pisar un estercolero.

Lo dijo sin alterar ni un apice la voz, por lo que el guerrero mantuvo la sonrisa unos momentos despues. Le costo entender el significado de lo que aquella mujer le habia dicho.

La fina sonrisa se retorcio en un gesto iracundo.

– ?Ven conmigo o muere ahora! -grito, enarbolando amenazadoramente la espada.

Uno de los monjes, el joven hermano Daig, abochornado aun por su gesto de cobardia, se adelanto en ademan de protegerla. Ni siquiera tuvo tiempo de hablar, ya que el propio movimiento de avanzar hizo volverse al guerrero y hundir la punta del metal en el pecho de Daig. El joven emitio un grunido de dolor y cayo de rodillas, empapandose el habito de sangre. Bajo la vista a la herida como si no creyera lo que estaba viendo.

– Sois valiente contra mujeres y muchachos desarmados -le recrimino Fidelma.

Вы читаете El Monje Desaparecido
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату