Eadulf se volvio hacia el guerrero, que ya estaba bien amarrado, pero habia vuelto en si. En el suelo, de espaldas al muro, le habian atado las manos atras y las piernas, delante. Estaba comprobando la consistencia de las cuerdas, pero ceso cuando Eadulf se aproximo.
– Desearas haberme matado, hermano -lo amenazo apretando los dientes.
– Vos deseareis que asi lo hubiera hecho, ser sanguinario -le espeto Eadulf con gravedad-. Creo que vuestros amigos, esos asesinos de ahi fuera, no tendrian muy buen concepto de un hombre como vos, que se deja apresar por una mujer. Asi es, una mujer de la Fe, y desarmada, os ha dejado inconsciente. Vaya un epitafio para un guerrero como vos.
El hombre movio la boca con la intencion de escupir a Eadulf. Este le sonrio abiertamente y se dirigio al hermano que habia prestado su ayuda y que ahora esperaba nuevas ordenes.
– Dejad a nuestro valeroso guerrero donde ha caido, ?hermano…?
– Hermano Tomar.
– Bien, hermano Tomar, dejadle ahi y emprended primero las demas tareas.
Eadulf fue hasta donde estaba Fidelma, que seguia de pie junto al cuerpo de Cred, mirandolo, pensativa.
– ?Sabeis? Me parece que Cred no corria hacia nosotros buscando refugio -le dijo, alzando la vista para mirarlo a los ojos-. Creo que venia a verme -suspiro y anadio-: ?Os ha dicho algo el guerrero?
– Nada. No se ha identificado.
– Bueno, ya habra tiempo de sobra para interrogarle -observo, y se volvio de cara a la atalaya-. Veamos antes que esta pasando ahi fuera. Si estos guerreros tienen intencion de asaltar la abadia, parece que estan haciendo tiempo, lo cual me desconcierta, porque esta a punto de amanecer.
Regresaron a la atalaya de la torre y miraron al pueblo, al otro lado de la plaza. Los edificios seguian ardiendo, pero el resplandor ya no era tan intenso. Sobre las casas se levantaban columnas de humo negro. Lo que enseguida atrajo la mirada de Fidelma fueron los restos del gran tejo. Habian cortado una parte entera del tronco, al que luego habian atado cuerdas para tirar de el hasta astillarlo. Luego habian prendido fuego al arbol cercenado.
Fidelma cerro los ojos, llena de angustia.
– En dieciseis siglos, desde que Eber Fionn plantara el tejo como simbolo de nuestra suerte, jamas habia ocurrido nada semejante -lamento Fidelma a media voz.
De repente fruncio el ceno. A juzgar por la actividad que advirtio alrededor del pueblo, los guerreros se estaban reorganizando. En ese momento, tambien se daba cuenta de que la campana de la abadia seguia tocando a rebato. De hecho, no habia dejado de sonar en ningun momento. Era curioso como se habia acostumbrado tanto a un ruido incesante hasta el extremo de no percibirlo siquiera.
– Que cese el toque de campana -ordeno a Eadulf-. Si hasta ahora no lo ha oido nadie, ya nadie lo oira ni vendra en nuestra ayuda.
– Vere si encuentro al joven hermano Tomar para que lo pida.
Se disponia a bajar por las escaleras, cuando Fidelma lo detuvo.
– ?Esperad! Veo movimiento en los bosques del sur. ?Creo que los guerreros han decidido unir fuerzas para atacar la abadia!
Eadulf regreso a su lado y siguio sus indicaciones.
– No habra modo de defendernos. Si pueden cortar un arbol de estas dimensiones y echarlo abajo con tal brevedad, sus hacheros podran abrirse paso a traves de las puertas del monasterio en cuestion de minutos.
A su pesar, Fidelma tenia que reconocer que Eadulf estaba en lo cierto.
– Quiza podamos negociar con ellos -dijo, aunque sin conviccion.
Eadulf no dijo nada. Se limito a explayar la vista sobre el pueblo en llamas y los restos del tejo. La luz grisacea de la aurora, que ya asomaba por las colinas, permitia distinguir abundantes cuerpos esparcidos.
El joven hermano Tomar aparecio corriendo por la escalera.
– He hecho cuanto me habeis pedido, hermano sajon -comunico a Eadulf-. El hermano Madagan ha vuelto en si, pero se encuentra muy debil. El abad Segdae tambien se ha recuperado y esta procurando organizar a los hermanos para afrontar al enemigo con mayor disciplina -le explico, y luego miro a Fidelma, avergonzado-. Nos hemos comportado mal en la puerta cuando ha entrado el guerrero, hermana. Os debo una disculpa por ello.
Fidelma fue indulgente.
– Sois hermanos de la Fe y no guerreros. No teneis culpa de nada.
Seguia preocupada, con los ojos puestos en el sur, cuando detecto el movimiento de un grupo de jinetes.
El hermano Tomar dirigio la vista hacia donde ella miraba.
– ?Se estan concentrando para asaltar la abadia? -susurro, acongojado.
– Eso me temo.
– Mas vale que ponga sobre aviso a los demas.
Fidelma hizo un gesto negativo, diciendo:
– ?Para que? No hay ningun modo de defender la abadia.
– Pero ha de haber alguna manera de evacuar a las hermanas de la orden cuando menos. Una vez oi al abad comentar algo acerca de un pasadizo secreto que da a las colinas.
– ?Un pasadizo? Pues id enseguida a hablar con el abad Segdae. Si podemos evacuar a algunos miembros de la abadia antes de que irrumpan esos barbaros…
El hermano Tomar se marcho antes de que Fidelma pudiera terminar la frase. En aquel momento, Eadulf le toco el brazo y senalo sin decir nada. Ella miro adonde le indicaba y vio que, en el extremo norte del pueblo en llamas, un grupo perteneciente a los atacantes se alejaba con rumbo contrario al de la columna de jinetes que se aproximaba.
– Algunos atacantes se marchan -observo con curiosidad-. Pero, ?por que?
Fidelma aparto la vista de la columna de atacantes que desaparecian para mirar otra vez al sur. El movimiento de caballos que habia visto bajo la tenue luz del amanecer empezo a verse mejor al despuntar el sol sobre las colinas del este, inundando de luz los bosques. Vio aparecer a un conjunto de veinte o treinta hombres montados. En medio, pudo divisar un estandarte que ondeaba.
Era un ciervo real sobre un fondo azul.
– ?Es el estandarte de los Eoghanacht! -exclamo con un grito contenido.
Los jinetes atravesaban al galope la llanura, hacia la abadia.
Fidelma se volvio hacia Eadulf con un gesto de alivio en el rostro.
– Imagino que seran hombres de Cnoc Aine -dijo con entusiasmo en la voz-. Habran acudido al oir nuestro toque de rebato.
– Eso explica por que los atacantes huyen en desbandada.
– Bajemos a informar a los demas.
Al pie de la torre encontraron al hermano Tomar y el abad Segdae. Daba muestras de cansancio y tenia la tez palida, con un chichon azulado en la frente, pero parecia haber recuperado el control. Una nota de trompeta resono en el aire a medida que la columna de jinetes se aproximaba a la abadia. El abad Segdae la reconocio. No hizo falta que Fidelma le explicara nada.
–
En cuanto se abrieron las puertas de la abadia, la columna de jinetes se detuvo ante ellos. A la cabeza iba un guerrero joven y bien parecido, moreno, ricamente vestido y bien pertrechado para la guerra. Tenia rasgos uniformes, el cabello rojo, rizado y muy corto, y los ojos oscuros. Llevaba una capa azul de lana, pinzada a un hombro con un broche de plata muy distintivo. Estaba labrado con la forma de un simbolo solar, con un granate semiprecioso en cada uno de los tres rayos.
Fijo la vista en Fidelma cuando esta aparecio por la puerta con los demas para recibirles. Sus rasgos se trocaron en una amplia sonrisa.
–
Eadulf habia pasado suficiente tiempo en Muman para reconocer el grito de guerra de los Eoghanacht. ?Mano dura en la batalla!
