jinetes, quiza los que llevaban carros, recogieron al hombre con atuendo religioso en este lugar. Dudo que este fuera con ellos por propia voluntad.

– ?Estamos hablando del hermano Mochta?

– O de nuestro amigo el boticario, que tanto insistio en dar por muerto al hermano Mochta.

Fidelma dedico unos momentos a examinar el suelo, como si tratara de dar con las respuestas a las preguntas que acudian a su mente. Lo unico que sabia a ciencia cierta era que alli habia marcas de mas de un carro y varios caballos. Entonces reparo en que las huellas de las pezunas herradas se superponian a las de las ruedas de los dos carros. Unos caballos bien herrados eran indicio de que sus duenos eran guerreros, pues poca gente solia cabalgar en grupo y con equidos tan bien cuidados.

– Tras el paso de los carros -dijo Fidelma haciendo una pausa-, por aqui debio de pasar un grupo de jinetes.

Eadulf se froto la mandibula, pensativo.

– Asi que nuestra busqueda ha llegado a un punto muerto.

– No necesariamente -dijo Fidelma, doblando el pedazo de tela para guardarlo en el marsupium-. Creo que antes de darnos por vencidos deberiamos volver a la cueva y entrar en el otro tunel.

La idea no entusiasmo a Eadulf, que dijo:

– Temia que fuerais a proponerlo de un momento a otro. Pero, ?estais segura de que no es una perdida de tiempo? No se que sucedio, pero este debio de ser el lugar de los hechos.

Fidelma lo miro con una de sus picaras sonrisas.

– La derecha no siempre te conduce por el camino recto. Probaremos el tunel de la izquierda antes de volver a la abadia -anuncio con firmeza antes de adentrarse de nuevo en el tunel pasadizo.

No tardaron mucho en regresar a la amplia y humeda cueva, entre el repiqueteo de las gotas de agua en la charca central. Accedieron al segundo tunel. Se parecia mucho al primero de todos, el mas proximo al oratorio. Avanzaban mas deprisa que por el que llegaba a la mina de plata. Eadulf se dio cuenta de que el suelo empezaba a ascender en una escarpada pendiente. La subida era agotadora, por lo que estuvieron de acuerdo en parar a descansar; esperaron agachados en el suelo, que era seco y estaba cubierto de un polvo parecido a una combinacion de pizarra y tierra.

– ?Como es posible que dure tanto el ascenso? -se pregunto Eadulf-. Estoy seguro de que no estabamos a tantos metros de la superficie.

– Creo que este pasaje lleva a una de las colinas proximas a la abadia. Cerca hay una colina bastante alta llamada la colina del Hito -recordo y, de repente, chasqueo los dedos-. Eso es. Lo habia olvidado. ?Que dijo el hermano Tomar al ver que iban a atacar la abadia? Habia oido hablar de un pasadizo secreto que llegaba a la colina del Hito -explico, y fruncio el ceno al hacer memoria-. Eso es. Habia oido al abad Segdae hablar de el. Penso que era un recurso para que las mujeres de la comunidad pudieran escapar de los atacantes.

– Entonces sera este tunel, ?no?

– Eso parece. A menos que estas colinas entranen un laberinto de pasadizos. Eso es posible, claro. He oido que en este campo hay varias cuevas, muchas de las cuales contienen arroyos y lagunas. Por eso aqui el suelo es de pizarra. Y la pizarra es la base del terreno.

– ?Quereis decir que nos dirigimos al interior de la colina? -pregunto Eadulf con preocupacion, pues no le gustaba pasar demasiado tiempo seguido bajo tierra-. Solo tenemos el cabo de una vela con el que guiarnos al salir de aqui, dondequiera que esto desemboque. Espero que finalice en un lugar a la luz del dia.

Fidelma miro la titilante vela que sostenia. Era cierto que solo quedaba algo mas de dos centimetros. Con tanto entusiasmo por seguir el tunel, se habia olvidado de la luz.

– Entonces mas vale que sigamos adelante lo mas deprisa que podamos -propuso-. He observado que en este tramo ya no hay sustancia fosforescente.

La idea de quedarse a oscuras en un tunel les dio animo para acelerar el ascenso. La irregularidad del recorrido confirmaba la suposicion de Fidelma: antano debio de haber sido el cauce de una corriente subterranea con origen en la cumbre de la colina, que descendia por el interior del valle hasta los pozos, muchos de los cuales ya no existian, o albergaban aguas procedentes de otras fuentes.

Sin previo aviso, la tremula llama resplandecio un momento y se apago. Quedaron sumidos en la oscuridad.

Eadulf tuvo un escalofrio y se quedo quieto. Esperaba que la vista se le adaptara a la falta de luz, pero no fue asi. La oscuridad se perpetuo.

– Eadulf -oyo la voz de Fidelma, proxima a el-, tended la mano.

Asi lo hizo. Noto que algo la rozaba. Al instante noto la calida mano de ella tomandola.

– Bien. No debemos soltarnos en ningun momento. Voy a moverme despacio hacia delante.

– ?Como vereis adonde vais?

– Ire tocando el techo con la otra mano para saber en que direccion avanzar.

Siguieron adelante con pasos muy cortos por la oscuridad.

– Una cosa esta clara -retumbo la voz de Fidelma en un tono alegre.

– ?Que?

– Que no podremos regresar por este mismo camino… a menos que encontremos una linterna al final.

Fue un desafortunado intento para animarse, asi que no guardaron silencio. En un par o tres de ocasiones, Fidelma se hizo varios rasgunos en el brazo y Eadulf se rozo los tobillos contra alguna roca. Aun asi, siguieron adelante pasito a paso, pendiente arriba. Entonces Fidelma se detuvo.

– ?Que pasa ahora? -pregunto Eadulf.

– ?No lo veis, Eadulf? -susurro ella con entusiasmo.

Eadulf entrecerro los ojos mirando hacia delante y reparo en ello.

– Al fondo hay una luz -confirmo ella-. Luz natural. Pero hay algo mas.

Avanzaron otro trecho y, al girar en una curva del pasaje, la luz se hizo mas clara: era una luz tenue y gris que se filtraba en el tunel. Y en el silencio oyeron el crepitar del fuego.

Fidelma acerco los labios al oido de Eadulf, que noto el roce de estos en la mejilla.

– No hagais ruido -susurro-. Hay alguien en la cueva al final del tunel.

Empezo a avanzar de forma casi imperceptible. Mas adelante, cuando la luz se hizo mas clara e intensa, se detuvo y le solto la mano a Eadulf. Ya no hacia falta ir enlazados, ya que se veian con toda claridad. Delante de ellos se extendia una cueva de tamano considerable con una entrada obstruida, al parecer, por una barrera de madera, sobre la cual se recortaba un cielo azul. Rayos de luz inundaban la cueva.

La gruta era grande y estaba seca, salvo por el arroyuelo que corria por un lado de esta. En el centro chisporroteaba un fuego. Habia varios objetos esparcidos por la cueva. Junto al fuego, sobre un jergon yacia la figura estirada de un hombre anciano y voluminoso. Iba vestido con el habito de un clerigo, y tenia el brazo y el pie izquierdos vendados. En el suelo, al alcance de la mano, tenia un baston que usaba claramente como muleta. No habia nadie mas en la gruta.

Eadulf y Fidelma miraron con creciente asombro a la figura.

Eadulf fue el primero en acceder a la cueva; en cuanto lo vio, el hombre tuvo un sobresalto, se apoyo sobre un codo para incorporarse y cogio el baston en ademan de defenderse de un ataque. Sin embargo, se detuvo enseguida al advertir el habito religioso que vestia Eadulf.

– ?Quien sois? -le pregunto con la voz quebrada por el miedo.

Eadulf se quedo donde estaba con cara de pasmado.

Fidelma aparecio junto a Eadulf e hizo un esfuerzo por encontrar su voz.

– No temais nada, hermano Mochta. Yo soy Fidelma de Cashel.

El rechoncho monje se sosego al instante y, con un suspiro, volvio a dejarse caer en el jergon.

Sin dejar de mirar a la figura postrada, exclamo sin miramientos:

– ?Pero si estais muerto!

El hombre lo miro con su cara redonda y se incorporo sobre un codo. Pese al dolor que reflejaba en su rostro, era evidente que aquello le hizo gracia.

– No estoy nada de acuerdo con vos, hermano sajon -lo contradijo en un tono chistoso-. Pero si podeis demostrarlo, aceptare vuestra consideracion. Aunque a decir verdad, me siento demasiado cerca de la muerte para discutir.

Eadulf se le acerco y lo miro desde su posicion para analizar detenidamente los rasgos de aquel hombre.

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