– Si, un mercader y sus carreros. Estan cenando -contesto, y luego, entornando los ojos en la oscuridad, miro hacia donde estaban Eadulf y el hermano Mochta; pregunto-: ?Es ese el hermano sajon?

– Escuchad, Aona, precisamos aposento para esta noche. Pero nadie debe saber que estamos aqui. ?Comprendeis?

– Si, senora. Sera como pedis.

– ?Nos han oido llegar los otros huespedes?

– No creo, con el jaleo que estan armando. Le han dado fuerte a la cerveza.

– Bien. ?Hay algun modo de acceder a las habitaciones sin que nos vean los mercaderes ni otras personas? - pregunto Fidelma.

Aona no dijo nada, pero luego asintio:

– Venid conmigo, derechos a las cuadras. Justo encima hay una habitacion libre, que solo utilizamos en casos de necesidad, si la posada esta completa… que nunca lo esta. Solo tiene el mobiliario preciso… pero si buscais un lugar apartado, aqui no os encontrareis con nadie.

– Excelente -dijo Fidelma con aprobacion.

Aona reparo en que el hermano Mochta estaba herido al ver que Eadulf le ayudaba a bajar del caballo. Se acerco a ayudarle. Al hacerlo, Fidelma le puso una mano en el brazo para advertirle:

– No hagais preguntas, Aona. Es imprescindible para proteger al rey de Muman. Con esta informacion os basta. Que nadie sepa que estamos aqui.

Lo mas importante es que no alojeis a mas visitantes por ahora.

– Podeis confiar en mi, senora. Traed a los caballos a las cuadras. Seguidme.

Ayudo a Eadulf a llevar al hermano Mochta a las cuadras, mientras Fidelma tiraba de los caballos. En el patio frente a estos, habia dos grandes carros. Al estar entre penumbras, tuvieron que esperar a que Aona encendiera una lampara. Luego les hizo una sena para entrar. Fidelma coloco a cada caballo en una cuadra.

– Enseguida los atendere -dijo Aona-. Antes, permitid que os acompane a la habitacion.

Ayudo al hermano Mochta a ascender un estrecho vuelo de escaleras que daba a un desvan. Era un cuarto sencillo con cuatro catres y jergones de paja. Habia algunas sillas, una mesa y poco mas. El polvo inundaba el lugar.

– Como he dicho -dijo para excusarse al tiempo que tapaba las ventanas con telas de saco-, no se suele utilizar.

– Bastara por ahora -le aseguro Fidelma.

– ?Esta malherido vuestro companero? -pregunto Aona, senalando al hermano Mochta-. ?Quereis que busque a un medico discreto?

– No sera necesario, Aona -respondio Fidelma-. Mi amigo ha estudiado en las escuelas de medicina.

De repente, Aona levanto la lampara para ver mejor el rostro de Mochta y abrio bien los ojos.

– Yo a vos os conozco -dijo-. Si, sois el mismo hombre por el que sor Fidelma me pregunto. Pero… -dudo y, de pronto, puso gesto de perplejidad- no llevabais esa tonsura cuando pasasteis por aqui la semana pasada. Lo juraria.

El hermano Mochta reprimio un grunido.

– Porque no estuve aqui la semana pasada, posadero.

– Pero yo juraria que…

Fidelma lo interrumpio con una sonrisa para darle confianza.

– Es una larga historia, Aona.

El posadero volvio a excusarse.

– Nada de preguntas, senora. Lo tengo en cuenta.

Abrio un armario y saco mantas.

– Como decia, esta habitacion solo se utiliza cuando la posada esta llena, lo cual no pasa a menudo. Cuenta con lo basico.

– Es mucho mejor que dormir entre arbustos -respondio Eadulf.

Fidelma se llevo al posadero aparte para darle instrucciones.

– Despues de ocuparos de los caballos, nos gustaria comer y beber algo. ?Podeis prepararlo sin que nadie se de cuenta?

– Yo me encargare de que asi sea. Pero deberia decirselo a Adag, mi nieto. Es un buen chico y no os traicionara. Es mi mano derecha en la posada. No tengo esposa. Se la llevo la peste amarilla el mismo ano que a mi nuera, y mi hijo perecio en la guerra contra los Ui Fidgente. Asi que ahora solo quedamos el y yo para sacar adelante el establecimiento.

– Me acuerdo del pequeno Adag -le aseguro Fidelma-. Ponedle al corriente, desde luego. ?Quien mas habeis dicho que esta alojado ahora? ?Unos mercaderes?

– Un mercader y dos carreros. Los carros de ahi fuera son suyos. De hecho… -dijo, e hizo una pausa para reflexionar-. De hecho, puede que conozcais al mercader, ya que es de Cashel.

Al oir aquello, Eadulf se inclino para sugerir:

– ?Os referis a un tal Samradan?

Aona lo miro con sorpresa.

– El mismo.

– En tal caso, no le comenteis nuestra presencia -dijo Fidelma de forma categorica.

– ?Hay algo de ese hombre que debiera saber? -se intereso Aona.

– No. Sencillamente nos conviene que no sepa que estamos aqui -insistio Fidelma.

– ?Tiene algo que ver con el asalto perpetrado a la abadia la otra noche? Me han llegado voces de todo lo ocurrido.

– Nada de preguntas, Aona, como hemos acordado -lo amonesto Fidelma con paciencia.

El ex guerrero se disculpo, contrito:

– Os pido perdon, senora. Es que he oido a Samradan hablar del ataque.

– ?Ah, si? ?Y que decia? -pregunto, fingiendo mas interes por ajustar bien la arpillera en la ventana.

– Ha descrito el ataque y ha dicho que eran Ui Fidgente. ?Como pueden ser traidores? Sobre todo mientras su principe es huesped de vuestro hermano en Cashel.

– No sabemos con seguridad que hayan sido los Ui Fidgente -corrigio-. ?Cuando llego Samradan?

– Una hora o dos antes que vos, senora.

Fidelma quedo pensativa y miro a Eadulf.

– Eso significa que no pueden haber ido hacia el norte. Esto se pone interesante.

Eadulf no le veia el interes por ningun lado.

Aona abrio la boca para formular otra pregunta, pero lo penso dos veces.

– Id, Aona -le ordeno Fidelma-. Necesitamos ese refrigerio cuanto antes.

El posadero bajo las escaleras.

– Y recordad -le dijo Fidelma desde arriba-, ni una palabra a nadie aparte de a vuestro nieto.

– Lo juro por la Santa Cruz, senora.

Cuando se hubo marchado, Eadulf se puso a examinar el hombro y la pierna de Mochta. Aunque no era un medico experto, desde la epoca en que iniciara los estudios, Eadulf tenia por costumbre llevar medicinas en la alforja.

– Bueno, las heridas todavia estan curando -anuncio-. El viaje no las ha empeorado. El hermano Bardan hizo un buen trabajo. Aunque las heridas os vayan a seguir doliendo un poco, estan sanando bien. No hace ninguna falta que os cambie los vendajes.

El hermano Mochta forzo una sonrisa.

– Lo que el viaje ha empeorado es mi estado, amigo sajon. Tengo la sensacion de haber sido arrastrado por un terreno pedregoso.

Fidelma habia encontrado el cabo de una vela, que encendio con la lampara que Aona les habia dejado.

– ?Adonde vais? -le pregunto Eadulf al ver que se dirigia a la escalera con la vela.

– Mera curiosidad por ver con que comercia Samradan. Voy a echar un vistazo a los carros.

Eadulf se mostro reacio.

– ?No creeis que es una imprudencia? -le pregunto.

– En ocasiones, la curiosidad es mas fuerte que la prudencia. Mirad por el hermano Mochta hasta que

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