Fidelma miro a Eadulf mostrando un sutil reproche.
– Y yo que pensaba que me conociais… Sabeis que no creo en la suerte. Sin embargo -dijo, sonriendo con cierto pesar-, habria hecho falta mas tiempo para interrogar a todos los testigos y examinar todas las pruebas. Y quiza todo ello habria confundido a algunos. Aunque no lo creo, porque al final las pruebas habrian quedado perfectamente claras ante el tribunal.
– ?Y que teneis pensado hacer ahora, Fidelma? -pregunto Eadulf con interes-. Os he visto una mirada pensativa, demasiado intensa para no darme cuenta de que alguna cosa os ronda por la cabeza.
Fidelma sonrio con tristeza. En efecto, asi era. Iba a ser dificil.
– ?Sabeis de que modo senalan nuestros escribas el final de un manuscrito al terminar el trabajo?
Eadulf movio la cabeza sin saber a que se referia.
Eadulf se rio al traducirlo.
– ?«Ahora que tanto he escrito para Cristo, dadme un trago»!
En el rostro de Fidelma se fue dibujando una sonrisa.
– O, como diria en mi caso: ahora que tanto he trabajado para mi hermano y el reino de Cashel, dadme un descanso -afirmo.
Eadulf hizo un gesto negativo con la cabeza.
– ?Descansar? ?Vos? -pregunto con incredulidad.
– Ya lo creo que si. ?Recordais que al llegar a Imleach dimos con un grupo de peregrinos?
– Si. Se dirigian a la costa para zarpar y tomar la ruta de una peregrinacion.
– Eso es. Se dirigian a la tumba de Santiago en el Campo de las Estrellas.
– ?Donde esta ese lugar?
– En uno de los reinos ibericos del norte. Me gustaria hacer ese camino. Muchos peregrinos de estos cinco reinos lo emprenden. Parten de la abadia de San Declan en Ard Mor, que queda al sur de aqui, no muy lejos. Y yo tengo pensado partir pronto hacia Ard Mor.
Eadulf se sintio de pronto desdichado al pensar en la ausencia de Fidelma. Aquello le hizo recordar que ya habia pasado suficiente tiempo en Muman, donde solo estaba como enviado especial del arzobispo Teodoro de Canterbury. En realidad, lo que Fidelma le estaba diciendo era que habia llegado el momento de despedirse.
– ?Os parece ahora un buen momento para iros de Cashel, Fidelma? -pregunto Eadulf con cierta duda.
Fidelma ya lo habia decidido. De un tiempo a esta parte, su vida ya no la llenaba. Cuando habia estado lejos de Eadulf, cuando lo habia dejado en Roma para volver a Eireann, habia sentido nostalgia y soledad, como si anorara el hogar pese a estar en su tierra y con los suyos. En esas epocas habia echado de menos las discusiones con Eadulf, el modo en que se dejaba tomar el pelo cuando enfrentaban opiniones y filosofias; el modo en que el siempre terminaba por tomarse a bien sus provocaciones. Llegaban a sostener discusiones acaloradas, pero nunca daban lugar a la enemistad.
Eadulf era el unico hombre de su edad con quien se habia sentido realmente comoda y se habia podido expresar sin tener que escudarse tras el rango y la funcion que desempenaba en su vida; sin la necesidad de adoptar un personaje, como un actor que interpreta un papel.
Habia echado de menos su compania con una intensidad que no podia explicar. Ya se cumplian diez meses desde que Eadulf llegara al reino de su hermano como emisario de Teodoro, el arzobispo de Canterbury. Diez meses durante los cuales habian compartido peligros varios y habian estado muy unidos. Unidos como hermanos.
Nada mas. Eadulf siempre se habia conducido de manera irreprochable. Fidelma se dio cuenta de que acaso deseaba que su amigo se comportara de otra forma con ella. Los religiosos podian vivir en compania, casarse; muchos vivian en
Incapaz de decidirse, casi habia esperado que Eadulf tomara la decision, que le sugiriera algo. Pero nunca lo habia hecho. Y si hubiera querido contraer matrimonio, sin duda ya habria mencionado algo al respecto. ?Que estaba escrito en el
– ?Os parece un buen momento para iros de Cashel? -volvio a preguntar.
Fidelma salio de su ensimismamiento.
– Si, aunque solo para descansar, como he dicho. Una vieja maxima dice que «para descansar la vista y la mente, es mejor cambiar el perfil del horizonte» -cito, mirandole con seriedad-. Ya habeis estado alejado durante mucho tiempo de Seaxmund's Ham, Eadulf. ?Nunca sentis la necesidad de volver con vuestra gente y cambiar ese horizonte? Teneis una obligacion con el arzobispo Teodoro.
Eadulf nego inmediatamente con la cabeza.
– Nunca me podre cansar de esta tierra ni de… -dijo.
Se ruborizo sin acabar la frase. Parecia confuso. Su propio pueblo tenia un dicho que aconsejaba: «No lleves una hoz al campo de otra persona». Estaba claro que Fidelma no sentia lo mismo que el o, de lo contrario, no le habria sugerido regresar a Canterbury. Al parecer, Fidelma ni se habia dado cuenta de que habia dejado la frase en el aire.
– Tal vez el arzobispo requiera de vuestra presencia. No conviene que retraseis la vuelta mucho mas. ?Que mejor momento para que ambos partamos de Cashel, vos a vuestra tierra y yo en busca de ese nuevo horizonte?
– ?Os parece un buen momento? -insistio Eadulf.
– Alguien dijo una vez que siempre hay un momento para partir de un lugar, aun sin saber muy bien adonde ira.
– Pero uno tambien puede quedarse aqui, Fidelma -objeto Eadulf-. Yo he llegado a sentirme como en mi propia casa. Buscaria una forma de quedarme pese a las exigencias de Canterbury, Este es el horizonte que deseo seguir viendo. El rio que aqui corre es el agua junto a la que quiero descansar, en la que quiero banar mis pies todos los dias.
Fidelma aguardo, deseando que Eadulf pronunciara las palabras que ella tanto queria oir. Pero al comprender que no iba a hacerlo, sonrio con pesadumbre y volvio a citar:
– Heraclito dijo que nadie se bana dos veces en el mismo rio, porque las aguas que fluyen nunca son las mismas. Lo unico que permanece, Eadulf, es el cambio.
Fidelma estiro los brazos y bostezo, volvio el rostro hacia el sol poniente, un resplandor oval que se mantuvo en el cielo unos instantes antes de desvanecerse y proyectar una marea de sombras sobre el paisaje. Fidelma se estremecio por el subito aire frio que empezo a soplar en la gran Roca de Cashel.
–
Fidelma arqueo una ceja.
– ?Creeis que intento huir de algo malo y caere en algo peor? Pues os equivocais, Eadulf. Solo necesito un cambio, nada mas. La permanencia es causa de aburrimiento.
De fondo, una campana empezo a sonar solemnemente.
– La cena, Eadulf. Entremos y cambiemos el frio nocturno por el calor de una buena lumbre.
Peter Tremayne