Fidelma miro adonde el guerrero apuntaba con el dedo, hacia una cabana no muy grande, aferrada a la escarpada falda de la montana. No era una casita pobre, aunque tampoco presentaba signo alguno de riqueza o posicion. La estructura era de granito grueso y gris, cubierta por un tejado de paja que necesitaba a ojos vista una renovacion.

– Si.

– Esa es la cabana de la mujer que os decia, Deog; la cabana a la que acudieron la abadesa Fainder y el obispo Forbassach.

– Muy bien. Veamos si Deog puede contribuir a resolver algunas dudas.

Fidelma empujo con suavidad el caballo y, con Enda a la zaga, fue derecha a la cabana que le habia indicado.

La ocupante de la cabana les habia oido llegar, pues mientras descabalgaban y ataban a los animales a una cerca que marcaba los limites de un huerto frente al edificio, la puerta se abrio y salio una mujer. Detras de ella aparecio un perro de caza que echo a correr hacia ellos, pero freno en cuanto la mujer se lo ordeno con firmeza. No era una mujer de mediana edad todavia, pero tenia un rostro tan curtido por las preocupaciones que, a primera vista, parecia mayor. Sus ojos eran claros, seguramente mas grises que azules. Iba vestida con sencillez, como una campesina, y tenia aspecto de estar acostumbrada a la inclemencia de los elementos. Sus rasgos le resultaron extranamente familiares a Fidelma, que fue rapida en la observacion y no paso por alto al perro, que, segun advirtio, era viejo pero estaba mas que dispuesto a defender a su ama.

La mujer se acerco y los miro con preocupacion al fijarse en Fidelma.

– ?Os envia Fainder? -pregunto sin preambulos, dando por sentado que asi era por el habito religioso de Fidelma, a quien le sorprendio la inquietud de su voz.

– ?Que os lo hace pensar? -pregunto a su vez, eludiendo la respuesta.

La mujer entorno los ojos.

– Sois una monja. Si Fainder no os ha enviado, ?quienes sois?

– Me llamo Fidelma. Fidelma de Cashel.

La mujer endurecio visiblemente el semblante y apreto los labios.

– ?Y?

– Veo que habeis oido hablar de mi -observo Fidelma, interpretando correctamente la reaccion de la campesina.

– Si, he oido vuestro nombre.

– En tal caso sabreis que soy dalaigh.

– Asi es.

– Empieza a oscurecer y hace frio. ?Podemos entrar en vuestra cabana y hablar con vos un momento?

La mujer se mostro reacia, pero al final inclino la cabeza invitandolos a pasar por la puerta.

– Pasad. Aunque no creo que tengamos gran cosa de que hablar.

Los condujo al interior de una amplia sala de estar. El perro, en vista de que no constituian ninguna amenaza, entro corriendo por delante. Un tronco crepitaba en el hogar al fondo de la sala. El viejo perro se echo delante, en el suelo, con la cabeza sobre las patas, si bien con un ojo medio abierto, alerta, que no apartaba de ellos.

– Sentaos -invito la mujer.

Esperaron a que ella eligiera su asiento, junto al fuego; Fidelma se sento frente a ella, y Enda eligio un incomodo banco junto a la puerta.

– Bien, ?y de que os complaceria hablar?

– Tengo entendido que os llamais Deog, ?no es asi? -pregunto Fidelma.

– No lo negare, pues es la verdad -respondio la mujer.

– ?Y Daig se llamaba vuestro esposo?

– Que Dios se apiade de su alma, pero si, asi se llamaba. ?Que teneis que ver con el?

– Si no me confundo, era vigilante de los muelles de Fearna.

– Era el capitan de la guardia; lo nombraron cuando ascendieron a Mel a comandante de la guardia real. Daig era capitan de la guardia… aunque no vivio mucho para disfrutarlo… -Se le hizo un nudo la garganta y solto un resuello.

– Lamento molestaros, Deog, pero necesito respuestas a mis preguntas.

La mujer hizo un esfuerzo para contenerse.

– Ya he oido que andais por ahi interrogando. Me han dicho que sois amiga del sajon.

– ?Que sabeis del… del sajon?

– Solo se que lo juzgaron y lo condenaron por matar a una pobre nina.

– ?Algo mas? ?Si era culpable o inocente?

– ?Como va a ser inocente, si lo ha condenado el brehon de Laigin?

– Era inocente -replico Fidelma escuetamente-. Y se han dado demasiadas muertes en los muelles de la abadia como para que sean meras coincidencias. Por ejemplo, habladme de la muerte de vuestro esposo.

El semblante de la mujer quedo inmovil durante unos momentos; con sus ojos claros trataba de desentranar un posible significado oculto tras las palabras de Fidelma. Al fin dijo:

– Era un hombre bueno.

– No lo pongo en duda -aseguro Fidelma.

– Me dijeron que se ahogo.

– ?Quienes?

– El obispo Forbassach.

– ?Forbassach os lo comunico en persona? Os moveis en circulos ilustres, Deog. ?Que os conto exactamente el obispo Forbassach?

– Que durante la guardia nocturna, Daig resbalo del muelle de madera y cayo al rio, golpeandose la cabeza en uno de los pilares, lo que le hizo perder el conocimiento. Que al dia siguiente lo hallo un marinero del Cag. Me dijeron que… -se quedo sin voz antes de poder continuar-… que se ahogo estando inconsciente.

Fidelma se inclino un poco hacia delante y pregunto:

– ?Alguien presencio lo ocurrido?

Deog la miro con perplejidad.

– ?Que si alguien lo presencio? Si hubiera habido alguien cerca, no se habria ahogado.

– Entonces, ?como se conocen esos detalles?

– El obispo Forbassach me dijo que asi es como debio de haber ocurrido, pues es el unico modo en que podria haber sucedido para que concordara con los hechos. -Pronuncio las palabras como una formula, lo cual hacia evidente que repetia a pies juntillas lo que el brehon le habia contado.

– Pero ?que pensais vos?

– Que asi debio de ser.

– ?Daig hablo con vos alguna vez de lo que habia pasado en los muelles? Por ejemplo, ?hablo alguna vez de la muerte del marinero?

– Fainder me conto que ejecutaron al pobre Ibar por ese crimen.

– ?Al pobre Ibar? -Se extrano Fidelma-. ?Conociais al hermano?

– Conozco a su familia -asintio Deog-. Son herreros en la parte baja de las faldas de la Montana Gualda. Daig me conto como lo habia encontrado.

– ?Y como fue? ?Que os conto Daig exactamente? -pregunto Fidelma con gran interes.

– ?Por que quereis que os describa lo que Daig me conto del asesinato? -Deog miro a Fidelma con desconcierto-. ?No os lo ha contado Fainder? Ni siquiera el obispo Forbassach quiso conocer los detalles.

– Hacedme el favor -la invito Fidelma con una sonrisa-. Me gustaria oirlo y, en la medida de lo posible, emplead las mismas palabras que uso vuestro esposo.

– Veamos. Daig me conto que estaba patrullando por el embarcadero junto a la abadia a medianoche cuando oyo un grito. Daig llevaba una antorcha de tea; la levanto y respondio con otro grito mientras avanzo en direccion al sonido. Entonces oyo unos pasos corriendo sobre los tablones del muelle. Se encontro una figura acurrucada. Era el cuerpo de un hombre, de un barquero. Daig lo reconocio: era un tripulante del barco de Gabran, que estaba amarrado en el muelle. El hombre tenia un golpe en la cabeza; cerca, en el suelo, habia un madero.

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