que supiera nada del dinero oculto bajo su cama. Llamo embustero a Gabran. Pero ante la evidencia solo podia sacarse una conclusion. Con todo, a Daig no dejaba de escamarle la coincidencia… pues, como vos misma habeis dicho, le parecia una coincidencia asombrosa. Tambien le preocupaba haber visto la cadena en el cuello del marinero justo despues del asesinato.

– Pero habeis dicho que el comunico al obispo Forbassach su recelo.

– Si.

– ?Y Daig no hizo nada al respecto? ?Nada comento con Gabran?

– Vos sois la dalaigh. Deberiais saber que Daig era un simple vigilante, y no un abogado dispuesto a hacer indagaciones. Se lo dijo a Forbassach y, de ahi en adelante, el asunto quedo en manos del obispo. Y este tuvo suficiente con las pruebas.

– ?Y en el juicio de Ibar no se hizo mencion de nada de esto?

– No que yo sepa. Mi querido Daig se ahogo antes del juicio, asi que tampoco pudo plantear sus dudas.

Fidelma se echo atras contra el respaldo para reflexionar sobre lo que Deog le habia relatado.

– En este caso, el obispo Forbassach vuelve a aparecer como juez y acusador. Es inconcebible.

– El obispo Forbassach es un buen hombre -protesto Deog.

Fidelma la miro con curiosidad y observo:

– Hay algo que me resulta fascinante. Para ser campesina y no vivir en Fearna, estais muy al corriente de cuanto se hace y deshace por alli, y parece que teneis un trato muy estrecho con personas influyentes.

Deog resoplo por la nariz con desden.

– ?Acaso Daig no era mi esposo? El me mantenia informada de lo que hacia en Fearna. ?Acaso lo que acabo de contar no responde a vuestras preguntas?

– Desde luego. Pero vos sabeis mas de lo que os contaba vuestro esposo. Me consta que recibis visitas del obispo Forbassach y la abadesa Fainder.

Deog se puso nerviosa de pronto.

– Asi que lo sabeis.

– Exactamente -respondio Fidelma, esbozando una sonrisa-. La abadesa Fainder sube a caballo para veros con frecuencia, ?no es asi?

– No lo negare.

– Con todos los respetos, ?que trae por aqui tan a menudo a la abadesa Fainder? ?Que necesidad puede tener de contaros a vos, la viuda de un miembro de la guardia nocturna, un hombre al que, segun me dijo, apenas conocia, los detalles del juicio del hermano Ibar?

– ?Y por que no iba hacerlo? -pregunto Deog a la defensiva-. Fainder es mi hermana pequena

Capitulo XIII

Eadulf no habia dormido bien. El canto crepuscular de los pajarillos le hizo desistir de seguir durmiendo; prefirio levantarse y lavarse la cara con el agua fria de un cuenco junto a la cama. Mientras se secaba con una toalla, sintio una nueva determinacion. Lo habian dejado en paz un dia entero desde que aquel anciano, Coba, lo llevase a la fortaleza. Podia pasearse a sus anchas por alli siempre y cuando no traspasara los lindes del recinto, y cerca de el siempre habia algun guardia que le respondia con monosilabos o se negaba amablemente a extenderse en sus respuestas a las preguntas de Eadulf. Cuando solicito ver a Coba, le dijeron que «el senor del lugar» no podia recibirle. Cierto que lo habian alimentado bien, pero le irritaba que nadie le explicara que estaba pasando. Necesitaba informacion.

?Por que Coba le habia prestado asilo? ?Sabia Fidelma adonde lo habian llevado y en que posicion legal se hallaba? Aunque Eadulf habia oido hablar del maighin digona, no estaba seguro de que entendiera del todo el concepto, si bien se daba cuenta de que la tradicion de dar asilo existia desde tiempos antiguos. Coba habia dicho que disentia del castigo que le habian impuesto porque discordaba con la ley de Fenechus. Sin embargo, ?era un hombre capaz de oponerse y desafiar al rey y a las autoridades supremas del reino hasta el punto de liberar a un extranjero de la celda, a las puertas de la muerte? Eadulf no las tenia todas consigo, y recelaba de los motivos del jefe.

Como si alguien hubiera escuchado sus pensamientos, oyo un sonido en la puerta y esta se abrio. Eadulf solto la toalla sobre la cama y vio pasar a un hombrecillo bajo, delgado y nervudo de facciones demacradas, al que nunca habia visto.

– Me han dicho que entendeis nuestra lengua, sajon -dijo el hombre de pronto.

– Me desenvuelvo bien -reconocio Eadulf.

– Bien. Podeis salir. -El hombre se mostraba muy parco en palabras.

Eadulf fruncio el ceno, pues no estaba seguro de haberle oido bien.

– ?Puedo salir? -repitio.

– Estoy aqui para deciros que sois libre de salir de la fortaleza. Si bajais hasta el rio, encontrareis a una monja de Cashel que os espera.

El corazon empezo a palpitarle deprisa y su rostro se ilumino.

– ?Fidelma? ?Sor Fidelma?

– Asi me han dicho que se llama.

– Entonces, ?ha conseguido absolverme? ?Ha ganado la apelacion? -pregunto, sintiendo que lo invadia una sensacion de jubilo y alivio.

– Yo solo tengo ordenes de haceros llegar lo que ya he dicho -respondio el hombre sin mover un apice las facciones descarnadas, con la mirada fija y oscura.

– Bien, amigo. En tal caso, parto dandoos mi bendicion. Pero ?y el anciano jefe? ?Como puedo agradecer el favor de haberme traido aqui?

– El jefe no esta. No hay necesidad de agradecerle nada. Salid sin mas demora y en silencio. Vuestra amiga os espera.

Dio estas instrucciones sin emocion alguna en el tono. Se hizo a un lado y no hizo ningun amago de estrechar la mano que Eadulf le tendio.

Este se encogio de hombros y miro en derredor del cuarto. No tenia nada que llevarse. Todas sus pertenencias se encontraban en la abadia.

– En tal caso, decid a vuestro jefe que estoy en deuda con el y que me asegurare de corresponderle.

– No tiene importancia -respondio el hombre de semblante zorruno.

Eadulf salio del cuarto, y el hombre lo siguio afuera. La fortaleza parecia desierta a la luz fria y blanquecina de un raso amanecer otonal. Una capa de escarcha cubria el suelo, que resbalaba bajo las suelas de cuero de las sandalias. Al ver el vaho que despedia por la boca, se dio cuenta del frio que hacia realmente.

– ?Puedo tomar una capa prestada? -pidio con amabilidad-. Hace frio, y confiscaron el mio en la abadia.

El hombre se impacientaba.

– Vuestra amiga trae ropa para el viaje. No os demoreis. Estara empezando a impacientarse.

Habian llegado a las puertas de la fortaleza, donde habia otro hombre, un centinela que se dispuso a descorrer las trancas y abrir la portalada.

– ?No hay nadie a quien pueda expresar mi gratitud por darme asilo aqui? -insistio Eadulf, pues no le parecia nada cortes irse de la fortaleza de aquella manera.

Tuvo la impresion de que el hombre iba a hacer una observacion aguda, pero una curiosa sonrisa asomo en aquel rostro cadaverico.

– Podreis expresarle vuestra gratitud antes de lo que creeis, sajon.

La portalada se abrio de par en par.

– Vuestra amiga os espera ahi abajo, en el rio -repitio-. Podeis marcharos.

A Eadulf le parecio un tipo hosco, pero incluso asi le sonrio con gratitud y se apresuro a cruzar la puerta. Ante el se extendia un camino sinuoso, que descendia en pendiente desde el otero en el que se alzaba la fortaleza y se adentraba en una zona boscosa a traves de la cual se distinguia la franja gris de agua, a unos cientos metros de alli.

Se detuvo para volverse a preguntar:

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