Fue a dar media vuelta para ir a su camarote, cuando Cian solto la mano con la que se agarraba al marco y la extendio para tocarla. El barco dio una sacudida que lo empujo hacia delante, pero volvio a agarrarse.

– Tenemos que hablar, Fidelma -se apresuro a decir-. Ya no debe haber enemistad entre nosotros.

La curiosa nota de desesperacion en su voz capto la atencion de Fidelma un momento, y vacilo, aunque solo un instante.

– Habra tiempo de sobra para hablar, Cian. Sera un largo viaje… puede que ahora incluso demasiado largo -anadio con acritud.

Entro en su camarote y lo cerro antes de que Cian pudiera responder. Permanecio un momento con la espalda apoyada en la puerta, respirando profundamente, preguntandose a que se debia aquel sudor frio. Jamas habria pensado que un reencuentro con el hiciera resurgir las emociones que tantos meses le habia costado suprimir despues de abandonarla.

No negaba que se habia encaprichado de Cian tras aquel primer encuentro en el Festival de Tara. No; si era honesta, reconoceria que se habia enamorado de el. A pesar de la arrogancia, la vanidad y la soberbia que exhibia por su destreza marcial, Fidelma se habia enamorado de el por primera vez en su vida. Reunia todas las caracteristicas que Fidelma detestaba, pero la atraccion que habia entre ellos no dejaba lugar al buen sentido. Tenian caracteres opuestos e, inevitablemente, como los polos opuestos de dos imanes, se atraian. Era una combinacion destinada al desastre.

Cian era un muchacho a la busca de conquistas, mientras que Fidelma era una chica enfrascada en la idea del amor. En pocas semanas, aquel joven habia sumido su vida en un caos de emociones contradictorias. Hasta Grian reconocio que el interes de Cian por obtener el favor de Fidelma era meramente superficial. Su amiga era joven, atractiva y, sobre todo, una mujer inteligente… y Cian queria jactarse de haberla conquistado. Una vez conseguido, dejaria de importarle. Y Fidelma, fuera o no inteligente, se negaba a creer que a su amante lo movieran tan bajos motivos. Y esa obstinacion en negarlo fue la causa de numerosas discusiones con Grian.

De pronto oyo un gemido estremecedor en la penumbra del camarote, que puso en alerta a Fidelma y la hizo retroceder, haciendola volver bruscamente al presente y olvidar la angustia vertiginosa de los recuerdos. Le costo un momento asimilar donde estaba. Se hallaba en el camarote que Wenbrit le habia indicado, camarote que habria de compartir. Habia entrado y estaba de pie en la oscuridad.

El gemido era agonico, como si alguien sintiera un intenso dolor.

– ?Que sucede? -susurro Fidelma, tratando de fijarse en la direccion de la que provenia el quejido.

Hubo un instante de silencio, hasta que una voz grito con despecho:

– ?Me estoy muriendo!

Fidelma echo una mirada rapida a su alrededor. La oscuridad casi era absoluta.

– ?No hay luz aqui dentro?

– ?Para que hace falta luz cuando alguien se esta muriendo? -reprocho la voz-. De todas maneras, ?quien sois? ?Este es mi camarote?

Fidelma abrio la puerta otra vez para dejar entrar algo de luz del pasillo. Justo a un lado vio el cabo de una vela; salio con este en la mano, de cara al farol tembloroso de fuera. Gracias a Dios Cian habia desaparecido. Tardo unos momentos en encenderlo y regresar.

La luz permitio a Fidelma ver a una mujer echada en la cama inferior de la litera que habia en el camarote. Su habito parecia desarreglado y su rostro era de una palidez cadaverica, aunque todavia bastante atractivo. Era joven, tal vez de algo mas de veinte anos de edad. Junto a la litera habia un cubo.

– ?Estais mareada? -pregunto Fidelma con comprension, consciente de que preguntaba algo evidente.

– Me estoy muriendo -insistio la mujer-. Deseo morir sola. No sabia que iba a ser tan duro.

Fidelma echo un vistazo al camarote, y vio que habian dejado su equipaje sobre la cama superior.

– No puedo dejaros sola, hermana. Yo compartire camarote con vos en este viaje. Me llamo Fidelma de Cashel -anadio alegremente.

– Os confundis. Vos no sois de mi grupo. He asignado camarotes a cada uno de…

– El capitan me ha instalado aqui -se apresuro a explicar Fidelma-, asi que permitidme que os ayude.

Se hizo un silencio y la joven hermana de cara palida solto un fuerte gemido.

– Pues apagad esa vela. No soporto el parpadeo. Y luego id al capitan y decidle que quiero estar sola para morir en la oscuridad. ?Exijo que os vayais!

Fidelma se lamento interiormente. Era justo lo que necesitaba: estar encerrada con una hipocondriaca quejicosa.

– Estoy segura de que os encontrareis mejor arriba, en cubierta que en este espacio cerrado -le aconsejo-. ?Como os llamais, por cierto?

– Muirgel -gruno-. Sor Muirgel de Moville.

Fidelma habia oido hablar de la abadia fundada por St. Finnian un siglo atras a orillas del lago Cuan de Ulaidh.

– Bien, sor Muirgel, veamos que puedo hacer por vos -dijo Fidelma con determinacion.

– Solo quiero que me dejeis morir en paz, hermana -lloriqueo la otra-. ?Por que no buscais otro camarote en el que estar alegre?

– Necesitais aire, aire fresco del mar -la amonesto Fidelma-. La oscuridad y el ambiente cargado del camarote solo empeoraran el mareo.

El lastimoso ser tumbado en la litera hizo arcadas sin responder.

– Dicen que si se concentra la vista en el horizonte, el mareo pasa -aconsejo Fidelma.

Sor Muirgel intento levantar la cabeza.

– Solo os pido que me dejeis sola, por favor -se lamento una vez mas, y anadio con malicia-: Idos a fastidiar a otra.

CAPITULO IV

Fidelma tuvo que reconocer la derrota. De nada servia tratar de sostener una conversacion sensata con una persona en aquel estado. Se pregunto si habria otro camarote disponible. Estar encerrado con cualquier otra persona seria mucho mejor que con alguien atormentado por temores imaginarios. Fidelma solia ser compasiva con los enfermos, pero se negaba a serlo con quienes no aceptaban ayuda cuando se les ofrecia. Decidio ir en busca de Wenbrit y explicarle el problema.

Al salir del camarote, le sorprendio ver al propio Wenbrit bajando por las escaleras. El chico la saludo con una sonrisa, y Fidelma advirtio que le dedicaba un trato ligeramente distinto. Era menos familiar… menos insolente que antes.

– Mis disculpas, senora.

Fidelma enseguida entendio el por que del cambio de actitud, pero disimulo el enfado por que Murchad hubiera revelado su identidad.

– Me he equivocado -anadio Wenbrit con educacion-. Se os debe asignar un

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