camarote distinto, pues no sois del grupo de peregrinos de Ulaidh.

Fidelma sabia que era una falsa excusa. Murchad lo habia decidido justo despues de saber quien era. Y ella no queria privilegios. No obstante, la indisposicion de sor Muirgel y el ambiente cargado hicieron que la idea de un camarote privado fuera muy atractiva. Era coincidencia que le ofrecieran exactamente aquello que se disponia a solicitar.

– La hermana con quien iba a compartir el camarote esta muy mareada - concedio Fidelma-. Quiza me vendria bien uno para mi sola.

Wenbrit sonrio burlonamente.

– Asi que esta mareada, ?eh? Bueno, supongo que hasta los mejores caen enfermos. Y eso que parecia bastante entera al embarcar. No habria imaginado que seria de las que se marearian.

– He intentado decirle que no iba a mejorar quedandose tumbada en un espacio cerrado sin luz ni ventilacion, pero no ha querido aceptar el consejo.

– Ni el mio, senora. Pero cada persona reacciona al mareo de formas distintas.

Wenbrit explico su filosofia con seriedad, como si lo supiera por muchos anos de experiencia. Luego anadio, sonriendo:

– Esperadme aqui. Ire a recoger vuestros abarrotes.

– ?Mis que?

Era la segunda vez que oia aquella palabra desconocida.

Wenbrit puso la cara de quien explica algo a un retrasado.

– Vuestro equipaje, senora. Ahora que estais a bordo de un navio, tendreis que acostumbraros a la jerga de los marineros.

– Vaya. Abarrotes. Muy bien.

Wenbrit fue a llamar a la puerta del camarote del que Fidelma habia salido, desaparecio unos instantes dentro y luego salio con la bolsa.

– Vamos, senora, os acompanare a vuestro camarote.

Dio media vuelta y subio por la escalera de camara que llevaba a la cubierta principal.

– ?No esta en esta cubierta, el camarote? -pregunto Fidelma mientras subian.

– Hay uno disponible en la cubierta de proa. Tiene incluso luz natural. Murchad ha pensado que sera mas adecuado para una… -El muchacho se interrumpio.

– ?Y que va contando Murchad? -pregunto, sabiendo de sobra la respuesta.

El chico parecia verse en un apuro.

– Se supone que no deberia deciroslo.

– Murchad es largo de lengua.

– El capitan solo quiere que esteis comoda, senora -respondio Wenbrit con cierta indignacion.

Fidelma extendio la mano y la apoyo sobre el hombro del chico. Luego le dijo con firmeza:

– Dije a vuestro capitan que no quiero ser tratada con privilegio. Soy una religiosa mas en este viaje. No quiero que se de un trato injusto a los demas. Para empezar, deja de llamarme «senora». Soy sor Fidelma.

El muchacho no dijo nada; se limito a parpadear ante la reprimenda. Y Fidelma se sintio culpable por su frialdad.

– No es culpa tuya, Wenbrit. Es que habia pedido a Murchad que no dijera nada a nadie. Como tu ya lo sabes, ?guardaras el secreto?

El chico asintio con la cabeza.

– Murchad solo queria que estuvierais comoda en su barco -repitio, y anadio a la defensiva-: Tampoco es culpa suya.

– Te gusta tu capitan, ?verdad? -le pregunto Fidelma, sonriendo ante el tono protector del chico.

– Es un buen capitan -respondio Wenbrit a secas-. Por aqui, senora… sor Fidelma.

Por delante de ella Wenbrit cruzo la cubierta principal pasando por debajo del mastil de roble que sostenia la inmensa vela de piel y que seguia crujiendo al viento. Alzo la vista y vio un dibujo pintado sobre la faz de la vela: era una gran cruz roja cuyo centro encerraba un circulo.

El muchacho la vio mirando hacia arriba.

– El capitan pidio que la pintaran -explico con orgullo-. Solemos llevar a tantos peregrinos, que lo considero apropiado.

Siguieron adelante, el primero, ella detras, hasta la parte alta de proa, donde el largo mastil inclinado se alzaba hacia el cielo, que sostenia sobre una verga cruzada la vela de gobierno. Era de menor tamano que la vela mayor, lo cual ayudaba a controlar la direccion de la nave. La proa se alzaba de modo que tenia una zona que alojaba una serie de camarotes a la misma altura que la cubierta superior, como sucedia en la parte de popa. Tambien en la proa unos escalones ascendian a una sobrecubierta. Dos aberturas cuadradas tapadas por rejas daban a la cubierta principal a ambos lados de una entrada que conducia a los camarotes de cada lado.

Wenbrit abrio la puerta y entro. Fidelma le siguio al interior de un pequeno pasillo donde habia tres puertas, una a la derecha, una a la izquierda y otra al fondo. El chico abrio la puerta de la derecha, a estribor (Fidelma retuvo el termino).

– Ahi tiene, senora -anuncio animadamente al abrirla y luego se hizo atras para dejarla pasar.

En comparacion con la luminosidad de cubierta, el camarote parecia oscuro, pero no tanto como los asfixiantes camarotes de la cubierta inferior. Este tenia una ventana con rejas tapada con una cortina de lino que mantenia la intimidad, y podia descorrerse para que entrara mas luz. El camarote solo tenia un camastro, aparte de una mesa y una silla. Era sobrio, pero funcional y, al menos, habia aire fresco. Fidelma miro en derredor con aprobacion. Era mejor de lo que esperaba.

– ?Quien suele dormir aqui? -pregunto.

El chico dejo la bolsa sobre la cama y se encogio de hombros.

– En ocasiones llevamos a pasajeros especiales -respondio, como queriendo desentenderse de la cuestion.

– ?Y quien duerme en el camarote de enfrente?

– ?En babor? Es el camarote de Gurvan -contesto el chico-. Es el oficial de cubierta y es breton. -Senalo hacia la proa, donde estaba la tercera puerta-. Ahi esta el excusado. Lo llamamos la letrina de proa porque esta en la parte delantera. Dentro hay un balde.

– ?Lo usa todo el mundo? -pregunto Fidelma arrugando un poco la nariz de asco al calcular mentalmente cuantas personas habria en el barco.

Wenbrit la miro con una sonrisa burlona al entender por que le hacia la pregunta.

– Procuramos restringir el uso de este. Ya os he mencionado que hay otro retrete en la popa del barco, asi que no creo que vayan a molestaros en demasia.

– ?Y en cuanto al aseo personal?

– ?El aseo personal? -repitio Wenbrit, frunciendo el ceno como si no hubiera pensado en ello.

– ?Acaso nadie se lava en este barco? -insistio Fidelma.

Al igual que muchas personas de su clase, estaba acostumbrada a un bano por las noches y a un breve aseo por las mananas.

El chico sonrio con malicia.

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