direccion que Wenbrit le habia indicado para llegar a lo que llamaban el comedor principal. Siguio la tenue luz de los faroles entre el olor a espacio cerrado.

Habia media docena de personas sentadas a una mesa larga dentro de una amplia sala que se extendia a lo largo del barco. La mesa estaba colocada detras del palo mayor, que atravesaba todas las cubiertas como un arbol. Murchad estaba de pie en la cabecera, con las piernas abiertas para mantener el equilibrio.

Murchad sonrio al verla entrar y, con la mano, le indico que pasara y se sentara en el asiento a su derecha. Este consistia en dos largos bancos a ambos lados de la larga mesa de pino. Los presentes alzaron las cabezas y miraron con curiosidad a la recien llegada.

Al dirigirse a su lugar, vio que la habian colocado frente a Cian. Fidelma se apresuro a saludar con una sonrisa a los intrigados companeros de mesa. Cian se levanto sonriendo con suficiencia para presentarla.

– Como no conoceis a nadie, Fidelma… -empezo a decir sin conocer el protocolo.

Correspondia a Murchad hacer las presentaciones, pero Cian no habia contado con la fuerte personalidad del capitan.

– Si haceis el favor, hermano Cian -lo interrumpio el capitan con fastidio-. Sor Fidelma de Cashel, permitid que os presente a vuestros companeros de viaje. Estas son sor Ainder, sor Crella y sor Gorman. -Senalo a tres religiosas sentadas frente a ella y junto a Cian-. Este es el hermano Cian, y a vuestro lado estan los hermanos Adamrae, Dathal y Tola.

Fidelma inclino la cabeza a modo de saludo general. Mas adelante aquellos rostros y nombres llegarian a significar algo, pero por el momento, la presentacion era una simple formalidad. Cian se habia ofendido y tenia una expresion de fastidio.

Una de las mujeres sentadas junto a el, una religiosa que parecia sumamente joven para emprender un peregrinaje, sonrio a Fidelma con dulzura.

– Parece que ya conoceis al hermano Cian.

Cian se adelanto a responder.

– Nos conocimos hace muchos anos en Tara.

Fidelma sintio las miradas de curiosidad y, a fin de disimular la verguenza, comento a Murchad:

– Veo que es un grupo de solo ocho peregrinos. Creia que eran mas. Ah, hay una tal sor Muirgel, ?verdad? -recordo-. ?Sigue encerrada en su camarote?

Murchad sonrio con gravedad, pero fue la anciana religiosa de rasgos angulosos sentada al final de la mesa quien respondio a su pregunta.

– Me temo que sor Muirgel, asi como otros dos, el hermano Guss y el hermano Bairne, estan indispuestos todavia. ?Conoceis a sor Muirgel tambien?

Fidelma nego con la cabeza y explico:

– La he conocido al embarcar, pero no ha sido en las mejores circunstancias. Ya he visto que no se encontraba bien.

Un monje viejo y palido con el pelo sucio y gris solto un perceptible resoplido de desaprobacion.

– Decid que estan mareados y santas pascuas, sor Ainder. Hay gente que no deberia hacer un viaje por mar si no tiene estomago para ello.

La tercera monja, cuyo nombre Fidelma retuvo, sor Crella, una mujer menuda y joven con rasgos anchos que de alguna forma deslucian el atractivo que en otro caso habria tenido, parecia no aprobar las palabras del monje. Era una joven de temperamento nervioso, pues no dejaba de mirar a su alrededor, como si esperara que alguien fuera a aparecer de un momento a otro. Chasqueo la lengua para reprochar aquellas palabras y, moviendo la cabeza, dijo:

– Tened un poco de benevolencia, por favor, hermano Tola. Es un horrible sufrir, marearse en el mar.

– Existe un remedio de marineros para el mareo -intervino Murchad con humor crudo-, pero no lo recomendaria a nadie. La mejor manera de no marearse es subir a cubierta y fijar la vista en el horizonte, respirar mucho aire fresco. Lo peor que se puede hacer en esas circunstancias es quedarse abajo, encerrado en el camarote. Os aconsejaria que lo transmitierais a vuestros companeros.

Fidelma sintio la satisfaccion de comprobar que el consejo dado antes a sor Muirgel habia sido acertado.

– ?Capitan! -volvio a exclamar sor Ainder, la monja de facciones angulosas-. ?Es necesario remover imagenes de los enfermos y los muertos cuando estamos a punto de comer? Quiza el hermano Cian quiera decir las gratias para proceder a la comida.

Fidelma levanto la vista con expectacion. La idea de que Cian fuera un religioso y se encargara de recitar las gratias era algo que jamas habria imaginado.

El antiguo guerrero se ruborizo, consciente al parecer de la mirada inquisitiva de Fidelma, y se volvio hacia el hermano austero y anciano.

– Que el hermano Tola pronuncie las gratias -rezongo con frialdad, alzando la mirada hacia Fidelma con desafio-. Son pocas las cosas que debo agradecer -anadio en un susurro dirigido solo a ella.

Fidelma no se molesto en responder. Murchad, que oyo el comentario, arqueo las espesas cejas, pero no dijo nada.

El hermano Tola junto las manos y entono en una fuerte voz de baritono:

– Benedictos sit Deus in Donis Suis.

Todos respondieron de forma automatica:

– Et sanctus in omnis operibus Suis.

Durante la comida, Murchad se puso a explicar, como ya lo habia hecho a Fidelma, cuanto duraria el viaje segun sus calculos.

– Cabe esperar que seremos honrados con buen tiempo hasta el puerto en el que desembarcareis. Este no queda lejos del santo lugar al que os dirigis. Es un viaje no muy largo por el interior.

Se produjo un murmullo de excitacion entre los peregrinos. Uno de los dos jovenes hermanos, a los que Fidelma habia visto antes en la cubierta principal, un muchacho llamado Dathal, segun ella recordaba, se inclino hacia delante con el mismo gesto de animacion que tenia mientras hablaba con su companero en cubierta.

– ?Esta el santo lugar cerca del sitio donde Bregon construyo la gran torre?

Por lo que habia dicho, era evidente que el hermano Dathal estudiaba las antiguas leyendas gaelicas, pues segun contaban los antiguos bardos, los antepasados del pueblo de Eireann habian vivido en el reino de los suevos y, muchos siglos atras, habian vigilado el pais desde una elevada torre construida por su jefe, Bregon. El sobrino de Bregon, Golamh, tambien llamado Mike Easpain, encabezo a su pueblo en la gran invasion que les aseguro los Cinco Reinos.

Murchad sonrio con gusto. Diversos peregrinos le habian hecho aquella misma pregunta otras tantas veces.

– Eso cuenta la leyenda -respondio con buen humor-. No obstante, debo advertiros de que no hallareis vestigio alguno de tal colosal edificio aparte de un gran faro romano llamado la Torre de Hercules, y no de Bregon. La Torre de Bregon debio de ser muy, muy alta, ciertamente, para que un hombre pudiera ver la costa de Eireann desde el reino de los suevos.

Hizo una pausa, pero al parecer nadie supo apreciar su broma. Su voz se volvio grave al anadir:

– Ahora quisiera aprovechar que estamos reunidos para deciros unas cuantas cosas que habreis de comunicar a los companeros que no han podido unirse a nosotros en esta primera comida. Hay una serie de normas que deben contemplarse en este navio.

Vacilo antes de proseguir:

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