– Los libros no son para la gente como tu y como yo. Destruyen la felicidad, destruyen la vida.

– No me creo que hables en serio -protesto Fidelma.

Cian se encogio de hombros con indiferencia.

– Es lo que pienso. Crean falsas ilusiones a la gente, les hacen imaginar un futuro imposible, o un pasado que nunca tuvieron. De todos modos, dentro de poco estare de regreso a Tir Eoghain con mi compania de guerreros al servicio de Cellach, el rey supremo. No tendre tiempo de pensar en cosas como el matrimonio, y mucho menos en la posibilidad de establecerme. Creia que ya lo sabias desde el primer momento. No soy de la clase de personas a las que se puede poseer o que se comprometan.

Fidelma se incorporo de golpe en la cama, sintiendo un frio interior.

– Yo no quiero poseerte, Cian. Mi intencion era labrar un futuro contigo. Creia… creia que compartiamos algo.

Cian se rio, asombrado.

– Pero claro que compartimos algo. Disfrutemos de lo que compartimos. En cuanto a lo demas… ?no conoces el pareado?: «Casaras y amansaras».

– ?Como puedes ser tan cruel? -se exclamo Fidelma, horrorizada.

– ?Te parece cruel ser realista? -pregunto el.

– Te juro, Cian, que no se que lugar ocupo en tu vida.

El le sonrio burlonamente.

– ?De veras? Pues no puede estar mas claro.

Fidelma no daba credito a su crueldad. No creia en las palabras que acababa de decirle. No queria creerle. Se dijo que Cian debia de estar fingiendo por falta de madurez. El la queria de verdad. Estarian juntos. Ella lo sabia. Entonces Fidelma aun poseia una vanidad juvenil que le impedia reconocer que sus sentimientos no se basaban en un razonamiento consistente. Asi que siguieron viendose segun y cuando a Cian le parecia que debian hacerlo.

* * *

Fidelma estaba apoyada sobre la baranda de proa, contemplando la infinita expansion de oceano que tenian ante si. Habia llegado hasta alli sin darse cuenta, inmersa en los recuerdos.

Dio un respingo cuando sintio que una mano le tocaba el hombro.

– ?Muirgel? -pregunto una voz grave y masculina.

Fidelma se volvio con curiosidad.

Se trataba de un joven religioso de unos veinticinco anos, segun supuso Fidelma nada mas verlo. El viento agitaba su pelo ralo, de color castano. Tenia un rostro infantil y colorado, con pecas y oscuros ojos marrones, que abrio con un gesto de consternacion al ver a Fidelma.

– Pensaba que… disculpad -murmuro, incomodo por la confusion-. Buscaba a sor Muirgel. Estabais de espaldas y he pensado… bueno…

Fidelma decidio aliviar el bochorno de aquel joven monje.

– No tiene importancia, hermano. La ultima vez que vi a sor Muirgel fue abajo. Supongo que esta mareada e indispuesta. Me llamo Fidelma. No nos hemos visto antes, ?verdad?

El joven inclino la cabeza con una reverencia extrana y formal.

– Yo soy el hermano Bairne de Moville. Disculpad por haber interrumpido vuestros pensamientos, hermana.

– Quizas era necesario que alguien los interrumpiera -murmuro Fidelma.

– ?Como? -pregunto el hermano Bairne, desprevenido.

– No tiene importancia. Estaba pensando en insignificancias. ?Os encontrais mejor ya?

El joven fruncio el ceno.

– ?Mejor? -repitio.

– Tenia entendido que no os habiais unido a nosotros en la comida porque tambien estabais mareado.

– Oh… oh, si. Tenia el estomago un poco revuelto, pero ahora estoy mejor, aunque no creo que este recuperado todavia para comer -dijo con una mueca compungida.

– Bueno, no sois el unico.

– ?Sigue en el camarote sor Muirgel?

– Supongo que si.

– Gracias, hermana.

Y el hermano Bairne se marcho con un correteo hacia popa, tras acabar la conversacion con una brusquedad rayana en lo grosero.

Fidelma miro alejarse al monje y se desentendio de el. Esperaba que la primera impresion que le habian causado los peregrinos fuera equivocada. Por el momento tenia mas en comun con Murchad y la tripulacion que con sus companeros de viaje. De haber podido conocer el futuro y saber que Cian iba a viajar a bordo, jamas habria puesto un pie en el Barnacla Cariblanca.

Fidelma reprimio un escalofrio; el viento empezaba a ser frio. Habia aumentado hasta ser una fuerte brisa que azotaba las velas como un latigo. Tuvo que apartarse unos mechones de los ojos.

– Empieza a hacer viento, ?eh?

Se volvio al oir aquella voz juvenil. Era Wenbrit, que pasaba con un cubo de piel en la mano, saludandola con una sonrisa.

– Se esta levantando bastante, si -respondio ella.

El grumete se acerco a ella.

– Creo que se nos viene encima una buena malina -le confio-. Asi sabremos quienes son los verdaderos marineros entre los peregrinos.

– ?Como sabes que el tiempo va a empeorar? -pregunto Fidelma, suponiendo que Wenbrit se referia a que se estaba fraguando una tempestad.

Wenbrit se limito a senalar con la cabeza la vela mayor y, al mirar hacia donde le indicaba, Fidelma vio como el viento hinchaba y hacia crujir la vela. Luego el chico le toco el brazo y senalo hacia el noroeste. Fidelma se volvio en aquella direccion y vio a que se referia. Por encima de un mar cada vez mas oscuro se aproximaba con rapidez una masa de nubes negruzcas. Al observarlas, le parecio que se amontonaban unas sobre otras con afan de precipitarse cuanto antes sobre la nave.

– ?Una tormenta? ?Es peligrosa?

Wenbrit apreto los labios con un gesto de indiferencia.

– Todas las tormentas son peligrosas -dijo, encogiendose de hombros, como si diera poca importancia al cielo ennegrecido.

– ?Y que se puede hacer?

Fidelma estaba perpleja ante el espectaculo amenazador que se avecinaba. El muchacho la miro un instante y parecio ablandarse, porque dijo a continuacion para tranquilizarla:

– Murchad tratara de ir por delante, ya que sopla en la direccion a la que nos dirigimos. Con todo, para vuestra comodidad, lo mejor sera que bajeis a vuestro camarote, senora, y que yo baje a avisar a los demas de que asi lo hagan tambien. Creo que dentro de una hora el viento ya sera un vendaval. Aseguraos de guardar cuanto este suelto y pueda moverse por el camarote y lastimaros.

A su pesar y a pesar de haber viajado varias veces por mar, al descender al camarote Fidelma sintio que se le aceleraba el corazon, asi como la respiracion.

Y sucedio tal cual Wenbrit habia predicho. El viento fue ganando fuerza y la superficie del mar se cubrio de espuma. El barco empezo a mecerse y a subir y bajar como si fuera un objeto atrapado en las fauces de un can gigantesco que lo zarandeaba. Siguiendo las instrucciones de Wenbrit, Fidelma procuro asegurar todo cuanto estuviera suelto en su camarote. Luego se sento a esperar la tempestad inminente. A pesar de la advertencia de Wenbrit, no estaba preparada para hacer frente a la violencia que azoto al barco. En

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