un momento dado, se levanto y atraveso el camarote para mirar con inquietud la cubierta por la ventana. Pero casi habia oscurecido; los nubarrones habian eclipsado la luz del sol.

Sobre el ulular del viento oyo que llamaban a la puerta; esta se abrio. Fidelma se volvio sin soltarse del marco de la ventana y vio a Wenbrit balanceandose en el umbral. Este miro a su alrededor, vio que todo estaba guardado y, con una sonrisa de aprobacion, le explico:

– Queria asegurarme de que estais bien. -Parecia muy tranquilo ante aquella fuerza de la naturaleza-. ?Todo bien?

– Dentro de lo que cabe, si -respondio Fidelma, que se volvio y, sin darse cuenta, se precipito al camastro a causa de la inclinacion del barco.

– La tormenta ya ha llegado -anuncio Wenbrit pese a no ser necesario-. Es mas fuerte de lo que esperaba el capitan, y esta intentando virar para dejar la proa al filo del viento, pero ahora hay mar gruesa. Nos expondremos a un buen temporal, asi que le ruego permanezca aqui. Es peligroso moverse por el barco si no se esta acostumbrado a las tormentas en el mar. Luego le traere algo para llevarse a la boca. No creo que nadie vaya a querer sentarse a comer.

– Gracias, Wenbrit. Eres muy considerado. Algo me dice que prescindiremos de comer mientras dure el temporal.

El muchacho vacilo un momento en el umbral.

– Si necesitais algo, dad una voz.

Fidelma entendio que Wenbrit se referia con aquella extrana frase a que lo avisara. Asintio con la cabeza.

– De acuerdo. Si necesito algo os vendre a buscar.

– No -corrigio el nino con vehemencia-. Permaneced en el camarote durante la tormenta. Avisad a alguno de los marineros y no os aventureis a salir a cubierta. Si hasta nosotros, los marineros, llevamos cuerdas de salvamento durante embates como este.

– Lo tendre en cuenta -le aseguro.

El chico hizo aquel curioso saludo marinero llevandose los nudillos a la frente y desaparecio.

El frio y la oscuridad lo impregnaron todo pese a ser pasado el mediodia. Fidelma no tenia nada mejor que hacer aparte de esperar sentada en la litera con una manta sobre los hombros. Estaba incluso demasiado oscuro para intentar leer. Habria deseado tener a alguien con quien hablar. Vio que el gato del barco estaba ovillado sobre la cama y se consolo con aquel cuerpecillo calido, negro y peludo. Extendio una mano y le acaricio la cabeza. El felino la levanto, parpadeo con ojos sonolientos y la miro para luego emitir un ronco y suave ronroneo.

– Tu estas acostumbrado a este tiempo feo, ?eh, senor de los ratones?

El gato agacho la cabeza, dio un largo bostezo y volvio a adormecerse.

– No eres muy parlanchin que digamos -le reprocho Fidelma.

Y se echo en la cama junto al gato, tratando de aislarse del agonizante aullido del viento a traves de las jarcias y las velas y del oleaje. Distraidamente, rasco al gato tras una oreja y este acentuo el ronroneo. De la nada, un viejo proverbio le vino al pensamiento: «Los gatos, como los hombres, gustan de adular».

Volvia a estar pensando en Cian.

* * *

Cuando Fidelma se desperto, el viento aun gemia y el barco aun brandaba. El gato seguia estando caliente y comodo a su lado. Si hubiera hecho caso a su amiga Grian, si hubiera escuchado las advertencias sobre lo superficial que Cian era por naturaleza… Se habria ahorrado muchos anos de amargura y resentimiento. Entonces, sin saber como, se le ocurrio que aquellos sentimientos no iban dirigidos, como siempre habia creido, a Cian, sino a ella misma. Fidelma habia estado furiosa consigo misma, se culpaba a si misma por su propia estupidez, por su necia vanidad.

El viento ganaba fuerza, gemia y se lanzaba contra las velas. Lejos, en alguna parte, una debil voz gritaba. Fidelma notaba que el barco ascendia remontando cada ola y descendia a continuacion, al deslizarse sobre las aguas tumultuosas del mar. Salto de la litera dejando a Luchtighern acurrucado como un ovillo, profundamente dormido, ajeno a la tempestad. Sirviendose de lo que hubiera a mano para asirse, Fidelma consiguio llegar a la ventana. Aparto la cortina de lino, que estaba empapada, y miro a la cubierta. Un golpe de agua fina le rocio la cara. Parpadeo y levanto una mano para limpiarse los ojos, perdiendo un poco el equilibrio al bajar la cubierta sobre la que estaba. Fuera reinaba la oscuridad. La tarde habia dado paso a la noche. Miro al cielo, pero no vio ni atisbo de luna o estrellas. Supuso que las nubes bajas y cargadas las tapaban.

El viento ahora bramaba a su paso entre los obenques; al otro lado de la baranda de madera, se veian las crestas de las olas, blancas, azotadas por ventadas furiosas que las desmenuzaban en espumaje. Advirtio que la proa, donde estaba su camarote, debia de ascender sobre las olas a gran altura, pues cascadas de agua estallaban sobre la cubierta superior.

Sombras oscuras jalaban los cabos alrededor del palo mayor. Maravillada, Fidelma observaba a las siluetas masculinas haciendo frente a los vientos incontrolables, el cabeceo del navio y los torrentes de agua. De pronto, un golpe de mar inclino la nave hasta casi volcarla. La brusca sacudida lanzo a Fidelma contra una de las paredes del camarote, pero consiguio agarrarse al borde de la ventana y recupero el equilibrio. Otra corriente de agua se estrello contra las cubiertas; Fidelma penso que los marineros habrian caido por la borda, pero al dispersarse el agua vio que resurgian de entre el diluvio, bien agarrados a los cabos.

Un segundo bandazo la obligo a asirse a la reja para no perder el equilibrio. Tuvo un momento de desesperacion insoportable. Queria salir a cubierta, ayudar a los hombres, hacer algo… Se sentia inepta ante una fuerza de la naturaleza de la que nada sabia. Con todo, era consciente de que no podia hacer nada. Los marineros estaban preparados y sabian bregar con los caprichos del mar. Ella no. Solo podia volver al camastro y confiar en que el barco soportara la tormenta.

Tras correr la cortinilla de lino para volver a la cama, oyo con toda claridad el grito de: «?Tripulacion a cubierta! ?Tripulacion a cubierta!».

Fue una llamada aterradora. El panico se apodero de ella y corrio a abrir la puerta del camarote. Una voz que no reconocio le grito sobre el estruendo de la tempestad:

– Atras, senora. Estareis mas segura en el camarote.

A su pesar, Fidelma cerro la puerta y volvio al camastro donde, mas que sentarse, se dejo caer. La tormenta persistia. No sabia cuanto tiempo estaria en aquella postura, medio recostada. Curiosamente, la furia de la tempestad se volvio soporifera. Sin nada que hacer salvo pensar, las sacudidas constantes, los golpes de mar, el ulular del viento formaron al rato un unico sonido por el que Fidelma se dejo hipnotizar. Aletargada, su mente volvia a buscar a Cian. Y mientras pensaba en el, le invadio el sueno.

CAPITULO VII

Fidelma se habia levantado, lavado y vestido, y estaba dando los ultimos toques con el cepillo cuando llamaron a la puerta del camarote.

Era el oficial de cubierta breton, Gurvan.

– Disculpadme, senora.

Fidelma suspiro para si al oir el tratamiento. Era indiscutible ya que el barco entero se habia enterado de que era hermana del rey de Muman. Gurvan paso por alto su gesto de irritacion y prosiguio:

– Queria comprobar que os habiais recuperado tras la tormenta y que todo esta en orden.

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