estaba bien. Incluso fue a vuestro camarote.

– No, al mio no vino.

– Con vuestro permiso, senora -requirio Murchad-, el me ha dicho que se asomo a vuestro camarote, pero vio que dormiais.

?De modo que aquello la habia despertado!: una puerta cerrandose con suavidad. La enfurecio que Cian, de entre todos, hubiera entrado en su camarote mientras dormia, y se sintio ultrajada por ello.

– Proseguid -dijo, decidida a asegurarse de que no se le volviera a permitir el acceso a su camarote.

– Bueno, resulta que el hermano Cian no encontraba por ninguna parte a un miembro del grupo. Tampoco estaba en su camarote. Al acudir a mi y contarme lo que se temia, he ordenado a Gurvan una busqueda rigurosa en todo el barco. Pero no ha encontrado nada. Acabo de ordenar una segunda busqueda.

Aquello explicaba, pues, la curiosa visita de Gurvan a su camarote momentos antes. Como si hubieran invocado su presencia, Gurvan aparecio por la cubierta, bamboleandose.

Murchad lo miro con ojos preocupados, y el oficial respondio negando con la cabeza a la pregunta que el capitan no habia pronunciado.

– De proa a popa, patron. Ni rastro. -Gurvan era hombre de pocas palabras.

Murchad miro a Fidelma con congoja.

– Era la ultima oportunidad de encontrarla.

Tenia la esperanza de que el miedo la hubiera llevado a buscar algun hueco en el barco para esconderse.

Fidelma sintio cierto abatimiento. No era un principio auspicioso para un peregrinaje. La primera noche fuera de Ardmore, y perdian un peregrino.

– ?De quien se trata? -pregunto-. ?Quien es la persona que falta?

– Es sor Muirgel. Mejor sera que bajemos: los demas estan tomando el desayuno. Mas vale que de la triste noticia a sus companeros. No quiero perder mas pasajeros en esta travesia.

Dejo a Gurvan al mando del barco mientras el estuviera abajo. Afectada, Fidelma siguio al capitan por la escalera de camara.

El dia anterior, sor Muirgel apenas podia levantar la cabeza de la litera de tan mareada que estaba. La idea de que, en medio de aquella tempestad tremebunda, la joven y palida monja hubiera sido capaz de salir de su camarote, subir a cubierta sin que nadie la viera y caer al mar, era sumamente asombrosa.

En el camarote del comedor de oficiales, el joven Wenbrit servia una comida compuesta de pan, fiambre y fruta a los peregrinos congregados. Fidelma advirtio al momento que el hermano Bairne se habia unido al grupo en esta ocasion. Dadas las circunstancias, murmuraron un saludo poco caluroso cuando Fidelma se sento a la mesa y Murchad fue a ocupar la cabecera. Era indudable que todos ya estaban al corriente de la desaparicion de sor Muirgel. Cian fue el primero en pedir noticias a Murchad.

– Me temo que tengo muy malas nuevas que comunicaros -empezo diciendo el capitan-. Puedo confirmar que sor Muirgel no esta a bordo. Se ha realizado una busqueda minuciosa por toda la embarcacion. La unica explicacion que queda es que una ola se la llevo por la borda durante la tormenta de anoche.

Se impuso un silencio desalentador entre los comensales. Entonces, una de las religiosas -a Fidelma le parecio que fue sor Crella, la hermana de rostro ancho- emitio un sonido parecido al de un sollozo contenido.

– Jamas habia perdido a un pasajero -siguio diciendo Murchad con gravedad-. Y no pienso perder otro. Por consiguiente, me veo obligado a repetiros que debereis permanecer en vuestros respectivos camarotes, o entre cubiertas, si vuelve a haber temporal. De darse el caso, solo se os permitira subir a cubierta bajo mis ordenes expresas. Por supuesto, mientras haga bonanza, podreis subir a cubierta, pero solo cuando alguno de mis hombres pueda vigilaros.

Con gesto de contrariedad, Adamrae, el hermano pelirrojo, protesto:

– Somos adultos, capitan, no ninos. Hemos pagado el pasaje, y no esperamos que nadie nos tenga encerrados como si fueramos… delincuentes -dijo tras hacer una pausa para dar con la palabra adecuada.

Cian movia la cabeza en senal de asentimiento.

– El hermano Adamrae tiene cierta razon, capitan.

– Ninguno de vosotros sois navegantes preparados -objeto Murchad con brusquedad-. La cubierta de un barco puede ser peligrosa con mal tiempo si no se sabe como actuar.

Cian enrojecio, molesto.

– No todos hemos pasado la vida enclaustrados entre las paredes de una abadia. Yo fui guerrero y…

El adusto hermano Tola levanto la voz para interrumpirlo, entrando asi en el debate:

– Solo porque una necia que, a decir de todos, estaba demasiado mareada para saber que se hacia, subiera a cubierta cuando no tocaba y cayera luego al agua no significa que todos tengamos que pagarlo.

Sor Crella solto una exclamacion con enfado. Se puso en pie de un salto e, inclinada sobre la mesa, exigio:

– ?Retirad esas palabras, hermano Tola! Muirgel era hija de la nobleza, ante la cual, de no haber llevado vos ese habito marron y artesanal, habriais tenido que arrodillaros. Muirgel era mi prima. ?Como osais insultarla? -pregunto en un tono que habia subido hasta el histerismo.

Sor Ainder, alta e imponente, se levanto sin esfuerzo aparente, aparto a Crella de la mesa y la llevo con ella hacia la zona de los camarotes, emitiendo sonidos extranos, como una madre que reconforta a su hija.

El hermano Tola permanecio en su lugar, incomodo por la reaccion que habia provocado.

– Solo intentaba decir, como el hermano Adamrae, que hemos pagado un dinero por el pasaje. ?Y si nos negamos a obedecer esa orden?

– El capitan tendra derecho a encerraros -respondio Fidelma en un tono bajo, pero que penetro el murmullo suscitado por las palabras de Tola, hasta que decayo en un silencio sepulcral mientras todos se volvian hacia ella.

El hermano Tola la miraba con un gesto cenudo, claramente indignado por lo que el considero una impertinencia.

– No me digais… ?y con que derecho? -quiso saber-. ?Y como lo sabeis?

Fidelma miro a Murchad, como si no hubiera oido las preguntas.

– ?Sois el dueno de este barco, Murchad?

El capitan respondio asintiendo con un golpe seco de cabeza, aunque parecia desconcertado por la pregunta.

– ?Y en que puerto estais matriculado?

– Ardmore.

– Por tanto, a efectos practicos, la embarcacion esta sujeta a las leyes de Eireann.

– Supongo -asintio Murchad sin convencimiento, pues no sabia adonde queria ir a parar su pasajera.

– En tal caso, ahi esta la respuesta a la pregunta del hermano Tola -explico sin molestarse en mirar a este.

El hermano Tola no quedo satisfecho.

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