– Gracias, estoy bien -asintio Fidelma, y luego vacilo.

Recordaba vagamente que alguien la habia despertado poco antes del alba, al amainar la tormenta. Tenia la vaga sensacion de que alguien habia abierto la puerta del camarote, se habia asomado y la habia cerrado otra vez. El agotamiento le habia impedido abrir los ojos siquiera y se habia vuelto a dormir en el acto.

– ?Habeis entrado antes? -pregunto al muchacho.

– Yo no, senora -aseguro el oficial-. Los demas no tardaran en desayunar; lo digo por si quereis uniros a ellos -la invito y, tras hacer amago de irse, se volvio hacia ella para anadir-: Espero no haber pecado de malos modales al ordenaros que volvierais a vuestro camarote durante la tempestad.

De modo que Gurvan era quien se hallaba al otro lado de la puerta cuando el momento de panico la empujo a subir a cubierta.

– En absoluto. Yo soy quien no debiera haber intentado salir a cubierta; pero es que estaba preocupada.

Gurvan le sonrio con timidez, tocandose la frente.

– Serviran el desayuno en un momento, senora -repitio.

Fidelma penso que debia de haberse dormido.

– Muy bien. Ahora ire.

El oficial de cubierta se retiro. Fidelma lo oyo entrar en el camarote de enfrente y cerrar luego la puerta.

Al salir del camarote, Fidelma se maravillo ante lo que vieron sus ojos. Era como si se hubieran adentrado en una nube, pues una espesa niebla envolvia el Barnacla Cariblanca. Apenas si podia distinguir la parte superior del mastil, y mucho menos la popa. Habia visto algo parecido otras veces, pero normalmente en lo alto de una montana, cuando tales nieblas descendian repentinamente. Siempre era preferible detenerse y esperar a que se disiparan a menos que uno conociera la ruta mas segura por la que descender.

Reinaba un silencio extrano y resonante, y el suave soplo del mar acariciaba toda la embarcacion. La bruma formaba remolinos y volutas como el humo de una hoguera. Sin embargo no se disipaba, lo cual le parecio extrano. Sentia la necesidad incontrolable de dispersar aquella niebla, pues se movia con facilidad al pasar la mano.

De pronto Gurvan volvio a salir del camarote.

– Es bruma -explico innecesariamente-. Ha aparecido despues de la tormenta. Creo que tiene algo que ver con las aguas calidas de esta zona y el frio de la tempestad. No hay nada que temer.

– No tengo miedo -le aseguro Fidelma-. Ya he visto esta niebla en otras ocasiones. Sencillamente me ha sorprendido, tras la tormenta de anoche.

– El sol no tardara en disiparla al subir y calentar el aire.

Gurvan se volvio a decir algo a un par de marineros, a los que apenas se vislumbraba en medio de aquella atmosfera misteriosa. Estaban sentados de piernas cruzadas en la cubierta, cosiendo al parecer unas piezas de lona.

Fidelma se abrio paso entre la niebla de la cubierta para dirigirse a la popa del barco. Le sorprendia que, tras el tiempo fortunoso de la noche anterior, soplara contra sus mejillas un viento suave que hacia flamear con languidez la vela mayor, como si fuera un aleteo que resonara en el silencio. El barco estaba quieto, lo cual indicaba que, bajo el manto de niebla, el mar estaba plano y tranquilo. En la penumbra, no observo danos causados por la tormenta. Todo parecia limpio y en orden.

Como apenas era capaz de ver unos pocos metros por delante y caminaba deprisa, Fidelma choco contra una figura envuelta en un habito con el capuchon sobre la cabeza. La figura murmuro con el topetazo.

– Lo lamento mucho, hermana -se disculpo Fidelma al ver que era una de las monjas.

Le resulto familiar, pero para su sorpresa, la figura mantuvo el rostro apartado, musito algo incomprensible y desaparecio entre la niebla. Fidelma quedo boquiabierta ante semejante falta de educacion, y se pregunto cual de todas era incapaz de responder a una disculpa cortes.

El capitan Murchad hizo aparicion delante de ella. Descendia por los escalones de madera de la cubierta de popa a la principal. Al reconocerla, el capitan levanto la mano a modo de saludo.

– Una manana curiosa, senora -le dijo al acercarse a ella, que reparo en que parecia irritado-. ?Habeis visto cosa semejante alguna vez?

– Alguna que otra vez en las montanas -asintio ella.

– Claro, en las montanas -afirmo Murchad-. Pero no tardara en escampar. El sol ascendera, y el calor disipara la bruma. -No parecia tener intencion de bajar a entrecubiertas-. ?Como ha encajado la malina? -pregunto de pronto.

– ?La malina? -repitio Fidelma, y al instante recordo que asi llamaban los marineros a las tempestades-. Al final me he quedado dormida, pero mas por agotamiento que por otra cosa.

Murchad solto un largo suspiro.

– Ha sido una malina de cuidado. Me ha desviado medio dia o mas del rumbo. Nos ha empujado hacia el sureste, mucho mas hacia el este de lo que pretendia. -Parecia preocupado y nada contento.

– ?Supone eso un problema? -se intereso Fidelma-. Seguro que a nadie le importara viajar un dia mas a bordo.

– No es eso…

La duda del capitan, asi como su renuencia a descender a entrecubiertas para reunirse con el resto desconcerto a Fidelma.

– Entonces, ?donde esta el problema, Murchad? -insistio.

– Me temo… que hemos perdido un pasajero.

Fidelma lo miro sin comprender del todo.

– ?Que hemos perdido un pasajero? ?Os referis a uno de los peregrinos? Pero, ?que quereis decir con «perdido»?

– Por la borda -explico laconicamente.

Fidelma quedo impresionada.

Tras unos instantes sin decir nada, Murchad anadio:

– Hicisteis bien en quedaros en el camarote durante la tempestad, senora. Los pasajeros no pueden subir a cubierta con semejante braveza. Tendre que imponerlo como norma para que se cumpla. Jamas habia perdido a nadie por la borda en mi vida.

– ?Quien ha sido el desafortunado? -pregunto Fidelma sin aliento-. ?Como ha sucedido?

Murchad encogio y dejo caer los hombros para expresar desconocimiento.

– ?Como? No lo se. Nadie ha visto nada.

– ?Y como sabeis que alguien cayo al agua?

– Lo ha sugerido el hermano Cian.

Fidelma fruncio el ceno.

– ?Y que tiene el que ver con esto?

– Ha venido a verme al poco de amanecer. Por lo visto se considera el responsable de los peregrinos a bordo de este barco… se presta a ser su portavoz.

Fidelma mostro su discrepancia con un resoplido y dijo luego con severidad:

– Os aseguro que carece de autoridad alguna para hablar por mi.

Murchad siguio su relato sin atender a la queja.

– Tras la tormenta, penso que le correspondia comprobar que todo el mundo

Вы читаете Un acto de misericordia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×