habia cerrado con llave la puerta del camarote. Tuve que llamar e identificarme para que me abriera.

Fidelma se volvio a mirar el pestillo de la puerta.

– Pensaba que estas puertas no podian asegurarse cerradas -senalo.

El chico cogio el farol para levantarlo de manera que Fidelma viera mejor y le indico:

– Mirad los aranazos. Basta con colocar aqui un trozo de madera, o el extremo de uno de esos crucifijos que llevais los religiosos, para que el pestillo no pueda levantarse: con esto la puerta ya no puede abrirse.

Fidelma dio un paso atras.

– ?Y sor Muirgel aseguro la puerta de este modo?

– Si. Estaba mareada y asustada. Es imposible que saliera a pasear por la cubierta con semejante tempestad y en su estado.

– ?Volviste a verla luego?

– No. Volvi a mi camarote a dormir. No me movi de la cama hasta el amanecer.

– ?No estuviste en cubierta durante el temporal?

– No me corresponde subir a menos que el capitan lo especifique.

– De modo que no volviste a ver a sor Muirgel.

– No. Me desperto un monje que estaba registrando el barco justo despues del alba. Le oi decir a los demas que echaba en falta a sor Muirgel. Era el hombre con el que habeis hablado hace un momento. Entonces oi al capitan diciendo que si no estaba en el barco podia haber caido al agua durante la noche. Para el era la unica explicacion posible.

– Bueno, Wenbrit -pregunto Fidelma con curiosidad-, ?y tu que piensas de todo esto? ?Tienes otra explicacion?

– Yo solo digo que sor Muirgel no estaba en condiciones para subir a cubierta, y menos con la mala mar que habia anoche.

– La desesperacion hace que la gente haga cosas incomprensibles -comento Fidelma.

– Pero no una cosa como esta -senalo Wenbrit.

– ?Y que opinas tu?

– Opino que se encontraba demasiado mal para valerse por si misma; su vestidura tiene un rasgon y esta llena de manchas de sangre. Si cayo al agua, no fue por accidente.

– Entonces, ?que crees que sucedio?

– Creo que primero la mataron y luego la arrojaron al mar.

CAPITULO IX

Quedaron unos instantes en silencio mientras Fidelma consideraba las implicaciones del hallazgo.

– ?Habeis dicho ya al capitan algo de esto? -pregunto finalmente.

Wenbrit nego con la cabeza y respondio:

– Al enterarme de que conociais las leyes, pense que antes debia hablar con vos. No he dicho ni pio a nadie mas.

– En tal caso tendre que hablar con Murchad. Quiza lo mas sensato sea que no digamos nada a los otros. Es preferible que sigan pensando que sor Muirgel cayo al agua -sugirio Fidelma cogiendo el habito para examinarlo otra vez-. Me lo llevare -decidio.

De entrada habia algo desconcertante: que la prenda estuviera rasgada hacia pensar que habian atacado y asesinado violentamente a sor Muirgel con un cuchillo. Sin embargo, habia demasiada poca sangre en ella. No la cantidad que cabia esperar de las heridas profundas que sugerian los cortes en la tela. Y si despues el asesino pretendia echar el cuerpo de sor Muirgel al agua, ?para que iba a molestarse en quitarle el habito? ?Y para que dejarlo bajo la litera, donde alguien lo hallaria con toda seguridad?

Fidelma encontro a Murchad en su camarote. Rapidamente, lo informo del descubrimiento de Wenbrit.

– ?Que sugeris que hagamos, senora? -pregunto Murchad con preocupacion-. Jamas habia ocurrido algo asi a bordo de mi barco.

– Como explicaba antes, vos sois el capitan y bajo la Muirbretha, teneis los derechos propios de un rey y un jefe brehon mientras el barco este en el mar.

Murchad la miro con una media sonrisa.

– ?Yo? No tengo nada de rey ni de jefe brehon. Pero aunque me corresponda estar al mando de este navio, no sabria que medidas tomar para dar con el responsable de este acto.

– Vos sois el representante de la ley y el orden en esta embarcacion -insistio ella.

Murchad extendio las manos a ambos lados.

– Pero, ?que puedo hacer? ?Exigir que el culpable se muestre entre los pasajeros?

– Todavia no sabemos a ciencia cierta que el culpable sea uno de los pasajeros.

Murchad arqueo las cejas.

– Mi tripulacion -bramo con indignacion- me ha acompanado durante anos. No: esta malignidad embarco con esos peregrinos. Se lo aseguro. Debeis darme consejo, senora.

Parecia tan perplejo e irresoluto, que Fidelma accedio a ayudarle en el apuro.

– Podriais solicitarme que investigara; dadme autoridad para hacerlo en vuestro nombre.

– Pero si, como decis, alguien mato a esa mujer y la tiro al agua durante la tormenta, sera imposible descubrir la verdad.

– Eso no lo sabremos hasta que no iniciemos la investigacion.

– Podriais poner en peligro vuestra vida, senora. Un barco es un lugar pequeno con pocos rincones donde esconderse. Y cuando el asesino sepa que andais tras la pista…

– Tambien acontece a la inversa: igualmente para un asesino el barco es un lugar pequeno en el que es dificil esconderse.

– No me gustaria que la hermana de mi rey estuviera en peligro.

Fidelma quiso darle confianza.

– He corrido riesgos en diversas ocasiones, Murchad. Decidme pues: ?tengo vuestro consentimiento?

El capitan se froto la mandibula, cavilando.

– Si estais segura de que es el modo correcto de proceder, teneis mi consentimiento por descontado.

– Excelente. Iniciare una investigacion, pero mantendremos en secreto la sospecha de asesinato por el momento. No diremos a nadie que hemos encontrado el habito de sor Muirgel. ?De acuerdo? Sencillamente dire que me habeis encargado una investigacion porque las leyes de la Muirbretha os obligan a presentar a las autoridades juridicas un informe que justifique la perdida de un pasajero.

Tal obligacion ni siquiera habia pasado por la mente de sor Murchad.

– ?Es asi? ?Tengo la obligacion de hacerlo?

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