– Si no estuvieras ya divorciado, Cian, acabas de pronunciar uno de los motivos fundamentales por los que una mujer puede divorciarse de su esposo segun las leyes de Cain Lanamna -senalo con timidez.

Sin embargo, Cian no se refreno.

– Diria cosas peores de ella si mereciera la pena.

– ?Llegasteis a tener hijos?

– ?No! -exclamo-. Ella decia que la culpa era mia, motivo al que se acogio para divorciarse, por no atreverse a reconocer la verdad: que no queria seguir viviendo con un hombre que ya no podria darle una vida de lujo.

– ?Te acuso de esterilidad?

Fidelma sabia muy bien que la incapacidad sexual por parte del esposo podia ser causa de divorcio. Un hombre esteril era una de las causas que la ley contemplaba como motivo de divorcio. Fidelma dudaba que Cian, el arquetipo de hombre lozano y viril siempre dispuesto a demostrar su masculinidad, pudiera ser acusado de esteril. No obstante, no dejaba de ser ironico que el precisamente se hubiera divorciado por este motivo.

– Yo no era esteril. Ella no queria tener hijos -se quejo Cian con resentimiento en la voz.

– Pero el tribunal bien debio de exigir y examinar las pruebas para demostrar aquello de que se te acusaba, ?no?

Fidelma sabia que la ley era muy severa con las mujeres que dejaban a sus maridos sin causa justificada, del mismo modo que lo era con los hombres que abandonaban a sus esposas sin motivos legales. Una mujer que no pudiera demostrar con pruebas las razones que alegaba era declarada «infractora de la ley conyugal» y perdia sus derechos en la sociedad hasta que desagraviaba al esposo.

Cian aspiro aire entre los dientes apretados. Al bajar la vista al suelo un instante, Fidelma supo que los tribunales jamas le habrian dado la razon a Una sin evidencia. Era como si al fin, de manera natural, se hubiera hecho justicia con Cian. ?Que solia decir su mentor, el brehon Morann?… «Entre la injusticia y la justicia, la justicia se hace mas dificil de soportar para el culpable.»

– Bueno -prosiguio Cian, sacudiendose como si con ello espantara los fantasmas del pasado-, pero me alegro de que las Parcas nos hayan vuelto a reunir, Fidelma.

Ella apreto los labios con un gesto sarcastico y pregunto:

– ?Y por que te alegras? ?Quieres desagraviarme por la angustia que me hiciste pasar cuando era una muchacha?

Cian le sonrio con el mismo encanto de antano que Fidelma habia terminado odiando.

– ?Angustia? Tu sabes que siempre me atrajiste y que siempre te admire, Fidelma. Lo pasado, pasado. Yo creia que estaba haciendo lo mejor para ti. Tenemos un viaje muy largo por delante y…

Fidelma sintio una punzada gelida ante el intento de Cian por desarmarla, y dio un paso atras.

– Ya hemos hablado suficiente, Cian -respondio con frialdad.

– Vamos, Fidelma -le insto-. Se que todavia sientes algo por mi o, de lo contrario, no reaccionarias con tanta pasion. Veo el sentimiento en tu mirada…

Hizo un intento de atraerla hacia si con el brazo bueno. Fidelma mantuvo el equilibrio sobre un pie y, con el otro, le dio una patada en la espinilla. Cian chillo y la solto con un reniego.

El odio impregnaba el semblante de Fidelma.

– Eres patetico, Cian. Si quisiera, podria informar de tu accion al capitan de este navio. Aparta de mi vista tu existencia insignificante y miserable.

Sin esperar a que asi lo hiciera, lo aparto de un empujon para ir en busca de Wenbrit. No habia nadie en el corto pasillo que separaba los camarotes de popa. Se detuvo ante el que ocupaba sor Muirgel, al ver que la puerta estaba entornada. Se oyo movimiento al otro lado. Abrio la puerta un poco mas y pregunto en voz baja en la oscuridad:

– ?Wenbrit? ?Estas ahi?

Percibio otro movimiento en la penumbra.

– ?Eres tu, Wenbrit? -susurro Fidelma.

Oyo un roce y, a continuacion, una luz tremula ilumino el camarote. Wenbrit habia ajustado la mecha de un farol. Fidelma suspiro de alivio, entro y cerro la puerta.

– Pero, ?que haces en la oscuridad? -pregunto.

– Esperandoos.

– No entiendo nada.

– Durante el desayuno he oido que hablaban de vos como experta en resolver misterios. ?Es verdad que sois dalaigh de los tribunales de vuestro pais?

– Si.

– Pues aqui hay un misterio que deberia resolverse, senora.

El muchacho hablaba con emocion contenida y algo mas; quiza fuera tension, casi miedo.

– Mas vale que me cuentes de que se trata.

– Bien. Se trata de la monja que ocupaba este camarote, sor Muirgel.

– Prosigue.

– Se encontraba mal, como ya sabeis.

Fidelma aguardo sin impacientarse.

– Han dicho que subio a cubierta durante la tempestad y cayo al mar.

– Lo dices como si no lo creyeras, Wenbrit -observo Fidelma a juzgar por el tono de voz del chico.

Wenbrit dio un inesperado paso hacia adelante y saco de la litera un habito de color oscuro.

– Despues del desayuno me han enviado a limpiar este camarote y a recoger las cosas de sor Muirgel. Este era su habito.

Fidelma miro la prenda.

– No entiendo adonde quieres ir a parar.

Wenbrit le cogio la mano y se la apreto contra la vestidura. Estaba humeda.

– Mirad vuestra mano de cerca, hermana. Vereis que hay sangre.

Fidelma acerco los dedos a la luz temblorosa y vio que estaban manchados de algo oscuro.

Se quedo mirando a Wenbrit un momento. Cogio entonces el habito y lo sostuvo en el aire: tenia una rasgadura irregular.

– ?Donde habeis encontrado la prenda?

– Escondida bajo esta litera.

– Si esto es sangre… -dijo Fidelma y callo, mirando con gesto pensativo al muchacho.

Ahora comprendia la mezcla de miedo y emocion en su rostro.

– Quiero decir que sor Muirgel estaba mareada. Anoche, antes de acostarme, vine a verla por si necesitaba cualquier cosa. Todavia se encontraba mal y me pidio que la dejara en paz.

– ?Y lo hiciste?

– Por supuesto. Me fui a dormir. Pero algo me preocupaba.

– ?Y que era?

– Creo que sor Muirgel estaba asustada.

– ?Por la tormenta?

– No, por la tormenta no. Vereis: cuando baje a preguntarle si necesitaba algo,

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