– No he dicho que los tenga, solo que me siento responsable. Mi accion podria haber echado a perder tu vida… y eso, no puedo tolerarlo.

– Morann es quien ha echado a perder mis estudios, y no tu.

– Pero Cian…

– Ya esta bien de hablar de Cian. Se que es inmaduro a veces, pero tiene buenas intenciones. Cambiara.

Grian guardo silencio unos momentos, y luego dijo con calma:

– A ti te gusta citar a Publio Siro. ?Acaso no dice que el amante airado se engana con mentiras? Lo mismo puede aplicarse a las mujeres. Los amantes saben lo que quieren, pero no saben que necesitan. Tu no necesitas a Cian, y el no te quiere.

Fidelma intento incorporarse, furiosa, pero Grian la empujo contra la almohada. Fidelma no sabia que su amiga tenia tanta fuerza.

– Ahora vas a escucharme aunque esta sea la ultima vez que hablamos. Hago esto por tu bien, Fidelma. Esta manana, Cian se ha desposado con Una, la hija del administrador del rey supremo, y se han establecido en Aileach, entre los Cenel Eoghain.

Se apresuro a decirlo para que su amiga no tuviera tiempo de hacerla callar.

Fidelma la miro a los ojos, asimilando en silencio sepulcral lo que entranaban sus palabras. Entonces su rostro adquirio una rigidez petrea.

Grian espero a que su amiga dijera algo, a que reaccionara, y al ver que no lo hacia, anadio:

– Yo ya te lo habia advertido. Seguramente lo sabias, seguramente te dabas cuenta…

Fidelma sintio ser ajena a la realidad, como si estuviera sumergida en agua fria. Estaba aturdida; se habia quedado sin palabras. Grian la habia advertido y, si era sincera consigo misma, sospechaba -temia, incluso- que podia ser cierto. Intento enganarse y negarlo, pero al final consiguio articular uno de los pensamientos que se agolpaban en su mente.

– Vete y dejame sola -le grito con la voz quebrada por la emocion.

Grian la miro con preocupacion.

– Fidelma, debes comprender que…

Fidelma se abalanzo contra su amiga gritando, golpeandola y aranandola. Si Grian no hubiera sido experta en el arte de troidsciathaigid («lucha defensiva»), Fidelma podria haberle hecho dano. Conocia bien aquella tecnica inventada siglos atras, cuando los sabios de los Cinco Reinos debian defenderse de ladrones y bandidos. Sus creencias les impedian defenderse con armas y se vieron obligados a desarrollar otro metodo de defensa. Ahora, muchos de los misioneros que viajaban a otros paises eran adeptos de este arte.

No le resulto dificil dominar la furia desatada de Fidelma, pues un ataque fisico sin control se limita a si mismo. En unos instantes Grian ya la habia inmovilizado, sujetandola boca abajo contra la cama.

En aquel momento el posadero irrumpio en el cuarto, reclamando explicaciones por el alboroto que habia perturbado la calma de los demas huespedes; de inmediato, reparo con indignacion en la silla y las vasijas que se habian roto antes de que Grian hubiera reducido a Fidelma.

Grian le grito que se fuera y que pagarian por cualquier dano.

Retuvo a su amiga durante mucho tiempo hasta que las ganas de luchar y la exaltacion abandonaron su cuerpo, y la tension se disipo y los musculos se relajaron.

Finalmente Fidelma dijo en un tono tranquilo y razonable:

– Ya estoy bien, Grian. Puedes soltarme.

Grian la libero con recelo y Fidelma se sento.

– Preferiria que me dejaras sola un rato.

Grian la miro con inquietud.

– No te preocupes -dijo Fidelma en voz baja-. Te prometo que no volvere a hacer ninguna tonteria. Puedes volver a la escuela.

Aun asi, Grian vacilaba en dejarla sola.

– Vete -insistio Fidelma sin apenas contener los sollozos-. Te lo he prometido… ?no te basta con eso?

Convencida de que se le habia pasado el arrebato de locura, Grian se levanto.

– Recuerda, Fidelma, que tienes amigos a tu lado.

* * *

Tuvo que pasar cerca de un mes para que Fidelma regresara a la escuela del brehon Morann. El anciano reparo en las pequenas arrugas que tenia en las comisuras de ojos y labios: una crispacion que no le habia visto nunca.

– ?Habeis aprendido la leccion de Esquilo, Fidelma? -pregunto el brehon Morann a modo de saludo y sin preambulos cuando su alumna se presento en la sala.

Ella lo miro sin comprender.

– «?Quien sino los dioses pueden vivir sin sufrimiento eternamente?»

Fidelma guardo silencio un momento. Luego, sin responder, anuncio:

– Quisiera reanudar mis estudios.

– Supondria una gran alegria para mi que asi lo hicierais.

– ?Me permitis reanudar mis estudios? -pregunto con voz queda.

– ?Hay algo que os lo impida, Fidelma?

Fidelma levanto la barbilla con su caracteristico gesto de desafio, y espero unos segundos antes de responder con decision:

– No, nada.

Con tristeza, el anciano solto un suspiro leve, casi imperceptible.

– Si vuestro corazon alberga rencor, el estudio no sera el azucar que lo disuelva.

– ?Acaso no dicen los antiguos bardos que del sufrimiento se aprende?

– Cierto, pero segun mi experiencia, el que sufre reflexiona, bien demasiado, bien poco en lo que le hace sufrir. Y temo que vos reflexioneis demasiado, Fidelma. Si reanudais el estudio, debereis dedicar la mente al estudio y no al mal que sentis por haber sufrido.

Fidelma apreto los labios.

– No os preocupeis por mi, brehon Morann. Ahora me aplicare en mis estudios.

Y asi lo hizo. Pasaron los anos. Obtuvo el titulo tras ocho anos de estudio y acabo siendo la mejor alumna que el brehon Morann habia formado jamas. Asi lo reconocia el anciano, que no era hombre que elogiase facilmente a sus alumnos. Sin embargo, Fidelma ya no era la inocente muchacha que llegara a su escuela. Cierto es que ni la inocencia ni la juventud son eternas, pero lo que entristecia al viejo Morann era el cambio de caracter. Donde debia habitar la dicha, habitaba la amargura. Fidelma jamas volvio a recuperar su naturalidad. El rechazo de Cian la habia desencantado y la habia hecho sentirse despreciada; y aunque los anos fueron templando su sentir, no consiguieron hacerle olvidar lo ocurrido, ni le permitieron recuperarse del todo. La amargura dejo una profunda cicatriz e hizo de ella una persona desconfiada. Tal vez eso mismo la habia convertido en una buena dalaigh; esa suspicacia, ese modo de poner en duda las intenciones ajenas.

* * *
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