Extendi el brazo y la bota se movio arriba y abajo y afuera, como algo que se balancea sujeto a una cuerda. Segui caminando.
El hombre bajo de un salto de su caballo. Ricos ropajes. Anillos relucientes.
– Hombre santo -repitio. Me tomo del hombro con una mano, y con la otra llevo la bota a mis labios. Apreto el cuero. El agua fluyo en mi boca, fria y deliciosa. Se derramo por mis labios agrietados y mi pecho quemado.
Intente agarrarla con las dos manos. El me detuvo.
– No bebas demasiado, amigo -dijo-. No demasiado, porque estas desnutrido.
Levanto la bota: derramo agua sobre mi cabeza y yo me quede quieto con los ojos cerrados, sintiendo aquel frescor banar mis ojos y mis mejillas, deslizarse con un picor doloroso entre mi ropa destrozada.
Se oyo un aullido, ?su aullido!
Me esforce en mirar. Gotas de agua pendian de mis pestanas. No era un barco lo que habia visto antes, sino la lona desplegada de una rica tienda de campana plantada algo mas lejos.
El aullido sono de nuevo. «?Como te atreves!»
– Amigo, no hagas caso -dijo el hombre que estaba a mi lado-. El grito que oyes es de mi hermana. Perdonala, hombre santo. La llevamos al Templo, por ultima vez, para ver si pueden ayudarla.
De nuevo sono el aullido y se quebro en una gran carcajada ronca.
A mis oidos llego un susurro. «?Tu vas a expulsarme? ?Corazon por corazon, alma por alma?»
De nuevo sono el aullido, que esta vez desemboco en gemidos tan desgarrados y terribles que parecian el llanto de una multitud, no el de una sola persona.
– Ven a sentarte con nosotros. Come y bebe -dijo el joven.
– Dejame verla… a tu hermana. Camine tambaleante, y rechace sus intentos de sostenerme.
La mujer estaba tendida en una litera junto a la tienda. Era una litera techada y cubierta con un velo, y se movia como si temblara el suelo que la sostenia.
Los gritos y los aullidos desgarraban el aire.
Otros hermanos menores vinieron a colocarse junto al mayor, que me habia dado el agua.
– Te conozco -dijo uno de ellos-. Eres Yeshua bar Yosef, el carpintero.
Estabas en el rio.
– Y yo te conozco a ti -respondi-, Ravid bar Oded de Magdala.
Me acerque mas a la litera. Parecia increible que un ser humano profiriera aquellos sonidos. Mire a traves de la cortina de flecos que cubria la litera.
– Hombre santo, si tu pudieras ayudarla…
Fue una mujer la que hablo. Se acerco acompanada por dos mujeres mas jovenes. Detras estaban los porteadores de la litera, esclavos musculosos cruzados de brazos, y tambien varios sirvientes que sujetaban a los caballos embridados.
– Mi senor -dijo la mujer-, te lo ruego, pero te advierto que no esta limpia.
Pase a su lado, me detuve delante de la litera techada y aparte las cortinas.
Una flaca joven estaba tendida entre almohadones, el cuerpo envuelto en ropas de lino, el sudoroso cabello castano pegoteado a los cojines colocados bajo su cabeza. El hedor a orina lo invadia todo.
Estaba atada desde el cuello hasta los pies con correas de cuero, los brazos extendidos en cruz, y se revolvia y tironeaba furiosa, mordiendose brutalmente el labio inferior. Me escupio la sangre a la cara.
La senti en la nariz y la mejilla. Luego llego un salivazo escupido desde las profundidades de su garganta. - ?Hombre santo! -exclamo la mujer a mi lado-. Lleva siete anos en este estado. Por mi fe que nunca habia habido una mujer mas virtuosa en Magdala.
– Lo se -dije-. Maria, madre de dos hijos que se perdieron junto a su marido en el mar.
La mujer trago saliva y asintio.
– Hombre santo -dijo su hermano Ravid-. ?Puedes ayudar a nuestra hermana?
La mujer de la litera tuvo una convulsion y su grito desgarro de nuevo el aire; luego vino el aullido, el mismo aullido perfecto que yo habia oido en la montana. Su aullido, que de nuevo se quebro en una carcajada.
«?Crees que podras quitarmela? ?Crees que despues de siete anos podras hacer lo que no ha conseguido ningun sacerdote del Templo? Loco. Te escupiran por tus pretensiones, igual que te ha escupido ella.»
En un repentino espasmo de rabia, ella se incorporo, y rompio las correas que le sujetaban los brazos. Los hermanos y las mujeres se echaron atras.
Era toda huesos y musculos, dominada por una furia fria.
Irguiendose tanto como pudo, rompio de un tiron la atadura que le sujetaba el cuello y me dijo en tono silbante:
– Hijo de David, ?que tienes que ver tu con nosotros? Apartate de nosotros, dejanos.
Los hermanos estaban atonitos. Las mujeres corrieron a abrazarse.
– Nunca, mi senor, habia hablado en todos estos anos. Mi senor, el Maligno nos va a matar.
Las correas que rodeaban su pecho se rompieron. La litera, con todo su enorme peso, empezo a bambolearse y de pronto, con una violenta sacudida, la mujer se libero de las correas que aun amarraban sus piernas. Se incorporo agachada y salto, golpeo con la cabeza el techo de la litera y fue a aterrizar al aire libre, sobre la arena, donde se alzo de puntillas con la agilidad de una bailarina.
Grito exultante y giro sobre si misma; sus hermanos y las mujeres se apartaron, aterrorizados.
El hermano mayor, el que se habia acercado a darme agua, reacciono y corrio a sujetarla. Pero el mas joven le dijo:
– Micha, deja que le hable el.
Ella se movio hacia un lado, riendo y grunendo como un animal, y luego tropezo, sus piernas flaquearon y al intentar agarrarse a mi mostro sus brazos, cubiertos de llagas y moretones. Por un momento su rostro fue el de una mujer, y luego volvio a convertirse en el de un animal. -?Yeshua de Nazaret! -aullo-. ?Pretendes destruirnos? -Se agacho y me amenazo con los punos.
– No me hableis, espiritus impuros -respondi, y me incline hacia ella-. Yo os expulso, en el nombre del Senor de los Cielos os digo que salgais del cuerpo de mi sierva Maria. Salid y marchaos lejos de este lugar. Dejadla.
Se levanto arqueando la espalda, pero otra sacudida la empujo adelante, como si estuviera atada a una cadena invisible.
De nuevo hable: -?En el nombre del Cielo, salid de esta mujer!
Cayo de rodillas, jadeante y con la boca llena de babas. Se sujeto la cintura como para evitar partirse en dos. Todo su cuerpo temblaba, y cuando agito el puno delante de mi fue como si otra persona moviera su mano y ella tratara de resistirse con todas sus fuerzas a su propio gesto.
– Hijo de Dios -balbuceo-, yo te maldigo. -?Salid de ella os digo, todos vosotros! ?Yo os expulso!
Se retorcio con desesperacion, lanzando gritos guturales. «?Hijo de Dios, Hijo de Dios!», repetia una y otra vez. Su cuerpo cayo hacia delante y su frente golpeo la arena. El cabello resbalo a un lado dejando su nuca al descubierto.
Los sonidos que salian de su interior se debilitaron, se hicieron angustiosos, implorantes. -?Fuera de ella todos vosotros, uno a uno, del primero al septimo! -exclame. Me acerque un poco mas, de pie ante ella. Sus cabellos cubrieron mis pies, a los que ella se aferro, como si estuviera ciega y buscara un apoyo. -?Por el poder del Altisimo, os ordeno que me obedezcais! ?Dejad a esta hija de Dios tal como era antes de que entrarais en ella!
Miro hacia arriba. Extendio otra vez las manos, pero esta vez como si ella misma las moviera, y se apoyo en ellas para erguirse de pronto con la cabeza hacia atras, como si alguien le tirara del pelo. -?Fuera os digo, del primero al septimo! ?Yo os expulso ahora!
Un nuevo chillido hizo vibrar el aire.
Y luego la mujer se quedo inmovil.
Un estremecimiento la recorrio, largo, natural, doloroso. Y muy despacio se derrumbo y quedo tendida de espaldas en la arena, la cabeza vuelta a un lado, los ojos semicerrados.
Silencio.
Las mujeres empezaron a llorar con desesperacion, y luego prorrumpieron en rezos freneticos. Si estaba muerta, era la voluntad de Dios. La voluntad de Dios. La voluntad de Dios. Luego se acercaron, temerosas.
Cuando Ravid y Micha estuvieron junto a mi, levante la mano y dije en voz baja: