tambien mis amigos. Ven, prepara un festin para nosotros. Acogenos en tu casa.
Se marcho de las oficinas de la aduana sin mirar atras. Me tomo del brazo y me condujo hasta el centro de aquella pequena ciudad situada en la orilla del mar.
Los demas no le dirigian insultos, al estar el presente. Pero sin duda pudo escuchar algunas frases lanzadas por quienes estaban detras de nosotros y por quienes, mas alejados, nos seguian a todas partes como un pequeno rebano.
Sin soltar mi brazo, envio a un chico a avisar a sus criados que lo prepararan todo para recibirnos.
– Pero ?y la boda, Rabbi? -pregunto Nathanael, inquieto-. Tenemos que irnos, o no llegaremos a tiempo.
– Tenemos tiempo, por esta noche -dije-. No te preocupes. Nada me impedira asistir a esa boda. Y tengo muchas cosas que contaros sobre lo que me ocurrio cuando estuve en el desierto. Sabeis muy bien, o lo sabreis muy pronto, lo que ocurrio cuando fui bautizado en el Jordan por mi primo Juan.
Pero tengo que contaros la historia de mis dias en el desierto.
25
Un atardecer violeta descendia sobre las colinas cuando llegamos a Nazaret.
Tuvimos que dar un rodeo para no ser vistos, porque ya andaban rondando las antorchas, y por todas partes se oian voces animadas. Se esperaba al cortejo del novio en menos de una hora. Los ninos jugaban en las calles.
Algunas mujeres ataviadas con sus mejores vestidos blancos esperaban ya con las lamparas. Otras aun recogian flores y trenzaban guirnaldas. Llegaba gente de los bosques proximos con brazadas de ramos de mirto y palma.
Encontramos la casa sumida en la confusion, por la excitacion de los preparativos.
Mi madre dio un grito cuando puso sus ojos en mi, y corrio a abrazarme.
– Mira a quien te he traido -le dije, y senale con un gesto a Salome la Menor, que de inmediato se precipito hecha un mar de lagrimas en brazos de su madre.
El pequeno Tobias, los sobrinos y los primos vinieron a reunirse a nuestro alrededor, los mas pequenos para tocar mis nuevas ropas y todos para dar la bienvenida a quienes yo iba presentando apresuradamente.
Mis hermanos me saludaron, y todos me miraban con cierta incomodidad, sobre todo Santiago.
Todos conocian a Mateo como el hombre que habia estado con ellos en el duelo por Jose. Nadie cuestiono su presencia, y menos que nadie mis tios Alfeo y Cleofas, ni mis tias. Y los suntuosos vestidos que le eran habituales no provocaron miradas de recelo.
Pero no hubo mas tiempo para charlar.
Llegaba el cortejo del novio.
Habia que cepillar el polvo de nuestros vestidos, frotar las sandalias, lavar manos y caras, peinar y perfumar los cabellos, sacar de sus envolturas los vestidos de fiesta, el pequeno Tobias tenia que ser limpiado cuidadosamente como si fuera una col y luego vestido adecuadamente, y asi nos sumimos todos en los preparativos.
Shabi entro corriendo a anunciar que nunca habia visto tantas antorchas en Nazaret. Todo el pueblo estaba en la calle. Habian empezado las palmadas y las canciones.
Y a traves de las paredes se oia el batir de los tamboriles y el sonido agudo de los cuernos.
Mi amada Abigail no habia aparecido aun.
Finalmente salimos al patio y todos los varones nos colocamos en fila. Los pequenos sacaron de los cestos las guirnaldas exquisitamente trenzadas con hiedra y flores de petalos blancos, y fueron colocando una guirnalda sobre cada cabeza inclinada. Yaqim estaba con nosotros. Ana la Muda resplandecia vestida de blanco, con el cabello trenzado bajo su velo de doncella y los ojos brillantes, mientras sonreia.
Pude verle la cara cuando se volvio a mirar hacia otro lado. Oi la musica como la oia ella, la percusion insistente. Vi las antorchas como las veia ella, llameantes sin el menor ruido.
El crepusculo se extinguio.
A lo largo del camino, la luz de las lamparas, velas y antorchas giraba en torbellinos y centelleaba a traves de las celosias y las aberturas de los techos.
Pude oir los canticos acompanados por la vibracion de las arpas y el sonido grave de los laudes. El crepitar de las antorchas se mezclaba con la musica.
De pronto sonaron los cuernos.
El cortejo del novio habia llegado a Nazaret. El y sus acompanantes subian la colina entre alegres saludos y batir de palmas.
Mas antorchas iluminaron de subito el perimetro del patio.
Por las puertas centrales de la casa entraron las mujeres con sus ropajes de lana blanqueada adornados con cintas de colores brillantes, y los cabellos recogidos en velos de fina gasa blanca.
De pronto el gran pabellon de lino blanco festoneado con cintas fue desplegado y levantado. Mis hermanos Josias, Judas y Simon, y mi primo Silas, sujetaban los postes.
La calle delante del patio se lleno de ruidosas felicitaciones.
A la luz de las antorchas aparecio Ruben, con una guirnalda en la cabeza, hermosos vestidos y la cara iluminada por tal felicidad que las lagrimas asomaron a mis ojos. Y a su lado, el leal amigo del novio, Jason, que ahora procedia a presentarlo con voz sonora: -?Ruben bar Daniel bar Hananel de Cana esta aqui! -proclamo-. Viene a buscar a la novia.
Santiago se adelanto, y por primera vez vi a su lado la pesada silueta de un Shemayah solemne, con la guirnalda ligeramente torcida sobre la cabeza y un vestido de boda que le quedaba algo corto debido a la anchura de sus hombros y al grosor de sus brazos. ?Pero estaba aqui! Estaba aqui… y empujo a Santiago al frente para que fuera el quien recibiera al excitado y explosivamente feliz Ruben, que entraba en el patio con los brazos abiertos.
Ana la Muda corrio al umbral de la casa.
Santiago recibio el abrazo de Ruben. -?Felicidades, hermano! -dijo Santiago en voz muy alta para que lo oyeran todos los que estaban detras de el, y en respuesta sonaron palmadas-.
Nuestros mas felices deseos para ti, que entras en la casa de tus hermanos a llevarte a tu pariente como novia.
Santiago se aparto a un lado. Las antorchas avanzaron hacia la puerta de la casa al tiempo que Ana la Muda indicaba por gestos a Abigail que se acercara.
Y entonces aparecio ella.
Vestida con velos superpuestos de gasa egipcia, quedo expuesta a la luz de las antorchas; los velos estaban tejidos con hilo de oro, los brazos adornados con pulseras de oro, y en los dedos relucian anillos de muchos colores. Y a traves de la neblina espesa y vaporosa de los blancos velos, pude ver el brillo inconfundible de sus ojos oscuros. La masa de sus cabellos se derramaba sobre su pecho bajo los velos, e incluso sus pies calzados con sandalias iban adornados con grandes joyas centelleantes.
Santiago alzo la voz:
– Esta es Abigail, hija de Shemayah, tu pariente y tu hermana, y la tomas ahora con la bendicion de su padre y sus hermanos y hermanas, para que sea tu esposa en la casa de tu padre, y para que sea en adelante una hermana para ti, y asi puedan vuestros hijos ser asimismo hermanos y hermanas vuestros conforme a la Ley de Moises, como esta escrito que debe ser.
Se soplaron los cuernos, se pulsaron las arpas y los tamboriles batieron mas y mas deprisa. Las mujeres levantaron en el aire los tamboriles para unirse al ritmo trepidante de los de la calle.
Ruben se adelanto y lo mismo hizo Abigail, hasta que los dos quedaron frente a frente bajo el pabellon, y por las mejillas de Ruben empezaron a correr lagrimas silenciosas cuando toco los velos de su novia.
Santiago coloco su mano entre los dos.
Ruben empezo a hablar al rostro que ahora podia ver con claridad frente a el, detras de la profusion de velos. -?Ah, mi amada! -dijo-. ?Estabas destinada para mi desde el principio del mundo!
Santiago insto a Shemayah a que se adelantara hasta situarse junto al hombro del joven novio. Shemayah