miraba a Santiago como si fuera un hombre acorralado que habria huido de poder hacerlo, pero entonces Santiago le susurro algo y Shemayah hablo:
– Mi hija te es entregada desde este dia y para siempre. -Y miro inquieto a Santiago, que le hizo una sena afirmativa. Entonces Shemayah continuo-: Que el Senor en las Alturas os guie a ambos y bendiga esta noche y os otorgue felicidad y paz.
Antes de que los gritos de jubilo pudieran silenciarlo, Santiago anadio con voz firme y clara:
– Toma a Abigail como esposa de acuerdo con la Ley y las disposiciones escritas en el Libro de Moises. Tomala ahora y conducela a salvo a tu casa y a la casa de tu padre. Y que el Senor y la Corte celestial os bendigan en vuestro viaje a casa y a traves de esta vida.
Entonces se produjo un aluvion de aplausos y vitores.
Las mujeres cerraron filas alrededor de Abigail. Jason se llevo a Ruben fuera del patio y todos los hombres les siguieron, a excepcion de mis tios y hermanos. El pabellon fue plegado solo lo necesario para poder atravesar la puerta de la entrada, y la novia, flanqueada por todas las mujeres de la casa, incluidas Maria la Menor, Salome la Menor y Ana la Muda, avanzo sin salir del cobijo del pabellon. Una vez en la calle, el pabellon fue desplegado de nuevo en toda su anchura.
El zumbido de los cuernos se elevo sobre la vibracion mas rapida y aguda de las arpas. Las flautas dulces y los pifanos atacaron una melodia suave, incitante.
Toda la procesion bajo la calle, pasando delante de los portales iluminados y los rostros radiantes y las manos que aplaudian. Los ninos corrian delante, algunos enarbolando lamparas sujetas a unos palos. Otros llevaban velas, y protegian las llamas de la brisa con sus pequenas manos.
Las mujeres alzaron otra vez sus tamboriles. De los patios y umbrales de las casas salieron mas personas con arpas, cuernos y tambores. Aqui y alla sonaban las notas metalicas del sistro o de unos cascabeles que se agitaban.
Se oyeron voces que entonaban una cancion.
Cuando la multitud llego al camino de Cana, todos pudimos admirar el increible espectaculo de las antorchas a uno y otro lado, senalando el camino hasta donde alcanzaba la vista. Otras antorchas venian hacia nosotros desde las laderas lejanas y cruzando los campos oscuros.
El pabellon avanzaba ahora desplegado en toda su anchura. Se lanzaban al aire petalos de flores. La musica sono mas fuerte y mas rapida, y mientras la novia caminaba en medio de su falange de mujeres, con los hombres colocados a los lados, delante y detras de ellas, comenzaron las danzas.
Ruben y Jason bailaban a izquierda y derecha, sujetos el uno al otro por los brazos, moviendo un pie hacia un lado por encima del otro, luego de nuevo atras, balanceandose, gesticulando, cantando al ritmo de la musica, con el brazo libre alzado sobre la cabeza.
Se formaron largas hileras a ambos lados de la procesion. Me meti en una de ellas y baile con mis tios y hermanos. El pequeno Shabi, Yaqim, Isaac y los demas jovenes daban saltos y volteretas en el aire, acompanados de alegres palmadas.
Y a cada paso y cada giro el camino brillaba con una luz rica e invitadora.
Mas y mas antorchas se aproximaban. Mas y mas aldeanos se unian a nuestra procesion.
Y asi continuo hasta que entramos en las enormes habitaciones de la casa de Hananel.
El se levanto de su canape en el amplio comedor para recibir a la novia de su nieto con los brazos abiertos. Dio sendos apretones de manos a Santiago y Shemayah. -?Entra, hija mia! -dijo Hananel-. Entra en mi casa y casa de tu esposo.
Bendito el Senor, que te ha traido a este lugar, hija mia, bendita la memoria de tu madre, bendito sea tu padre, bendito mi nieto Ruben. ?Entra ahora en tu casa! ?Se bienvenida, colmada de bendiciones y felicidad!
Se volvio y abrio el camino entre los candelabros encendidos, para que la novia y todas sus mujeres entraran en el comedor y las habitaciones dispuestas para ellas, en las que podrian festejar y bailar a su gusto. De las numerosas arcadas de la sala del banquete se desplegaron cortinajes de lino orlados de purpura y oro y adornados con flecos tambien de purpura y oro, para separar a las mujeres de los hombres; eran velos que permitian el paso de las risas, las canciones, la musica y la alegria, pero dejaban a las mujeres la libertad de convertirse unicamente en palidas sombras distantes de la estrepitosa diversion de los hombres.
Bajo los altos techos de la casa estallo la musica. Los cuernos se entrelazaron con los pifanos, en melodias alegres puntuadas como antes por el ritmo de los tamboriles.
Se habian dispuesto grandes mesas en todas las habitaciones principales, y asientos para Shemayah y todos los hombres de la familia de su hija que habian venido con el, y para Ruben, y para Jason, y para los rabinos de Cana y Nazaret, y para el grupo de hombres de merito, amigos de Hananel presentes para la ocasion, a algunos de los cuales conociamos.
A traves de las puertas abiertas vimos grandes tiendas levantadas sobre la hierba verde, asi como alfombras tendidas por todas partes y mesas a las que cualquiera podia sentarse, bien en taburetes o bien directamente sobre las alfombras, segun la preferencia de cada cual. En medio de todo ello, los candelabros ardian con centenares de pequenos destellos.
Aparecieron suculentas bandejas de comida, y el vapor se elevaba sobre el cordero asado, las frutas relucientes, los pasteles especiados, las galletas de miel y las pilas de uvas, datiles y nueces.
En todas partes, hombres y mujeres acudian a las tinajas repletas de agua para lavarse las manos con la ayuda de los sirvientes colocados junto a ellas.
En cada sala del banquete habia siete grandes tinajas en hilera. Y otra hilera de siete habia sido dispuesta en el interior de cada tienda.
Los sirvientes vertian agua sobre las manos tendidas de los invitados, les ofrecian panos de lino blanco para secarse y arrojaban el agua usada en recipientes de plata y oro.
La musica y el aroma de las bandejas repletas se mezclaron, y por un momento, mientras estaba en el gran patio, en medio de todo aquello, contemplando los diversos grupos de invitados e incluso los discretos velos que nos separaban de las figuras de las mujeres que bailaban, me parecio que me encontraba en un mundo intacto de felicidad pura al que el mal ni siquiera podia aproximarse. Eramos como una gran pradera de flores de primavera mecidas por una suave brisa.
Me olvide de mi mismo. Yo no era nada ni nadie, salvo una particula de aquello.
Sali a traves de las filas de bailarines, mas alla de las mesas magnificamente dispuestas, y atisbe -como hago siempre, como siempre habia hecho- las lamparas del cielo, alla en lo alto.
Me parecio que aquellas lamparas celestes eran, incluso aqui, el tesoro hondo y privado de cada alma en particular. ?Podria yo dejar de morir? ?Podria no disolverse esta piel, y ascender, como imaginaba a menudo, ingravido y resplandeciente hasta donde me esperaban las estrellas?
Oh, si solo pudiera detener el Tiempo, detenerlo alli, para siempre en medio de aquel gran banquete, y dejar que todo el mundo viniera en procesion, en el Tiempo y mas alla del Tiempo, hasta este lugar; a sumarse a los bailes, al festin de estas mesas rebosantes, a reir, cantar y llorar en medio de las lamparas humeantes y las velas temblorosas. Si pudiera rescatar todo esto, en medio de esta musica hermosa y embriagadora, rescatarlo todo, desde la juventud radiante hasta los ancianos con su paciencia y su dulzura, y sus brotes inesperados y arrebatadores de esperanza. Si pudiera reunidos a todos en un gran abrazo. Pero no iba a suceder. El Tiempo batia como baten las manos la membrana de los tamboriles, como golpean los pies el marmol o la hierba suave.
El Tiempo batia y a veces, como le dije al Tentador cuando me tento a detener el Tiempo para siempre, en el Tiempo esta el germen de cosas que aun no han nacido. Un escalofrio oscuro me recorrio, un gran frio. Pero eran solo el escalofrio y el miedo que conoce todo hombre nacido.
No lo reprimi, no llegue a arrojarlo de mi en un momento como aquel de misteriosa alegria. Quise vivirlo, rendirme a el, alargarlo, descubrir en el lo que yo debia hacer, fuera lo que fuere, pues estaba apenas en su inicio.
Mire alrededor, las muchas caras sudorosas y sofocadas. Vi a Juan el Joven y Mateo, a Pedro, Andres y a Nathanael, todos ellos bailando. Vi a Hananel llorar abrazado a su nieto, que le ofrecia una copa para que bebiera, y a Jason abrazado a los dos, tan feliz y orgulloso.
Mis ojos recorrieron toda la reunion. Sin ser advertido, pasee por las distintas salas. Camine bajo las tiendas. Cruce el patio con sus grandes velones enhiestos y sus antorchas colgadas en alto. Atisbe por encima del hombro los grupos silenciosos de mujeres reunidas al otro lado de los cortinajes.