Deje que mi mente saliera fuera de mi y fuera alla donde el hombre no puede llegar.
Abigail, con el velo alzado ya que solo la acompanaban los ninos en la camara nupcial, tenia los ojos cerrados, como si durmiera. Ana la Muda estaba sentada en un taburete, a sus pies.
Vi con el ojo de mi mente con la misma claridad y de forma simultanea el instante, en el patio de nuestra casa, donde Ruben le habia dicho: «Mi amada, estabas destinada para mi desde el principio del mundo.»
Mi corazon se lleno de dolor; se bano en dolor.
«Adios, mi amada bendita.»
Deje que la pena me invadiera y corriese por mis venas. No era pena por ella, sino por la ausencia de ella para siempre, por la ausencia de aquella intimidad, la ausencia del latido de un corazon que habia sentido tan proximo a mi. Conoci la sensacion de esa ausencia, y luego la bese con todo mi corazon en su frente despejada, en la imagen que yo guardaba de ella, y me despoje de aquello. «Vete -le dije a aquello-. No puedo llevarte alli donde voy. Siempre he sabido que no podria. Y ahora dejo que te marches otra vez y para siempre… Me despojo del deseo, me despojo de la anoranza, pero no del conocimiento… Nunca dejare que el conocimiento me abandone tambien.»
Una hora antes del amanecer, Ruben fue conducido a la camara nupcial.
Las mujeres ya habian llevado a Abigail al talamo, que aparecia cubierto de flores. Velos de oro rodeaban el lecho.
Jason abrazo a Ruben y lo despidio con una ultima palmada carinosa en el hombro.
Y cuando la puerta se cerro detras de Ruben, la musica alcanzo un nuevo punto culminante, y los hombres bailaron todavia con mas ritmo y energia, incluso los mas ancianos se levantaron, a pesar de que algunos apenas podian bailar sin el sosten de las manos de sus hijos y nietos; y parecio que toda la casa se llenaba otra vez con los anteriores gritos de alegria, mas fuertes incluso.
Todavia seguia llegando gente de los pueblos vecinos. Mostraban su rustica admiracion con ojos abiertos como platos.
Fuera, en la hierba, se dispusieron mesas para los pobres de las aldeas, y les ofrecieron bandejas de pan caliente y pucheros con potaje de carne. Fueron admitidos los mendigos y los tullidos, que por lo general se reunian al otro lado de la puerta de un banquete asi, con la esperanza de recibir las migajas.
Al otro lado de los velos, las mujeres que bailaban formando una larga cadena se inclinaron a la izquierda -un paso, otro paso, otro-, se detuvieron, dieron un giro sobre si mismas y se pusieron de puntillas. Cadenas de bailarines varones pasaron delante de mi, moviendose entre las columnas que sostenian los arcos de la sala, rodeando la gran mesa central, por detras del orgulloso abuelo, apoyado ahora en el brazo de Jason. Nathanael estaba sentado al lado de Hananel, y este, a pesar de todo el vino que habia bebido, asaeteaba a Nathanael a preguntas mientras Jason sonreia y cabeceaba como si no le importara nada de todo aquello.
Aqui y alla habia hombres que me miraban con curiosidad, sobre todo los recien llegados, y les oia preguntar confidencialmente: «?Es el?»
Podria haber pasado la noche entera escuchando aquello, de haberlo deseado. Toda la noche sorprendiendo las cabezas que se volvian, las rapidas miradas furtivas.
De pronto note que algo iba mal.
Fue como oir el primer trueno lejano de una tormenta cuando aun nadie lo ha oido. Ese momento en que uno se siente tentado a levantar el brazo y decir:
«Silencio, dejadme escuchar.»
Pero no tuve que pronunciar esas palabras.
En el extremo mas alejado del comedor vi a dos criados que discutian freneticamente. Otros dos sirvientes de la casa se unieron a los anteriores. Mas susurros freneticos.
Hananel lo oyo. Hizo una sena a uno de ellos para que se acercara y le dijera al oido la causa de aquel nerviosismo.
Con aire contrariado, se volvio e intento ponerse de pie, apartando a Jason, que intentaba ayudarle con torpeza y sin mucha conviccion. El anciano fue hacia el grupo de criados. Uno de ellos desaparecio en la habitacion de las mujeres, y al poco volvio de nuevo.
Mas sirvientes se reunieron. Si, algo estaba yendo mal.
Mi madre aparecio por las cortinas de la sala del banquete para las mujeres.
Avanzo junto a las paredes de la habitacion sin ser vista, con la mirada baja, ignorando a los proverbiales borrachos que alborotaban bailando y riendo. Se dirigio a Cleofas, su hermano, que estaba sentado a la larga mesa dispuesta frente al canape de Hananel. El propio Hananel seguia discutiendo acaloradamente con sus criados, y su cara palida y apergaminada se iba encendiendo.
Mi madre toco el hombro de su hermano, que se puso en pie de inmediato.
Entonces vi que me buscaban a mi.
Yo estaba en el patio, en el centro mismo de la casa. Llevaba un rato ya de pie, apoyado en los candelabros.
Mi madre se acerco y me puso la mano en el brazo. Vi el panico en sus ojos. Su mirada recorrio toda la reunion, los cientos de personas reunidas bajo el techo y en las tiendas de los jardines, que se daban reciprocas palmadas, reian y charlaban en las mesas, ajenos al grupo lejano de los criados o a la expresion de mi madre.
– Hijo -dijo-, el vino se esta acabando.
La mire. Adivine la causa, no tuvo que decirmela. La caravana que llevaba el vino al sur habia sido asaltada en el camino por los bandidos. Las carretas con el vino habian sido robadas y conducidas a las colinas. La noticia acababa de llegar a la casa, cuando docenas de hombres y mujeres estaban aun llegando al banquete que iba a continuar durante todo el dia siguiente.
Era un desastre de proporciones inesperadas y terribles.
La mire a los ojos. Con cuanta urgencia me imploraba.
Me incline y coloque mi mano en su nuca.
– Mujer -le pregunte con suavidad-?que tiene eso que ver con nosotros?
– Me encogi de hombros y susurre-. Mi hora todavia no ha llegado.
Ella se aparto despacio. Me dirigio una larga mirada con una expresion curiosa, una combinacion de enfado burlon y confianza placida. Se volvio y levanto un dedo. Espero. Al otro lado del patio, en el comedor principal, uno de los criados la vio y capto su mirada. Ella le llamo con un gesto. El les hizo sena a todos de que se acercaran.
Hananel de pronto vio que todos sus criados se deslizaban entre la multitud para venir hacia nosotros. - ?Madre! -susurre. -?Hijo! -contesto, remedando de buen humor mi tono.
Se volvio a tio Cleofas y puso una mano delicada en su hombro, y mirandome con el rabillo del ojo le dijo:
– Hermano, deja que mi hijo se encargue de todo. Ha recibido hace poco la ultima bendicion de su padre. Recuerdaselo: «Honraras a tu padre y a tu madre.» ?No son esas las palabras?
Sonrei. Me incline a besarle la frente. Ella levanto ligeramente la barbilla y sus ojos se humedecieron, pero mantuvo la sonrisa.
Los criados nos rodearon, a la espera. Mis nuevos seguidores se habian reunido: Juan, Santiago y Pedro, Andres y Felipe. Nunca se habian alejado mucho de mi a lo largo de la noche, y ahora vinieron a colocarse a mi lado. -?Que ocurre, Rabbi? -pregunto Juan.
Lejos, vi la pequena figura de Hananel, de pie y cruzado de brazos a la luz de las velas, que me miraba entre fascinado y perplejo.
Mi madre me senalo y se dirigio a los criados:
– Haced todo lo que el os diga.
Su expresion era amable y natural cuando levanto la mirada hacia mi y sonrio como podia haber sonreido un nino.
Los discipulos estaban confusos y preocupados.
Cleofas rio en silencio para si mismo. Se tapo la boca con la mano izquierda y me miro con malicia. Mi madre se alejo. Me dirigio una ultima mirada, dulce y confiada, se retiro a la puerta que daba a la sala del banquete de las mujeres, y alli espero, medio oculta entre las cortinas que colgaban del arco.
Vi las siete grandes tinajas de barro del patio, que contenian el agua de la purificacion, para el lavatorio de