marcharon deprisa.
Los demas me siguieron.
Al cruzar la puerta de la casa, encontramos a un joven que me miraba con ansiedad. Era vigoroso y venia de trabajar cubierto de polvo, pero tenia manchas de tinta en los dedos.
– Todos hablan de ti -dijo-, ribera arriba y ribera abajo. Dicen que Juan el Bautista te senalo.
– Llevas un nombre griego, Felipe -dije-. Me gusta tu nombre. Me gusta todo lo que veo en ti. Ven y sigueme.
Dio un brusco respingo. Alargo su mano hacia la mia, pero espero a que yo se la acercara para tomarla.
– Dejame llamar al amigo que me acompana en la ciudad.
Me detuve un momento. Vi a su amigo con los ojos de mi mente. Supe que se trataba de Nathanael de Cana, el estudiante de Hananel que habia visto en casa de este cuando fui a hablar con el. En un patio cercano, detras de las paredes encaladas, aquel joven estaba empaquetando sus pergaminos y su ropa para el viaje de regreso a Cana. Todo este tiempo habia estado trabajando en el mar, y de vez en cuando se acercaba a ver de lejos al Bautista.
Su mente estaba llena de preocupaciones; pensaba que aquel viaje a casa era inoportuno, pero no podia faltar a la boda. Se sorprendio al ver llegar a Felipe corriendo mientras el luchaba con su equipaje y sus pensamientos.
Yo segui camino abajo, maravillado de la cantidad de personas que nos seguian, de los ninos que salian corriendo a vernos, de los adultos que procuraban sujetarlos al mismo tiempo que se hablaban en susurros y senalaban. Oi mi nombre. Una y otra vez, pronunciaban mi nombre.
Nathanael de Cana nos alcanzo justo cuando llegabamos delante de la oficina de la aduana, en el bullicioso lugar donde se reunian los viajeros para la inspeccion de las mercancias que transportaban.
Nos rodeaba una gran multitud de mirones. La gente se abria paso para verme y decir: «Si, es el hombre que vieron en el rio», o «Si, es el hombre que expulso los demonios de Maria Magdalena». Otros decian: «No, no lo es.»
Algunos comentaban que estaban a punto de arrestar al Bautista por las muchedumbres que convocaba, y otros insistian en que era debido a que el Bautista habia irritado al rey.
Me detuve e incline la cabeza. Podia oir cada palabra que se pronunciaba, todas las palabras proferidas y las que estaban a punto de brotar de los labios entreabiertos. Deje que se hiciera el silencio y escuche solo la suave brisa que se alzaba del lejano mar centelleante.
Me llegaron solo los sonidos cercanos: Simon Pedro contaba que yo habia curado a su suegra con una simple imposicion de las manos.
Volvi el rostro a la brisa humeda. Era deliciosa, ligera, cargada del aroma etereo del agua. Mi cuerpo mortificado absorbia el agua del mismo aire. Cuan hambriento estaba.
Lejos detras de nosotros, supe que Felipe y Nathanael discutian, y una vez mas escuche lo que no alcanzaban a oir quienes me rodeaban. Nathanael no queria venir y se negaba a que lo arrastraran contra su voluntad. -?De Nazaret? -decia-. ?El Mesias? ?Y pretendes que me lo crea? Felipe, yo vivo a un tiro de piedra de Nazaret. ?A mi me vas a decir que el Mesias es de Nazaret? ?Nada bueno puede salir de Nazaret! Me estas contando cosas imposibles.
Mi primo Juan habia vuelto para reunirse con ellos»
– No, de verdad que lo es -declaro mi joven primo. Se mostraba tan ferviente, tan lleno de respeto como si aun estuviera banandose en el milagroso rio, banandose en el Espiritu que habia descendido sobre las aguas justo cuando los cielos se abrieron-. Es el, te digo. Yo vi cuando fue bautizado. Y el Bautista, el Bautista mismo, dijo estas palabras…
Deje de escuchar. Deje que el viento engullera su discusion. Mire el lejano horizonte luminoso en que las palidas colinas se fundian con el azul del cielo, por el que cruzaban las nubes como si fueran las velas de un navio.
Nathanael aparecio frente a mi, receloso, y me miro de reojo cuando lo salude, como si se hubiera encontrado conmigo por casualidad. -?Asi que nada bueno puede salir de Nazaret? -le pregunte.
Enrojecio. Yo me eche a reir.
– Aqui hay un israelita que no se parece en nada a Jacob -anadi. Me referia a que no habia engano en el. Dijo lo que pensaba, sin segundas intenciones.
Habia hablado con el corazon. Rei de nuevo, alegre.
Cruzamos entre la aglomeracion de personas que ocupaban el camino. -?Como es que me conoces? - pregunto Nathanael.
– Oh, bueno, podria decir que te conozco de la casa de Hananel, y que la ultima vez que me viste yo era el carpintero.
Aquello le dejo asombrado. No podia creer que yo fuera el mismo. Apenas podia recordar a aquel hombre, excepto por el hecho de que despues de su visita tuvo que escribir muchas cartas para Hananel. Poco a poco empezo a conectar a aquellas dos personas, el carpintero flaco y vulgar que aparecio un dia y la persona a la que estaba mirando a los ojos, a mis ojos.
– Pero deja que te diga mejor aun de que te conozco -dije-. Te he visto hace muy poco debajo de la higuera, solo y perplejo, murmurar para ti mismo al empaquetar en desorden tus libros y tu ropa para el viaje de manana, molesto por tener que volver a casa para la boda de Ruben y Abigail cuando sabes de cierto que esta a punto de ocurrirte algo mejor, algo de mayor importancia, aqui a orillas del mar.
Quedo asombrado. Por un momento se asusto. Juan, Andres, Santiago y Felipe formaron un circulo a su alrededor. Pedro se mantuvo aparte. Todos lo miraban, incomodos. Solo yo rei de nuevo, entre dientes. -?No te parece que te conozco? -pregunte.
– Rabbi, tu eres el Hijo de Dios -murmuro Nathanael-. Eres el Rey de Israel. -?Porque te he visto con los ojos de la mente, debajo del arbol, mientras hacias el equipaje que vas a llevar a la boda? -Pense para armonizar mi pensamiento y mis palabras, y dije-: Amen, amen. Tu veras tambien el cielo abierto, como lo vio Juan. Solo que tu no veras una paloma cuando se abra, sino a los angeles del Senor de las Alturas que acudiran a recibir al Hijo del Hombre.
Me toque el pecho con la mano.
El estaba sobrecogido, y tambien los demas, aunque todos se sentian atrapados por una especie de fascinacion colectiva, un asombro creciente.
Entramos en la oficina de la aduana.
Alli estaba sentado el rico recaudador al que habia visto en el rio, el hombre que tan bien me habian descrito como el que llevo en brazos a mi querido Jose hasta la orilla, el que se encargo de llevar hasta Nazaret el cuerpo de Jose para su entierro.
Me acerque a el. Los que esperaban para despachar sus asuntos con el retrocedieron. Pronto la multitud resulto excesiva para aquel lugar, y el rumor de las conversaciones demasiado alto para una charla circunstancial. Viajeros a caballo, burros cargados de genero, carros con canastos y mas canastos de pescado… todos esperaban y la gente empezaba a impacientarse por tener que esperar.
Mis nuevos discipulos se apinaron a mi alrededor.
El recaudador de impuestos escribia en su libro, con los dientes apretados, los labios fruncidos a cada nuevo trazo de la pluma. Finalmente, arrancado a disgusto de sus calculos por el roce de un codo que no se apartaba, levanto la mirada y me vio.
– Mateo -dije y le sonrei-. ?Has escrito con tus manos finas las cosas que Jose, mi padre, te conto? -?Rabbi! - susurro. Se puso en pie. No pudo encontrar en su mente palabras adecuadas para la transformacion que veia en mi, para toda la gama de pequenas diferencias que ahora percibia. La ropa de hilo fino era lo de menos. Para el los vestidos hermosos eran algo habitual.
No se dio cuenta de las demas personas que se agolpaban delante de el. No se dio cuenta de que Juan y Santiago hijos de Zebedeo le miraban cenudos como si quisieran lapidarlo, ni de que Nathanael lo observaba con frialdad.
Solo tenia ojos para mi.
– Rabbi -repitio-. Si me das permiso, las escribire, si, todas las historias que me conto tu padre y mas todavia, mas incluso que lo que yo mismo presencie cuando bajaste al rio.
– Ven y sigueme -dije-. He estado en el desierto durante muchos, muchos dias. Cenare contigo esta noche, y