Senti un escalofrio. Se hizo una oscuridad repentina, como si las lejanas montanas se hubieran alzado hacia el cielo y ocultaran el sol. El resplandor del rio desaparecio. El rostro radiante de Juan se desvanecio. Mi corazon se enfrio y encogio, pero al punto volvio a calentarse y senti sus latidos. El sol volvio a caer sobre el agua y la hizo llamear. Juan hijo de Zebedeo y otro discipulo se acercaron a mi.
La multitud mostraba de nuevo una alegria bulliciosa y se oian voces felices. -?Donde te alojas, Rabbi? - pregunto Juan hijo de Zebedeo-. Soy pariente tuyo.
– Se quien eres -dije-. Ven conmigo y lo veras. Me dirijo a Cafarnaum, y voy a alojarme en casa del recaudador de impuestos.
Segui caminando. Mi joven primo me acosaba a preguntas.
– Mi senor, ?que quieres que hagamos? Mi senor, estamos a tu servicio.
Dinos, senor, lo que deseas de nosotros.
Conteste a todo con sonrisas placidas. Faltaban horas para que llegaramos a Cafarnaum.
Ahora mi hermana Salome la Menor vivia en Cafarnaum. Habia quedado viuda con un hijo pequeno, y vivia con la familia de su marido, que estaba emparentada con nosotros y con Zebedeo. Yo queria visitarla.
Pero cuando llegamos a Cafarnaum, Andres bar Jonah, que nos habia acompanado a Juan y a mi desde el Jordan, fue a contarle a su hermano Simon que habia encontrado al Mesias verdadero. Se dirigio a la orilla del mar y yo le segui. Vi a su hermano Simon, que estaba varando su barca, y con el a Zebedeo, el padre de Juan, que llevaba en su barca a Santiago, el hermano de Juan.
Aquellos hombres quedaron maravillados ante las explicaciones excitadas de Andres.
Me observaron en silencio.
Yo espere.
Luego dije a Santiago y Simon que me siguieran.
Obedecieron de inmediato, y Simon me rogo que fuera a su casa porque su suegra estaba enferma, con fiebres. Ya habia llegado al mar la noticia de que yo habia expulsado los demonios de la famosa endemoniada de Magdala. ?Tal vez no tendria inconveniente en curar a esa mujer?
Entre en la casa y la vi tendida, lo bastante enferma para no darse cuenta de que los ninos alborotaban junto a ella, hablandole de un hombre santo y de los grandes sucesos ocurridos en el rio Jordan.
Le tome la mano. Ella se volvio a mirarme, inquieta al principio porque alguien viniera a molestarla de esa manera. Luego se incorporo. -?Quien dice que estoy enferma? ?Quien dice que he de guardar cama? - pregunto.
E inmediatamente se levanto y empezo a afanarse por la pequena casa, a servirnos potaje en unas escudillas, a dar palmadas para que su criada nos trajera agua fresca.
– Mirate, que flaco estas -me dijo-. Vaya, me parecio reconocerte cuando entraste, pense que te habia visto en alguna parte, pero nunca he conocido a nadie como tu. -Me entrego una escudilla con potaje-. Come un poco o te pondras enfermo. Lo justo para llenarte el buche. -Miro con ceno a su yerno-?Por que decias que yo estaba enferma?
El alzo las manos y sacudio la cabeza, maravillado.
– Simon -dije cuando nos hubimos sentado-, tengo un nuevo nombre para ti. De ahora en adelante te llamare Pedro.
El asombro lo dejo sin palabras. Se limito a hacer un gesto de asentimiento.
Juan se sento a mi lado. -?A nosotros tambien vas a darnos nombres nuevos, Rabbi? -pregunto.
Sonrei.
– Eres demasiado impaciente, y lo sabes. Ten paciencia. Por el momento, a ti y tu hermano os llamare Hijos del Trueno.
Segui el consejo de la anciana y comi solo un poco de potaje. A pesar de que mi cuerpo se sentia hambriento, no me parecio que necesitara mas.
Estabamos todos sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, como era habitual. De vez en cuando me olvidaba de las ropas finas que vestia, ya polvorientas. Simon dijo que tenia que marcharse a pescar. Negue con la cabeza.
– No -dije-, ahora vas a ser un pescador de hombres. Ven conmigo. ?Por que crees que te he dado un nombre nuevo? Nada sera igual en tu vida desde ahora. No esperes que lo sea.
Me miro asombrado, pero su hermano hizo vigorosos gestos afirmativos.
Me tendi y dormite mientras ellos discutian de todas aquellas cosas entre ellos.
De vez en cuando les observaba, como si no pudieran verme. Lo cierto es que no podian imaginar lo que yo estaba viendo. Era como leer un libro: me estaba enterando de todo lo que queria sobre cada uno de ellos.
Puertas afuera se habia reunido una multitud.
Habia venido mi hermana Salome la Menor, la mas querida y proxima a mi de toda mi familia. Para mi habia sido una pena muy amarga que se fuera a vivir a Cafarnaum.
Seguia aun medio dormido cuando su beso me desperto. Sus ojos eran profundos y llenos de vida, y me hablaban de una intimidad que no compartia tal vez con nadie mas en el mundo, a excepcion de nuestra madre. Incluso el tacto de su brazo, el contacto de su hombro, eran cosas que me traian muchos recuerdos de una ternura indecible.
Durante un largo momento, me limite a tenerla abrazada. Se echo atras y me dirigio una mirada diferente de como habia sido hasta entonces. Tambien ella parecia perdida en el hilo de su memoria. Entonces comprendi que estaba comparando sus recuerdos con lo que veia de mi ahora, los cambios en mi expresion y mi actitud.
Entonces entro su hijo de cabello ensortijado, lleno de curiosidad -era la viva imagen de mi tio Cleofas, su abuelo-, a pesar de ser un nino de tan solo seis anos. -?El pequeno Tobias!
Lo bese. Le habia visto un momento en la ultima peregrinacion a Jerusalen, y parecia haber pasado una eternidad desde entonces.
– Tio -me dijo-, ?todo el mundo habla de ti!
Habia una chispa de diversion en sus ojos, tan parecidos a los de su abuelo.
– Calla ahora -dijo mi querida hermana-. ?Yeshua, mirate! Estas en los huesos. Tu cara resplandece, pero debe de ser por la fiebre. Ven a nuestra casa y deja que te cuide, luego podras marcharte. -?Como, y faltar al tercer dia de la boda de Abigail? -Rei-?Crees que voy a dejar de ir? Seguro que lo sabes todo…
– Se que nunca te habia visto como ahora -dijo-. Si no es fiebre, ?que es, hermano? Vamos, quedate conmigo.
– Tengo hambre, Salome, pero he de hacer un recado. Y me llevo conmigo a estos hombres, los que estan aqui a mi lado… -Dude un instante-. Sin embargo, puedo pasar una noche aqui antes de que vayamos a la boda, y he de encontrar al recaudador de impuestos. Cenare con el esta noche, bajo su techo. Eso no puede aplazarlo. - ?El recaudador de impuestos! -Juan el de Zebedeo se alboroto de inmediato-. No te estaras refiriendo a Mateo, el recaudador de la aduana de esta ciudad. Rabbi, si hay un ladron en el mundo, es el. No puedes cenar en su casa. -?Sigue siendo un ladron? -pregunte-. ?No confeso sus pecados y se bano en el rio?
– Esta en su oficina, recaudando como siempre lo ha hecho -dijo Simon-.
Senor, cena conmigo bajo mi techo, o cena con tu hermana. Cenaremos contigo donde tu digas, acamparemos en la orilla del mar, cenaremos en mi barca. Pero no con Mateo, el recaudador de impuestos. Todo el mundo lo vera y lo comentara.
– No le debes nada, Yeshua -dijo Salome-. Lo haces porque nuestro querido Jose murio en su tienda. Pero no tienes por que hacerlo. No hay necesidad.
– Yo si lo necesito -repuse con suavidad. Y volvi a besarla en la mejilla.
Ella apoyo la cabeza en mi pecho.
– Yeshua, hemos recibido muchas cartas de Nazaret. Tambien nos llegan noticias de Jerusalen. Te esperan con expectacion, y razon no les falta.
– Escuchame -la interrumpi-. Ve ahora y pregunta a tu suegro si os da permiso para acompanarnos a Nazaret a celebrar la boda de Ruben y Abigail. A ti y a este pequeno, Tobias, que no ha visto la casa de sus abuelos, nuestra casa. Te digo que tu suegro dira que si. Haz el equipaje con tus vestidos de fiesta; iremos a buscarte al amanecer.
Quiso discutir y empezo a excusarse con lo de siempre: que su suegro la necesitaba y nunca le daria permiso* pero las palabras murieron en sus labios.
Rebosaba de excitacion, y despues de darme un ultimo beso tomo del brazo al pequeno Tobias y ambos se