– Todo el mundo habla en griego ahora -dijo el maestro-. Los judios de todas las ciudades del Imperio hablan griego y leen las Escrituras en griego…

– ?Jerusalen no habla griego! -replico Alfeo.

– En Galilea leemos las Escrituras en hebreo -observo Cleofas-. ?Entiendes tu algo de hebreo? ?Y te haces llamar Maestro!

– Oh, estoy cansado de vuestros ataques, no se por que os aguanto. ?Adonde pensais llevar a vuestros chicos, a una sucia aldea? Porque si os vais de Alejandria ireis a un sitio asi.

– En efecto -dijo Cleofas-, y no es ninguna sucia aldea, sino la casa de mi padre. ?Sabes alguna palabra de hebreo? -insistio. Y paso a salmodiar en hebreo el salmo que tanto le gustaba y que nos habia ensenado-: «El Senor guarde mis idas y venidas, a partir de ahora y para siempre.» -Y anadio-: Bien, ?sabes que significa eso?

– ?Como si tu lo supieras! -le espeto el maestro-. Me gustaria oir tu explicacion. Tu solo sabes lo que os explico el escriba de vuestra sinagoga, nada mas, y si has aprendido suficiente griego aqui como para insultarme a gritos, mejor que mejor. ?Que sabe cualquiera de vosotros, judios cabezotas de Galilea? Vinisteis a Egipto buscando refugio, y os vais tan cabezotas como llegasteis.

Mi madre estaba nerviosa.

El maestro me miro.

– Y llevarse a este nino, a este nino tan sabio…

– ?Y que propones que hagamos? -replico Alfeo.

– ?Oh, no! No preguntes tal cosa -susurro mi madre. Solo en muy contadas ocasiones ella tomaba la palabra.

Jose la miro de reojo antes de mirar al maestro.

– Siempre pasa igual -continuo este con un sonoro suspiro-. En tiempos de dificultades, venis a Egipto, si, siempre a Egipto. Egipto acoge a las heces de Palestina…

– ?Las heces! -exclamo Cleofas-. ?Llamas heces a nuestros antepasados?

– Ellos tampoco hablaban griego -dijo Alfeo.

Cleofas rio:

– Y el Senor no hablo griego en el monte Sinai.

Mi tio Simon intervino con voz queda:

– Y el sumo sacerdote de Jerusalen, cuando impone sus manos sobre el carnero, seguramente se olvida de enumerar nuestros pecados en griego.

Todos se echaron a reir. Los mayores y tia Maria. Pero mi madre continuaba llorando. Tuve que quedarme a su lado.

Hasta Jose sonreia.

El maestro, enojado, prosiguio:

– … si hay hambruna venis a Egipto, si no hay trabajo venis a Egipto, si a Herodes le da la vena asesina venis a Egipto, ?como si al rey Herodes le importara algo el destino de un punado de judios galileos como vosotros! ?La vena asesina! Como si…

– Basta ya -dijo Jose.

El maestro callo.

Todos los hombres lo miraron. Nadie dijo una palabra ni se movio. ?Que habia pasado? ?Que habia dicho el maestro? La vena asesina. ?Habian sido esas sus palabras?

Hasta el propio Santiago tenia la misma expresion que los mayores.

– Oh, ?pensais que la gente no habla de estas cosas? -pregunto el maestro -. Como si yo creyera esas patranas.

Nadie dijo nada.

Luego, en voz baja, Jose tomo la palabra.

– El Senor creo la paciencia para esto, pero la mia se ha agotado. Volvemos a casa precisamente porque es nuestro hogar -dijo mirando al maestro-, y porque es la tierra del Senor. Y porque Herodes ha muerto.

El maestro se quedo de piedra. Todo el mundo mostro su perplejidad, incluso mi madre. Las mujeres se miraron entre si.

Todos los ninos sabiamos que Herodes era el rey de Tierra Santa y un hombre malo. Hacia poco tiempo habia hecho algo terrible, habia profanado el Templo de Jerusalen, o eso oimos comentar a los hombres.

El maestro miraba cenudo a Jose.

– No esta bien decir una cosa asi -lo reprendio-. No puedes decir esas cosas del rey.

– Esta muerto -insistio Jose-. La noticia llegara dentro de dos dias en el correo de Roma.

El maestro no supo que cara poner. Todos los demas guardaron silencio, las miradas fijas en Jose.

– ?Y como lo sabes? -pregunto el maestro.

No hubo respuesta.

– Tardaremos un poco en preparar el viaje -dijo Jose al cabo-. Hasta entonces, los chicos tendran que trabajar con nosotros. Me temo que de momento se ha acabado la escuela para ellos.

– ?Y que pensara Filo cuando se entere de que os llevais a Jesus? -pregunto el maestro.

– ?Que tiene que ver Filo con mi hijo? -tercio mi madre, asombrando a todos los presentes.

Siguio un nuevo silencio.

Supe que no era un momento facil.

Tiempo atras el maestro me habia llevado a presencia de Filo, un rico erudito, para presentarme como alumno ejemplar. Filo se habia encarinado conmigo e incluso me llevo a la Gran Sinagoga -tan grande y tan hermosa como los templos paganos de la ciudad-, donde los judios ricos se congregaban con ocasion del sabbat, un lugar al que mi familia nunca iba.

Nosotros ibamos a la pequena Casa de Oracion que habia en nuestra misma calle.

Fue a raiz de aquellas visitas que Filo nos encargo trabajo: hacer puertas y bancos de madera y unas estanterias para su nueva biblioteca, y al poco tiempo sus amigos empezaron a encargar trabajos similares a nuestra familia, cosa que supuso buenos estipendios.

Filo me habia tratado como a un invitado cuando me llevaron a conocerlo. E incluso cuando hubimos montado las puertas en sus pivotes y llevado los bancos recien pintados, Filo habia pasado un rato hablando con nosotros y haciendo comentarios elogiosos sobre mi a Jose.

Pero ?hablar de esto ahora?, ?de que Filo me habia tomado carino? No era el momento. Los hombres miraban inquietos al maestro. Habian trabajado duro para Filo y sus amistades.

El maestro no respondio a mi madre.

Jose dijo:

– ?A Filo le sorprendera que me lleve a mi hijo conmigo a Nazaret?

– ?Nazaret? -dijo el maestro con frialdad-. ?Que es eso? Nunca he oido hablar de Nazaret. Vosotros vinisteis de Belen. Aquella horrible historia… Filo opina que Jesus es el alumno mas prometedor que ha tenido nunca; si se lo permitieras, el educaria a tu hijo. Eso es lo que Filo tiene que ver con tu hijo, el mismo se ofrecio a encargarse de su educacion…

– Filo no tiene nada que ver con nuestro hijo -repitio mi madre, sorprendiendo de nuevo a todos al tomar la palabra, mientras sus manos me sujetaban con fuerza por los hombros.

Adios a aquella casa con suelos de marmol. Adios a aquella biblioteca repleta de pergaminos y al olor a tinta. «El griego es la lengua del Imperio. ?Ves esto? Es un mapa del Imperio. Sostenlo por ese extremo. Mira. Roma gobierna en toda esta extension. Aqui esta Roma, aqui Alejandria, ahi Jerusalen. Mira, ahi tienes Antioquia, Damasco, Corinto, Efeso, todas grandes ciudades donde viven judios que hablan griego y tienen la Tora en griego. Pero aparte de Roma no hay ciudad mas grande que Alejandria, donde nos encontramos ahora.»

Volvi al presente. Santiago me estaba mirando y el maestro me hablaba.

– … pero a ti te cae bien Filo, ?no es asi? Te gusta responder a sus preguntas. Te gusta su biblioteca.

– El se queda con nosotros -dijo Jose con calma-. No ira a ver a Filo.

El maestro continuo mirandome fijamente. Aquello no era justo.

– ?Jesus, habla! -dijo-. Tu quieres que te eduque Filo, ?verdad?

– Senor, yo hare lo que mis padres decidan -respondi y me encogi de hombros. ?Que mas podia decir?

El maestro levanto las manos al cielo, meneo la cabeza y finalmente dijo:

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