– ?Cuando partireis?

– Tan pronto podamos -respondio Jose-. Tenemos trabajo que terminar.

– Quiero comunicar a Filo que Jesus se marcha -dijo el maestro, y se dispuso a marchar, pero Jose anadio:

– Las cosas nos han ido bien en Egipto. -Saco unas monedas y se las entrego-. Te agradezco que hayas ensenado a mis hijos.

– Si, claro, y ahora te los llevas a… ?como has dicho que se llama…? Jose, en Alejandria viven mas judios de los que hay en Jerusalen.

– Es posible, maestro -dijo Cleofas-, pero el Senor mora en el Templo de Jerusalen, y su tierra es la Tierra Santa.

Todos los hombres asintieron en senal de aprobacion, y las mujeres asintieron tambien, lo mismo que yo y Salome y Judas y Josias y Simeon.

El maestro no pudo menos que asentir con la cabeza.

– Y si terminamos pronto el trabajo -dijo Jose con un suspiro- podremos llegar a Jerusalen antes de la Pascua judia.

Todos lanzamos vitores al oirlo. Era estupendo. Jerusalen. La Pascua.

Salome batio palmas y hasta el propio Cleofas sonrio.

El maestro inclino la cabeza, se llevo dos dedos a los labios y nos dio su bendicion:

– Que el Senor os acompane en vuestro viaje. Y que llegueis sanos y salvos a vuestra casa.

Luego partio.

De golpe, toda la familia empezo a hablar la lengua materna por primera vez en toda la tarde.

Mi madre se dispuso a curarme los cortes y las magulladuras.

– Oh, han desaparecido -susurro al examinarme-. Estas curado.

– Solo eran magulladuras -dije. Estaba contentisimo de que volvieramos a casa.

2

Aquella noche despues de cenar, mientras los hombres descansaban tumbados en sus esteras en el patio, se presento Filo.

Se sento a tomar un vaso de vino con Jose, como si no le preocupara ensuciarse la ropa blanca que vestia, y cruzo las piernas como haria cualquier hombre. Yo me sente al lado de Jose, confiando en escuchar lo que hablasen, pero mi madre me llevo dentro.

Se puso a escuchar detras de la cortina y me dejo hacerlo a mi tambien. Tia Salome y tia Esther se sumaron a nosotros.

Filo queria que me quedara a fin de instruirme para despues volver a casa convertido en un joven culto. Jose lo escucho en silencio y luego le dijo que no, que era mi padre y debia llevarme consigo a Nazaret, que eso era lo que tenia que hacer. Le dio las gracias por su ofrecimiento y le ofrecio mas vino, y anadio que se ocuparia de que yo recibiera una buena educacion de judio.

– Olvida, senor -dijo con su hablar pausado-, que en el sabbat todos los judios del mundo son filosofos y eruditos. Y otro tanto ocurre en la aldea de Nazaret.

Filo asintio y sonrio.

– Ira a la escuela por las mananas, como todos los chicos -prosiguio Jose -. Y debatiremos sobre la Ley y los profetas. E iremos a Jerusalen y alli, en las festividades, quiza podra escuchar a los maestros del Templo. Como yo hice muchas veces.

Entonces Filo, resignandose, le ofrecio un regalo de despedida, un pequeno bolso, pero Jose le agradecio el gesto y rehuso.

Luego Filo descanso un rato y hablo de diversas cosas, de la ciudad y los trabajos que habian hecho nuestros hombres, y del Imperio, y luego le pregunto a Jose como podia estar tan seguro de que el rey Herodes habia muerto.

– La noticia llegara con el correo romano -repitio Jose-. Yo lo supe por un sueno, y eso significa que debemos volver a casa.

Mis tios, que habian permanecido sentados en la oscuridad, dijeron que estaban de acuerdo y hablaron de lo mucho que despreciaban al rey.

Las extranas palabras del maestro, cuando habia mencionado la vena asesina, vinieron a mi mente, pero los hombres no lo mencionaron.

Finalmente, Filo se dispuso a partir.

Ni siquiera se sacudio el polvo de sus finos ropajes al levantarse. Le dio las gracias a Jose por el buen vino y nos deseo lo mejor.

Segui a Filo y lo acompane un trecho por la calle. Llevaba con el a dos esclavos que portaban antorchas, y yo nunca habia visto la calle de los Carpinteros tan iluminada a esas horas. Supe que la gente nos observaba desde los patios, donde descansaban a la brisa marina que corria al anochecer.

Me dijo que no olvidara nunca Egipto ni el mapa del Imperio que me habia ensenado.

– Pero ?por que no vuelven todos los judios a Israel? -le pregunte-. Si somos judios, ?no deberiamos vivir en la tierra que el Senor nos dio? No lo entiendo.

Filo guardo silencio, y al cabo dijo:

– Un judio puede vivir donde sea y ser judio. Tenemos la Tora, los profetas, la tradicion. Vivimos como judios alla donde estemos. ?No llevamos acaso la palabra de Nuestro Senor alla donde vamos? ?No llevamos la Palabra a los paganos dondequiera que vivamos? Si yo estoy aqui es porque mi padre, y su padre antes que el, vivian aqui. Tu vuelves a casa porque tu padre asi lo quiere.

Mi padre.

Senti un escalofrio: Jose no era mi padre. Siempre lo habia sabido, pero no podia comentarlo con nadie, nunca. Tampoco lo hice en ese momento.

Asenti con la cabeza.

– No te olvides de mi -dijo Filo.

Bese sus manos y el se inclino y me beso en ambas mejillas.

Posiblemente le esperaria una buena cena en su casa de suelos de marmol y lamparas por todas partes y hermosas cortinas. Y habitaciones superiores con vistas al mar.

Se volvio una vez para decirme adios y luego desaparecio con sus esclavos y sus antorchas.

Por un momento me senti profundamente triste, lo suficiente para saber que nunca olvidaria esa dolorosa despedida. Pero estaba muy excitado pensando en el regreso a Tierra Santa.

Me apresure a volver.

Al llegar al patio, oi llorar a mi madre. Estaba sentada al lado de Jose.

– Pero no se por que no podemos instalarnos en Belen -estaba diciendo-. Es alli donde deberiamos ir. Belen, mi ciudad natal.

– Nunca -repuso Jose-. Ni siquiera cabe como posibilidad. -Siempre le hablaba con dulzura-. ?Como se te ha ocurrido que podriamos volver a Belen?

– Tenia esta esperanza -insistio ella-. Han pasado siete anos y la gente olvida. Si alguna vez llegaran a comprender…

Mi tio Cleofas, que estaba tumbado de espaldas con las rodillas levantadas, se reia por lo bajo, como solia reirse de tantas cosas. Tio Alfeo no dijo nada; parecia estar contemplando las estrellas. Santiago miraba desde el umbral; quizas estaba escuchando.

– Piensa en todos los signos -dijo mi madre-. Recuerda aquella noche, cuando llegaron los hombres de Oriente. Solo por eso…

– Ya basta -dijo Jose-. ?Crees que lo habran olvidado? ?Crees que habran olvidado algo? No, no podemos volver a Belen.

Cleofas rio de nuevo.

Jose no le hizo caso y tampoco mi madre. El la rodeo con el brazo.

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