Mientras me derrumbaba bajo aquel torrente de golpes, mientras sentia los zapatos de cuero golpeandome en las costillas y el estomago, mientras el aliento me faltaba y perdia la vision de mis ojos, mientras el dolor se extendia por mi cabeza y mis miembros, dije una sola oracion.

«Dios querido, perdoname por haberme apartado de Ti.»

16 De vuelta al mundo y al tiempo

Sonaba. Oi otra vez los canticos, como los ecos de un gong. Pero se desvanecieron a medida que fui recuperando la conciencia de mi mismo. Tambien se desvanecieron las estrellas, y el vasto cielo oscuro desaparecio.

Abri los ojos despacio.

Ningun dolor, en ninguna parte del cuerpo.

Estaba tendido en la cama de baldaquin, en la Posada de la Mision. Me rodeaba el mobiliario familiar de la suite.

Durante largo rato deje descansar la vista en el dibujo ajedrezado de la seda del baldaquin, y me di cuenta, me obligue a mi mismo a darme cuenta, de que estaba de vuelta en mi propio tiempo, y de que no sentia dolor en ninguna parte del cuerpo.

Me incorpore poco a poco.

– ?Malaquias? -llame.

Sin respuesta.

– Malaquias, ?donde estas?

Silencio.

Senti que algo en mi interior estaba a punto de quebrarse, y aquello me aterrorizo. Susurre su nombre una vez mas, y no me sorprendi cuando tampoco hubo respuesta.

Una cosa sabia, sin embargo. Sabia que Meir, Fluria, Eli, Rosa, Godwin y el conde habian escapado sanos y salvos de Norwich. Lo sabia. En algun lugar de mi mente nublada perduraba la vision del carro escoltado por los soldados alejandose velozmente por el camino de Londres.

Aquello parecia tan real como cualquier detalle de esta habitacion, y esta habitacion parecia completamente real, fiable y solida.

Baje la vista hacia mi mismo. Mis ropas estaban en desorden y arrugadas.

Pero llevaba uno de mis trajes, americana y pantalones caquis con chaleco, y camisa blanca con el cuello desabrochado. Ropas habituales en mi.

Busque en el bolsillo y descubri que llevaba la identificacion que solia utilizar cuando venia aqui como yo mismo. No Toby O’Dare, desde luego, sino el nombre que utilizaba para moverme por ahi sin disfraz.

Volvi a meter en el bolsillo mi permiso de conducir, salte de la cama y fui al cuarto de bano a mirarme en el espejo. No habia magulladuras, ni senales.

Pero creo que fue la primera vez en muchos anos que vi mi propia cara. Vi a Toby O’Dare, de veintiocho anos de edad, mirandome desde el espejo.

?Por que pensaba que tenia que haber magulladuras y senales?

El hecho era que no podia creer que estuviera aun vivo, no podia creer que hubiera sobrevivido a lo que parecia ser una muerte merecida delante de la catedral.

Y si este mundo no me hubiera parecido tan vivido como aquel, habria creido estar sonando.

Pasee por la habitacion, aturdido. Vi mi habitual bolsa de piel, y me di cuenta de lo mucho que se parecia a la bolsa que habia estado cargando de aqui para alla a lo largo del siglo xiii. Tambien estaba aqui mi ordenador, el portatil que utilizaba solo para la busqueda de informacion.

?Como estaban aqui esos objetos? ?Como habia llegado yo aqui? El ordenador, un portatil Macintosh, estaba abierto y conectado, como podia haberlo dejado yo mismo despues de usarlo.

Por primera vez se me ocurrio que todo lo ocurrido habia sido un sueno, un mero producto de mi imaginacion. El unico problema es que nunca podria haber imaginado algo asi. No podria haber imaginado a Fluria, o a Godwin, o al anciano Eli y la manera que tuvo de dar la vuelta al juicio en el momento decisivo.

Abri la puerta y sali a la galeria cubierta. El cielo era de un color azul palido y el sol me calento la piel, y despues de la nieve, el barro y los cielos cubiertos que habia conocido las pasadas semanas, aquel calor me parecio una caricia.

Me sente a la mesa de hierro y note la brisa que me envolvia y me preservaba del excesivo calor del sol; esa vieja frescura familiar siempre presente en el aire del sur de California.

Plante los codos sobre la mesa e incline la cabeza hasta dejar que descansara en mis manos. Y llore. Tanto llore que incluso prorrumpi en sollozos sonoros.

El dolor que sentia era tan horrible que no pude describirmelo ni siquiera a mi mismo.

Me di cuenta de que pasaba gente a mi lado, y no me importo lo que veian ni lo que sentia. En cierto momento, una mujer se me acerco y puso su mano en mi hombro.

– ?Puedo ayudarle en algo? -susurro.

– No -dije-. Nadie puede. Todo se ha acabado.

Le di las gracias, tome su mano en la mia y le dije que era muy amable. Sonrio, asintio y se fue con su grupo de turistas. Desaparecieron por la escalera de la rotonda.

Busque en un bolsillo, encontre un ticket de aparcamiento de mi coche y baje, cruzando el lobby y pasando bajo el campanario. Entregue el ticket al guardacoches con un billete de veinte dolares y me quede alli, aturdido, mirandolo todo como si nunca lo hubiera visto antes: el campanario con sus muchas campanas, las petunias que florecian en los arriates de la entrada, y las palmeras esbeltas que se alzaban como para senalar el cielo impecablemente azul.

El guardacoches se coloco a mi lado.

– ?Se encuentra bien, senor? -pregunto.

Yo me lleve la mano a la nariz. Me di cuenta de que aun lloraba. Saque un panuelo de lino del bolsillo y me sone.

– Si, estoy bien -dije-. Acabo de perder a un punado de buenos amigos -anadi-. Pero no me los merecia.

No supo que decir, y no lo culpo por ello.

Me puse al volante del coche y conduje tan rapido como pude hasta San Juan Capistrano.

Todo lo que habia ocurrido pasaba por mi mente como una larga cinta, y no veia ni las colinas, ni la autopista ni las senales de trafico. En mi corazon me encontraba en el pasado, y solo por instinto conducia el coche en el presente.

Cuando entre en el terreno de la mision, mire a mi alrededor desesperanzado y de nuevo susurre: «Malaquias.»

No hubo respuesta, y no vi a nadie que se pareciera ni remotamente a el. Solo las familias de costumbre, que paseaban entre los arriates de flores.

Fui directamente a la capilla Serra.

Por fortuna no habia mucha gente alli, y las pocas personas presentes rezaban.

Recorri la nave con la vista fija en el tabernaculo y la luz encendida a su izquierda, y desee de todo corazon tenderme en el suelo de la capilla con los brazos abiertos y rezar, pero me di cuenta de que los otros se me acercarian si hacia una cosa asi.

Todo lo que pude hacer fue arrodillarme en el primer banco y repetir otra vez la oracion que dije cuando el gentio me ataco.

– Senor Dios -rece-. No se si ha sido un sueno o real. Solo se que ahora soy tuyo. Nunca quiero ser otra cosa que tuyo.

Por fin me sente en el banco y llore en silencio durante una hora por lo menos. No hice ningun ruido que pudiera molestar a la gente. Y cuando alguien pasaba cerca de mi, yo bajaba la vista y cerraba los ojos, y ellos seguian sencillamente su camino para decir sus oraciones o encender sus velas.

Mire el tabernaculo y deje mi mente en blanco, y acudieron a mi muchos pensamientos. El mas desolador fue que estaba solo. Todas las personas a las que habia conocido y amado con todo mi corazon habian sido apartadas

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