A que dudarlo. Lo que es yo nada de alquilar y menos casas lindisimas, que mi presupuesto no da para eso, no. Yo en cambio estaba como a siete mil kilometros de aqui, en Nicaragua, mas o menos laburando, captando Nicaragua en un congreso de homenaje a Cortazar en el primer aniversario de su muerte.
– Alla por el ‘85 -digo.
– Alla por el ‘85, si no me equivoco -retoma Susi como si le estuviera hablando de su historia, y yo le voy a dar su espacio, voy a dejar que ella hile en voz alta lo que yo calladita voy tejiendo por dentro. Ella hace largos silencios, los truenos tapan palabras, los de la mesa de al lado se estan largando por vertiginosas pistas de ski segun puedo captar de su conversacion sobre Chapelco, todo se acelera y cada una de nosotras va retomando su trama y en el centro de ambas hay una noche de tormenta sobre el mar, como esta, mucho peor que esta.
Yo en Nicaragua en los anos de gloria del sandinismo con todos esos maravillosos escritores, uno sobre todo mucho mas maravilloso que los otros por motivos extraliterarios. Hombre introvertido, intenso. Nos miramos mucho durante todas las reuniones, nos abrazamos al final de su ponencia y de la mia, nos entendimos a fondo en largas conversaciones del acercamiento humano, supimos tocarnos de maneras no necesariamente tactiles. Largas sobremesas personales, comunicacion en serio. Era como para asustarse. Navegante, el hombre, en sus ratos de ocio. Guatemalteco el viviendo en Cartagena por razones de exilio. Buen escritor, buena barba, buenos y prometedores brazos porque entre tanto coloquio, tanta Managua por descifrar -hecha para pasmarse y admirarla dentro de toda su pobre fealdad sufriente-, entre tanto escritor al garete, nulas eran las posibilidades de un encuentro intimo. Pero flotaba intensisima la promesa.
– Yo estaba en esa casa, sensacional, te digo -va diciendo Susi-. Una casa sobre la playa con terraza y la parte baja que daba directamente a la arena. Jacques aterrizaba solo los fines de semana, meta vigilar sus negocios en Buenos Aires, y yo iba poco a poco descubriendo la soledad y tomandole el gusto. Los chicos estaban hechos unos salvajes duenos de los medanos y de los bosques, cabalgando las olas en sus tablas de surf pero no tanto porque no los dejaba ir donde habia grandes olas, eran chicos, igual hacian vida muy independiente y se pasaban la mitad del tiempo en casa de unos amiguitos, en el bosque, y yo me andaba todo en bicicleta o caminaba horas o me quedaba leyendo frente al mar que es lo que mas me gustaba.
– ?A Adrian Vasquez, lo leiste? -atino a preguntar despuntando el ovillo.
– Jacques me tenia harta con sus comidas cada vez que llegaba. Cada fin de semana habia que armar cenas como para veinte, todos los amigos de Punta, todos. Te consta que a mi me gusta cocinar, me sale facil, pero en esa epoca yo necesitaba silencio, fue cuando le empece a dar en serio a la meditacion y no terminaba de concentrarme que ya empezaban a saltar los corchos de champan.
En Nicaragua le dabamos al Flor de Cana. Flor de ron, ese. Y llego el dia cuando se termino el coloquio y casi todos se volvieron a sus pagos y a unos poquitos nos invitaron a pasar el fin de semana en la playa de Pochomil.
– Cierto fin de semana Jacques no pudo venir. Ya no me acuerdo que problema tuvo en BAires, y los chicos patalearon tanto que me vi obligada a llevarlos a pasar la noche en casa de sus amiguitos y por fin yo me instale en el dormitorio de abajo, el de huespedes que daba sobre la arena, dispuesta a leer hasta que las velas no ardan.
La pomposamente llamada casa de protocolo del gobierno sandinista era a duras penas una casita de playa sobre la arena, simpatica, rodeada de plantas tropicales, casita tropical toda ella con mucho alero y mucha reja y poco vidrio. Poco vidrio a causa del bruto calor, mucha reja debido a los peligros que acechaban fuera. Un pais en guerra, Nicaragua, entonces, con los contrarrevolucionarios al acecho.
A Susi no le cuento todo esto, solo largo por ahi una palabra o dos, de guia, como para indicarle que estoy siguiendo su historia. Al mismo tiempo voy hilvanando en silencio y de a pedacitos la mia, como quien arma una colcha de retazos.
– Esa casa era un sueno, te digo. Tenia un living enorme con chimenea que alguna vez encendimos y un dormitorio principal estupendo todo decorado en azul Mediterraneo, con decirte que el del depto de Libertador no parecia gran cosa al lado de ese, igual a mi me gustaba el cuarto de huespedes, abajo, porque la casa estaba construida sobre un medano, el cuarto quedaba abajo y tenia un enorme ventanal que daba directamente sobre la playa.
– Identica ubicacion fisica -convine, sin que ella me preste atencion alguna entre el ruido de la tormenta que ya se habia desencadenado, los truenos que reventaban como bombas y esos vecinos de la mesa de atras que atronaban con sus voces y sus risas por encima del estrepito del viento. Identica ubicacion fisica, dentro de lo que cabe, salvando las distancias.
– A mi me encantaba esa pieza de huespedes que tenia una cucheta bajo el ventanal. Ahi me tire a leer, esa tardecita, cuando ya se estaba poniendo el sol.
Nosotros, en cambio, llegamos a la tardecita, nos llevaron a comer a un puesto de pescado sobre la playa y despues quedamos solos, los cuatro huespedes: Claribel Alegria y Bud Flakol, su marido, mi escritor favorito y yo. Y yo, relamiendome de antemano.
– Yo me relamia -creo que musite en medio del soliloquio de Susi.
Ella estaba en otra:
– Yo leia mientras se iban marchitando los rosados de la puesta del sol y veia acercarse la tormenta, unos nubarrones negros que venian hacia mi, espectaculares.
Amenaza de tormenta teniamos nosotros tambien, en Pochomil, ademas de la amenaza de la contra, y ahi estabamos los cuatro en esa playa perdida de la mano de Dios. Claribel y Bud son los mejores companeros, los mas brillantes que uno pueda desear, y ademas estaba el y yo me hacia todo tipo de ilusiones, por eso el peligro era una posibilidad mas de acercamiento. De golpe se hizo de noche. Cosas del tropico. Y se presento un hombre armado que dijo ser un guardia y meticulosamente nos encerro a los cuatro tras las rejas, llevandose las llaves del candado principal, por seguridad, dijo, porque por alli andaban peleando.
Ni que me hubiera leido el pensamiento, Susi, porque de golpe dijo:
– La Barra es un lugar muy tranquilo, pero esa noche parecia prometer inquietudes interesantes.
Y despues se quedo mirando el mar, o mejor dicho el horizonte negro, con nubes como las otras que ya no eran promesas y estaban descargandose con sana.
El guardia parecia inquieto. Cualquier cosa, me llaman si necesitan algo, estoy a pocos metros de aca, dijo, montamos vigilancia toda la noche asi que no tienen de que preocuparse, companeros, y alli esta el telefono si es que funciona, no les puedo decir porque hace mucho que no tenemos huespedes por aca, nos aclaro, bastante inutilmente porque se notaba, todo parecia tan polvoriento y abandonado que yo ya habia tomado la firme decision de sacudir bien las sabanas y separar la cama de la pared, mas asustada de las alimanas que de los contras. Con un poco de suerte, el me ayudaria en ese sano menester. Algo comente al respecto, el se ofrecio con gusto, nos servimos el cafe de un termo que habia traido el guardia, y los cuatro nos instalamos en las mecedoras de paja para una sabrosa charla de sobremesa cuando empezaron los sapos.
– Te digo que todo estaba quieto quieto esa noche mientras yo miraba acercarse la tormenta, unos nubarrones como de fin del mundo que me parecian sublimes, como lava apagada, que se yo, como oscuras emanaciones volcanicas que se iban acercando pero yo estaba ahi protegida detras de los vidrios sobre esa cucheta en esa casa tan bella y solitaria.
En Pochomil los sapos mugian como toros salvajes, guturales y densos. Algo nunca escuchado, y detras el coro de ranas, todo un griterio enloquecido de batracios cuando de golpe se desencadeno la tormenta casi sin previo aviso.
– Esa si que fue una bruta tormenta -dije en voz alta.
– ?Cual, che? Disculpame, por ahi estabas tratando de contarme algo, pero yo me embale tanto en mi historia… ?Pedimos mas vino? Mira como llueve, que lindo.
– Alla se largo una lluvia que agujereaba la tierra. Asi sonaba, al menos. No podiamos salir.
– Yo tampoco. Me dormi un ratito, y cuando me desperte el mar casi casi llegaba al ventanal.
– Era bastante aterrador, te dire. Empezaron los rayos y los truenos, todo tan encimado…
– Aca tambien.
– ?Ahora? No tanto.
– Ahora no tanto. Entonces, te digo, entonces era feroz.
En Pochomil era tan pero tan fuerte la tormenta electrica que nos dio miedo. La casa temblaba con cada rayo que caia, y enseguida explotaba el trueno. De espanto. Bud dijo que habia que contar despacito entre el destello y el trueno, y cada segundo era una milla mas que nos separaba del lugar donde caia el rayo. Claribel empezo a