metro de altura-, pero no cabia duda de que habia sido el marco de una puerta, o al menos la parte superior de una, e incluso tenia una rosa de cinco petalos esculpida en lo alto. Sin embargo, el hueco de la puerta se habia sellado con un revoltijo de ladrillo rojo y marmol; quien hubiera supervisado la obra -seguramente durante el terrible ano de 1348- tenia demasiada prisa para preocuparse por los materiales o el diseno.

Cuando volvieron los hombres con sus herramientas y empezaron a perforar el ladrillo, Janice y yo nos refugiamos detras de Umberto y fray Lorenzo. Al poco, resonaba la cueva entera con el alboroto de la demolicion y del techo empezaron a caer trozos de toba como granizo, que nos cubrieron -una vez mas- de escombros.

Al menos tres capas de ladrillo separaban la fosa comun de lo que habia debajo, por eso, en cuanto atravesaron la ultima capa, los hombres se retiraron y echaron el resto abajo a patadas. Pronto tuvieron abierto un agujero grande y dentado y, antes de que el polvo llegara a asentarse, Coceo los aparto para ser el primero en asomar por el su linterna.

En el silencio que siguio al estrepito de los taladros, todos lo oimos silbar de admiracion, y ese sonido genero un eco hueco y espeluznante.

– La cripta! -susurro fray Lorenzo, persignandose.

– Vamos alla -mascullo Janice-. Espero que hayas traido ajos.

A los hombres de Coceo les llevo una media hora preparar nuestro descenso a la cripta. Pretendian que llegaramos al nivel del suelo excavando mas en los huesos entrelazados y perforando el ladrillo de la pared segun avanzaban, pero, al final, cansados de esa tarea, empezaron a tirar huesos y escombros por el agujero para formar un monticulo que nos sirviera de rampa al otro lado. Al principio, los ladrillos caian con fuerte estruendo sobre lo que parecia un suelo de piedra, pero, cuando el monticulo empezo a crecer, el ruido fue disminuyendo.

Cuando por fin Coceo nos hizo pasar por el agujero, Janice y yo descendimos a la cripta de la mano de fray Lorenzo, deslizandonos con cuidado por el monticulo de ladrillo y huesos, sintiendonos como supervivientes de un bombardeo que bajaran por una escalera destrozada y preguntandonos si ese seria el final -o el principio- del mundo.

En la cripta, el aire era mucho mas frio que en la cueva de la que veniamos, y mas limpio. Al mirar alrededor, a la luz de una docena de faros oscilantes, casi esperaba encontrar una sala grande y alargada con filas de tumbas y siniestras inscripciones latinas en las paredes; en cambio, para mi sorpresa, se trataba de un espacio bello y majestuoso de techo abovedado y altos pilares. Aqui y alla habia superficies de piedra que debian de haber sido altares pero se encontraban ahora desprovistas de objetos sagrados. Aparte de eso, quedaba poco mas que sombras y silencio.

– ?Madre mia! -susurro Janice, iluminando con mi linterna las paredes que nos rodeaban-. ?Mira esos frescos! Somos los primeros que los ven desde…

– La peste -dije-. Y no creo que les sienten muy bien… tanto aire y tanta luz.

Resoplo.

– Esa deberia de ser la ultima de nuestras preocupaciones ahora, ?no crees?

Mientras observabamos los frescos de las paredes, pasamos por delante de una puerta cerrada por una verja de hierro forjado con filigranas doradas. Al iluminar el interior con la linterna vimos una pequena capilla lateral con tumbas que me recordaron el cementerio donde se hallaba el sepulcro de los Tolomei y que habia ido a visitar con mi primo Peppo hacia una eternidad.

No eramos las unicas interesadas en las capillas laterales: los hombres de Coceo examinaban sistematicamente todas y cada una de las puertas, sin duda en busca de la tumba de Romeo y Giulietta.

– ?Y si no es aqui? -susurro Janice, mirando nerviosa a Coceo, cada vez mas frustrado por la busqueda infructuosa-. ?O estan enterrados aqui y la estatua esta en otro sitio?… ?Jules!

Solo la escuchaba a medias. Despues de pisar varios trozos de lo que parecia escayola, ilumine el techo con mi linterna y descubri que aquello estaba mas deteriorado de lo que habia supuesto en un principio. Se habian desprendido algunos pedazos de la boveda y un par de pilares aguantaban precariamente el peso del mundo moderno.

– ?Ay, Dios! -exclame, de pronto consciente de que Coceo y sus matones no eran nuestros unicos enemigos alli abajo-, ?este sitio esta a punto de derrumbarse!

Mire con disimulo el agujero que conducia a la antecamara, donde estaba la fosa comun, y repare en que, aunque pudieramos escabullimos sin ser vistas, jamas podriamos subir de vuelta al lugar desde donde habiamos saltado con la ayuda de los matones. Haciendo un gran esfuerzo, podria subir a Janice, pero ?y yo?, ?y fray Lorenzo? En teoria, Umberto podia auparnos a los tres uno por uno, pero ?como subiria el despues? ?ibamos a dejarlo alli?

Mis cavilaciones se vieron interrumpidas cuando Coceo nos llamo con un fuerte silbido y le ordeno a Umberto que nos preguntara si teniamos alguna otra pista de donde podia encontrarse la condenada estatua.

– ?Si esta aqui! -espeto Janice-. La cuestion es donde la escondieron.

Al ver que Coceo no la seguia, forzo una risa.

– ?En serio pensabais -siguio con voz temblorosa- que iban a dejar algo tan valioso a la vista de todo el mundo?

– ?Que dice fray Lorenzo? -pregunto Umberto, mas que nada para desviar la atencion de Janice, que parecia que iba a echarse a llorar en cualquier momento-. Alguna idea tendra.

Miramos al fraile, que se paseaba solo, contemplando las estrellas doradas del techo.

– «Y puso un dragon alli para que guardara sus ojos» -dijo Umberto-. Eso es todo. Pero aqui no hay ningun dragon. Ni ninguna estatua en ninguna parte.

– Lo raro es que ahi -dije-, a la izquierda, hay cinco capillas equidistantes, pero en este lado solo hay cuatro. Mirad. Falta la del centro. Solo hay pared.

Antes de que Umberto terminara de traducir lo que yo habia dicho, Coceo nos empujo a todos al lugar en el que deberia haber estado la quinta puerta para examinarlo detenidamente.

– No solo hay pared -dijo Janice, senalando un vistoso fresco-, tambien un paisaje con una enorme… serpiente roja voladora.

– A mi me parece un dragon -observe, retrocediendo un poco-. ?Sabeis lo que pienso? Creo que la tumba esta detras de esta pared. Mirad… -senale una grieta alargada en el fresco que dejaba ver la forma de una puerta bajo la escayola-. Era una capilla lateral como las demas, pero Salimbeni debio de hartarse de tenerla vigilada a todas horas y la tapio. Tiene sentido.

Coceo no necesito mas pruebas de que alli era, obviamente, donde se escondia la tumba y, al poco, taladro en mano, los hombres perforaban el fresco del dragon para acceder al nicho supuestamente oculto tras el, el estruendo del metal contra la piedra resonando por toda la cripta. Esta vez no solo nos cayo polvo encima mientras contemplabamos la destruccion con los oidos tapados, sino tambien pedazos del techo abovedado; varias estrellas doradas que se desplomaron a nuestro alrededor con un fatidico estrepito, como si se derrumbaran los engranajes del universo.

Cuando pararon los taladros, el boquete de la pared era lo bastante grande para que pasara una persona y, tras el, como sospechabamos, habia un nicho oculto. Uno a uno, los hombres desaparecieron por la improvisada puerta y, al final, ni Janice ni yo pudimos resistir la tentacion de seguirlos, aunque nadie nos lo hubiera pedido.

Al pasar a traves del agujero, llegamos a una capilla pequena y en penumbra, y casi nos dimos de bruces con los otros, que estaban alli de pie. Cuando me estire para ver lo que todos miraban, apenas vislumbre algo resplandeciente, hasta que uno de los matones tuvo el detalle de iluminar con su linterna el inmenso objeto que parecia hallarse suspendido en el aire sobre nosotros.

– ?Jodeeeer! -se oyo en nuestro idioma y, por una vez, incluso Janice se quedo pasmada.

Alli estaba, la estatua de Romeo y Giulietta, mucho mayor y mas espectacular de lo que habia imaginado; de hecho, sus dimensiones la hacian casi aterradora. Parecia que su creador hubiera querido que quienes la contemplaran cayeran rendidos a sus pies, suplicando clemencia. Yo estuve a punto de hacerlo.

Aun en su estado actual, encaramada en lo alto de un inmenso sepulcro de marmol y cubierta de seis siglos de polvo, irradiaba un brillo dorado que ni siquiera el tiempo habia podido robarle, y a la debil luz de la capilla, sus cuatro valiosos ojos -dos zafiros y dos esmeraldas- poseian un fulgor casi sobrenatural.

Para quien no conociera su historia, la estatua no hablaba de dolor, sino de amor. Romeo, arrodillado sobre el sepulcro, sostenia en brazos a Giulietta, y los dos amantes se miraban con una intensidad que logro penetrar el oscuro escondite de mi corazon y avivar mis pesares. Quedaba claro que los bocetos de mama no eran sino conjeturas; ni su representacion mas tierna de aquellos dos personajes, Romeo y Giulietta, les hacia justicia.

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