Solo cuando ya se encontraban en el Aeropuerto Metropolitano de Sacramento y estaban a punto de despedirse -el volveria a Los Angeles y su hijo regresaria a Berkeley via Oakland- Collins esbozo una sonrisa y rodeo con el brazo los hombros de Josh.

– Mira -le dijo-, no me opongo a que seas activista. Me enorgullezco de que te preocupes tanto por las cosas. Pero tienes que andarte con pies de plomo cuando hagas alguna acusacion. Tienes que estar muy seguro de los hechos antes de divulgarlos.

– Estoy completamente seguro de este -dijo Josh.

La obstinacion del muchacho resultaba exasperante. Haciendo un esfuerzo, Collins consiguio no perder el buen humor.

– Bueno, bueno. ?Y si yo te demostrara que lo que hemos visto es un autentico proyecto de la Marina? Si te lo pudiera demostrar, ?quedarias convencido?

Una sonrisa ilumino por primera vez el rostro de Josh.

– Me parece muy bien. Si tu me lo demuestras, papa, reconocere que estaba en un error. Pero tienes que demostrarmelo.

– Te doy mi palabra de que lo hare. Ahora sera mejor que suba a ese avion: Tengo que reunirme con un miembro de la Asamblea del estado que sustenta tu misma opinion. Pero tambien tendra que demostrarme ciertas cosas.

Al llegar al hotel Beverly Hills procedente de Los Angeles, y una vez hubo anunciado su llegada, apenas le dio tiempo a que le llevaran el equipaje a su bungalow de tres habitaciones, situado en la parte de atras, y a asearse rapidamente y cambiarse de camisa, y salio a toda prisa. Estaba citado con el asambleista del estado Olin Keefe en el hotel Beverly Wilshire a las diez en punto y ya eran las diez y cinco.

Su guardaespaldas Oakes, que habia sustituido a Hogan, le estaba aguardando junto a la puerta del bungalow, y ambos avanzaron rapidamente por los tortuosos senderos que conducian al hotel, atravesaron el vestibulo y salieron a la calle dirigiendose hacia donde se encontraba esperando el Lincoln Continental. En un momento cruzaron el boulevard Sunset y se dirigieron al boulevard Wilshire, deteniendose cinco minutos mas tarde frentea la entrada del hotel Beverly Wilshire.

Una vez en el interior, tras haberle preguntado a la telefonista el numero, telefoneo a la suite de la cuarta planta e inmediatamente Keefe se puso al aparato.

– ?Ha cenado usted? -le pregunto Keefe.

– Apenas he tomado un bocado en todo el dia. Y en el avion que me ha traido hasta aqui tampoco es que haya comido demasiado. ?Me esta ofreciendo algo?

– En efecto. Ahora mismo lo pido.

– Simplemente un bocadillo de queso y jamon con un te caliente, sin limon. Subo ahora mismo.

– Le esperamos.

A Collins no se le paso por alto el plural. Le habian inducido a creer que se reuniria a solas con Keefe. Ahora Keefe se encontraba en compania de otra persona, si bien era posible que se tratara de su esposa.

Al entrar en el pequeno salon de Keefe, Collins se encontro no ante una sino ante dos personas desconocidas levantandose para saludarle, sin que ninguna de ellas fuera la esposa del miembro de la Asamblea del estado.

El afable Keefe, con su rostro de querubin iluminado por una sonrisa, vestia una chaqueta deportiva a cuadros y unos pantalones de gabardina. Estrecho con entusiasmo la mano de Collins y le acompano inmediatamente junto a sus amigos.

Espero que no le importe, senor Collins, pero me he tomado la libertad de invitar a dos de mis colegas de la Asamblea del estado. Puesto que hemos tenido la suerte de poder gozar de su presencia, he pensado que cuantos mas fueramos mejor… tanto para usted como para todos nosotros.

– Me parece muy bien -dijo Collins algo desconcertado.

– Le presento al asambleista Yurkovich. -Yurkovich era un joven muy serio, de ceno fruncido, con un tic nervioso en un ojo y un poblado bigote de color herrumbre.- Y este es el asambleista Tobias, un veterano de la Asamblea.

Tobias era un hombre de corta estatura, castanos ojos saltones y vientre abultado.

– Venga, sientese en el sillon dijo Keefe dirigiendose a Collins-. Tengo la impresion de que necesitara estar lo mas comodo posible.

A Collins tales palabras se le antojaron un presagio de mal aguero. Se acomodo en el sillon, convino en que le sentaria muy bien un whisky con hielo y se encendio un cigarrillo mientras el anfitrion le preparaba la bebida.

– El bocadillo se lo subiran en seguida -dijo Keefe-. Debe usted sentirse muy cansado… en avion todo el dia, y ademas el cambio de horario… Procuraremos no entretenerle demasiado. Empezaremos en seguida.

– Por favor -dijo Collins aceptando el vaso y bebiendo un trago.

Los otros dos se hallaban acomodados en el sofa. Keefe acerco una silla a la mesita y tomo asiento frente a Collins.

– Se trata de algo muy importante para todos los que nos hallamos reunidos en esta habitacion, usted incluido -dijo Keefe-. Es posible que ello le abra los ojos, si bien tengo entendido que nuestro amigo comun, el senador Paul Hilliard, ya le dijo algo al respecto la semana pasada.

– Si, desde luego -dijo Collins tratando de recordar. Habian ocurrido tantas cosas desde la cena con Hilliard… Ademas, se sentia agotado. Para el, era la una de la madrugada, segun el horario de Washington. Ingirio nuevamente un buen trago de whisky en la esperanza de que le espabilara-. Si, deseaba que hablara con usted acerca de ciertas… ciertas discrepancias en relacion con las estadisticas criminales correspondientes a California. ?Es eso?

– Eso es, en efecto -repuso Keefe-. Espero que no se oponga a una discusion libre y abierta acerca de este y de otros asuntos de interes para usted…

– Pues claro que no. Sean ustedes tan claros y abiertos como deseen.

Keefe se mostro subitamente menos afable, incluso un poco nervioso.

– Se lo decia porque, si ciertamente esta dispuesto a que hablemos con toda franqueza… pues, senor Collins, tal vez no resulte una velada demasiado agradable para usted…

Se trataba de algo inesperado.

– ?Adonde quiere usted ir a parar? -pregunto Collins sacudiendose repentinamente la modorra-. Expliquese.

– Muy bien. Intento decirle que nosotros tres, al igual que otros muchos legisladores del estado de California que temen expresar su opinion, estamos gravemente preocupados por la tactica que usted y su Departamento de Justicia estan empleando para ganarse el favor de nuestro estado a proposito de la votacion de la Enmienda XXXV.

Collins se termino el whisky y apago la colilla de su cigarrillo.

– ?Que tactica? -pregunto-. Yo no he utilizado tactica alguna para ejercer influencia sobre la votacion de aqui. Le doy mi palabra. No he hecho nada a este respecto.

– Entonces habra sido otra persona -tercio Tobias desde el sofa-. Alguien de su departamento esta intentando asustar a los legisladores de este estado con el fin de que ratifiquen la enmienda.

– Si eso es efectivamente lo que esta ocurriendo, le aseguro que no se absolutamente nada -dijo Collins mirando enfurecido a su interlocutor-. Estan ustedes haciendo unas afirmaciones muy vagas. ?Les importaria precisar un poco mas?

– Dejenme que se lo explique -les dijo Keefe a sus colegas al tiempo que se volvia hacia Collins-. De acuerdo, seremos mas precisos. Nos estamos refiriendo a las estadisticas criminalesque estan ustedes divulgando y que tanta publicidad estan alcanzando aqui. Esas estadisticas relativas a los delitos violentos y a las conspiraciones han sido deliberadamente exageradas por el FBI con el fin de asustar a la gente y a los legisladores de nuestro estado para que voten en favor de la ratificacion de la Enmienda XXXV. Desde que el senador Hilliard hablo con usted de esta cuestion, me he entrevistado personalmente con mas de una docena de jefes de policia de otras tantas localidades. Con catorce, para ser exactos. Mas de la mitad de ellos han confirmado que las cifras que envian al FBI no son las cifras que da a conocer el Departamento de Justicia. Las autenticas cifras han sido alteradas, exageradas e incluso falseadas por el camino.

Impresionado por la vehemencia de su interlocutor, Collins dijo:

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