– Estoy siguiendo al pie de la letra las instrucciones que me ha facilitado el director -repuso Adcock-. Jenkins me lo ha explicado con toda claridad.
– ?Tardaremos mucho en llegar?
– Ya falta poco, jefe.
Habian efectuado el vuelo desde Washington a Harrisburg, Pennsylvania, en un pequeno jet privado. Se las habian arreglado para ser los unicos pasajeros. En el aeropuerto de Harrisburg les esperaba un Pontiac de alquiler. Adcock se habia sentado al volante desde un principio y Tynan se habia acomodado a su lado manteniendo abierto un mapa topografico de la zona de Lewisburg con indicaciones en lapiz rojo. Habian dejado atras Harrisburg, habian cruzado el puente del rio Susquehanrra y habian seguido en direccion norte por la autopista 15 bordeando la orilla occidental del rio. Habian tardado una hora y media, cubriendo una distancia aproximada de ochenta kilometros, en llegar al primer punto senalado, es decir, a la Universidad de Bucknell, situada a la derecha. Y habian proseguido hasta llegar a la ciudad de Lewisburg, una ciudad espectral que se hallaba sumida en el sueno a aquellas horas de la madrugada.
Al pasar frente a la escuela superior de la ciudad, Adcock habia aminorado la marcha del vehiculo con el fin de poder consultar el mapa.
Despues habia dejado el mapa y habia estudiado la calle que se abria ante ellos. Habian llegado al extremo mas alejado de la ciudad.
Adcock senalo hacia la izquierda.
– Se gira aqui para ir a la entrada de la penitenciaria. Jenkins ha dicho que siguieramos adelante por la autopista 15 en direccion noreste y que al llegar al Hospital Evangelico torcieramos a la izquierda y nos dirigieramos al norte a lo largo de los muros de la penitenciaria…
– ?Podra vernos alguien a partir de aqui? -habia preguntado Tynan intranquilo.
– No, jefe. Nadie nos vera. Ademas, fijese en la hora que es. De todos modos, seguiremos un poco mas y despues giraremos otra vez al llegar a la carretera secundaria que atraviesa el bosque. A continuacion seguiremos a traves del bosque hasta que lleguemos al borde sur y entonces veremos los muros y la torre del deposito del agua de la penitenciaria, y alli es donde tendremos que esperar.
Ahora estaban avanzando a paso de tortuga a traves del bosque.
Adcock se agacho sobre el volante y Tynan se inclino y miro a traves del parabrisas contemplando lo que parecia ser el final de la carretera y del bosque.
– Creo que ya hemos llegado -murmuro Adcock-. Ha dicho que a la derecha hay un claro. Si, aqui mismo, ante nuestras propias narices. Ya estamos.
Se desvio de la carretera hacia la derecha, despues giro bruscamente a la izquierda y estaciono. A cierta distancia pudieron distinguir la silueta de la parte central del muro de hormigon que rodeaba la prision, la parte superior de varios edificios que habia en el patio y dos torres de deposito de agua, una a la derecha y la otra detras de la penitenciaria federal de Lewisburg.
Adcock se inclino hacia el tablero de mandos y apago los faros delanteros.
– Hay algunos tipos duros encerrados en ese agujero de maxima seguridad -dijo senalando las siluetas de los edificios.
– Algunos -dijo Tynan-. Pero Donald Radenbaugh no es de esos. Es uno de los blandos, un preso politico.
– No sabia que fuera un preso politico.
– Tecnicamente no lo es. Pero lo es. Sabia demasiado acerca de lo que estaba ocurriendo en las alturas. Y eso tambien puede ser un delito.
Tynan se removio en su asiento mirando a traves del parabrisas y esperando.
Habian transcurrido varios minutos cuando Adcock tiro de la manga de Tynan.
– Jefe, me parece que ya se estan acercando.
Tynan miro a traves del parabrisas contrayendo los ojos y, al final, distinguio dos manchas de luz que se estaban acercando.
– Debe de ser Jenkins -dijo-. Solo utiliza las luces de posicion. Guardo silencio mientras contemplaba el avance del otro automovil.- Muy bien -dijo subitamente-, vamos a hacer lo siguiente. Yo me acomodare en el asiento de atras para hablar con el. Usted quedese donde esta, sentado al volante. Puede escuchar. Pero no hable. Solo hablare yo. Usted limitese a escuchar. Ambos estamos metidos en esto.
Tynan abrio la portezuela del Pontiac, descendio, la cerro, abrio la portezuela trasera, subio y se coloco en un rincon del asiento.
El otro automovil habia penetrado en el claro y se habia acercado a cosa de unos diez metros por detras. El motor se detuvo. Las luces de posicion se apagaron. Se abrio y se cerro una portezuela.
Se escucho el crujido de unas pisadas.
El marchito rostro del director de la prision Bruce Jenkins se inclino y aparecio al otro lado de la ventanilla de Adcock, que senalo con el pulgar hacia atras. Jenkins aparto la cabeza y retrocedio acercando el rostro a la ventanilla de atras. Tynan bajo el cristal hasta la mitad.
– Hola, Jenkins, ?como esta usted?
– Me alegro de verle, senor director. Bien, muy bien. Traigo conmigo a la persona que usted desea ver.
– ?Algun problema?
– Pues, francamente, no. No se mostraba demasiado deseoso de verle a usted…
– No le gusto -dijo Tynan.
– … pero ha venido. Siente curiosidad.
– No me sorprende -dijo Tynan-. Sera mejor que no perdamos el tiempo. Ya es muy tarde. Traigamelo aqui. Que suba por la otra portezuela para que pueda sentarse a mi lado.
– Muy bien.
– Cuando hayamos terminado y el haya salido y usted le haya asegurado, vuelva aqui. Tal vez desee hablar con usted. Es posible que necesite pedirle alguna otra cosa.
– No faltaba mas.
– Otra cosa, Jenkins. Por lo que respecta a este encuentro, jamas tuvo lugar.
– ?Que encuentro? -pregunto el director de la prision esbozando una sonrisa.
Tynan espero. Antes de que hubiera transcurrido un minuto, se abrio la otra portezuela trasera.
– Aqui esta -dijo Jenkins asomando la cabeza.
Donald Radenbaugh se hallaba rigidamente de pie al lado del director de la prision. Tynan no podia verle el rostro. Solo podia ver que sus munecas estaban juntas.
– ?Va esposado? -pregunto.
– Si, senor.
– Quitele las esposas, haga el favor. No se trata de una reunion de ese tipo.
Tynan escucho rumor de llaves y vio como Jenkins abria las esposas y las retiraba. Observo despues como el preso se frotaba las munecas y oyo que el director le decia:
– Ahora ya puede acomodarse en el asiento de atras.
Donald Radenbaugh se agacho para subir al automovil. Su cabeza y su rostro resultaban ahora visibles. No habia cambiado demasiado en el transcurso de aquellos casi tres anos de reclusion. Estaba tal vez ligeramente mas delgado, en su triste y holgado atuendo gris de presidiario. Era calvo, poseia un cerco de cabello rubio alrededor de la cabeza y patillas, y sus ojos daban la impresion de ser mas pequenos como consecuencia de las bolsas que se observaban bajo ellos tras los cristales de las gafas de montura de acero. Poseia un cetrino y enjuto rostro, fina nariz puntiaguda, un pequeno y descuidado bigote rubio y un menton poco pronunciado. Estaba palido y como enfurrunado. Debia medir un metro setenta y cinco y pesar unos setenta kilos.
Habia subido al automovil y se habia hundido en el asiento lo mas lejos posible de Tynan:
Tynan no le ofrecio la mano.
– Hola, Don -dijo.
– Hola.
– Hace mucho tiempo.
– Supongo que si.
– ?Le apetece un cigarrillo? Harry, dele un cigarrillo y su encendedor.
Radenbaugh extendio la mano para coger el cigarrillo y el encendedor. Una vez se hubo encendido el cigarrillo, le devolvio a Adcock el encendedor. Dio un par de profundas chupadas al cigarrillo, expulso una nube de
