omitio buena parte de las actividades que alli habia desarrollado. Habia decidido, por lo menos de momento, no revelarle al presidente su visita al lago Tule, sus conversaciones con los asambleistas del estado Keefe, Yurkovich y Tobias y su reunion privada con el presidente del Tribunal Supremo Maynard. No podia hablarle de todos aquellos asuntos porque todavia no estaba seguro del papel desempenado por el presidente en los sospechosos acontecimientos de California. En su lugar, se habia referido al debate televisado con Tony Pierce. Despues habia hablado ampliamente de su discurso ante la Asociacion Norteamericana de Abogacia. Intento demostrar que su discurso habia constituido un triunfo, pero el presidente ya habia sido informado acerca del mismo y le expreso claramente su decepcion.

– No se empleo usted a fondo en favor de la Enmienda XXXV -le habia dicho el presidente-. Esperaba que hablara usted con mayor energia. No obstante, la situacion parece favorable. Hoy hemos recibido una buena noticia.

La buena noticia habia resultado ser la mas reciente encuesta realizada por Ronald Steedman entre los legisladores de California. Entre los miembros de la Asamblea del estado dispuestos a adoptar una postura, los que se mostraban favorables a la Enmienda XXXV constituian un sesenta y cinco por ciento, frente a un treinta y cinco por ciento de contrarios a la misma. En el Senado del estado los resultados habian sido mas apretados: un cincuenta y cinco por ciento a favor y un cuarenta y cinco por ciento en contra. Collins a duras penas habia podido disimular su zozobra.

Por entonces, Collins estaba ya obsesionado por el deseo de efectuar una visita a Lewisburg con el fin de contactar con la que posiblemente fuera su ultima fuente en relacion al secreto del Documento R. Habia abrigado la esperanza de poder desplazarse hasta alli al segundo o tercer dia de su regreso a Washington, pero ello habia sido imposible a causa de sus inevitables reuniones con el presidente y con sus propias divisiones Criminal y de Derechos Civiles.

Al final, a traves de sus subordinados de la Oficina de Prisiones, habia conseguido organizar la visita.

Sabiendo que no podria explicar ni justificar el verdadero proprosito de la visita, se habia inventado uno falso. Estaba trabajando con vistas a una revision de la Ley de Rehabilitacion de Reclusos, y para ello le era necesario efectuar una visita a la penitenciaria federal de Lewisburg, con la cual esperaba conseguir gran cantidad de datos.

Acompanado del director de la penitenciaria Bruce Jenkins, estaba ahora girando una rapida visita a la misma. Habia soportado la pesadez de los talleres de confeccion y planchas metalicas;habia visitado las aulas, el hospital y la biblioteca; habia tenido que participar en unas entrevistas estrechamente vigiladas con diversos reclusos en sus celdas.

Acababa de finalizar el recorrido de inspeccion y, para Collins, estaba a punto de iniciarse la parte mas significativa de su visita.

Habia declinado la invitacion a almorzar alegando tener una importante cita en Nueva York.

– ?En que otra cosa puedo servirle? -le pregunto el director Jenkins.

– Ha sido usted muy amable -le dijo Collins cortesmente-. He visto todo lo que me hacia falta. Sera mejor… -Vacilo ligeramente.- En realidad, hay una cosa mas. Tenemos entre manos un caso de evasion de impuestos en el que aparece constantemente el nombre de uno de sus reclusos. ?Podria hablar con el en privado durante cinco o diez minutos?

– No faltaba mas -repuso el director Jenkins-. Digame de quien se trata y mandare traerle para que pueda usted hablar a solas con el.

– Se llama Radenbaugh. Donald Radenbaugh. Me gustaria verle.

El director Jenkins no pudo ocultar su asombro.

– ?Pero es que no ha leido usted los periodicos de esta manana ni ha visto la television?

– Me temo que no.

Donald Radenbaugh ha muerto. Lo siento. Murio hace tres dias, de un ataque al corazon. No divulgamos la noticia hasta localizar a sus parientes mas proximos. La dimos a conocer anoche, y ha sido anunciada a primera hora de esta manana.

– Ha muerto -dijo Collins con voz profunda.

Se sentia enfermo. Se habia desvanecido su ultima esperanza de averiguar algo acerca del Documento R.

– Ha llegado usted con un retraso de tres dias -dijo Jenkins-. Mala suerte.

Hundido en la desesperanza, Collins estaba a punto de marcharse inmediatamente cuando de repente se le ocurrio una idea.

?Ha dicho usted que han tardado tres dias en divulgar la noticia porque tenian que localizar a sus parientes mas proximos?

– Si, asi es. Tenia una hija en Filadelfia. Resulto que esta se hallaba ausente de la ciudad. Al final, conseguimos encontrarla… no solo para notificarle su muerte sino tambien para que adoptara las necesarias disposiciones relativas al cadaver. Con su consentimiento, le enterramos en esta misma localidad a expensas del gobierno.

– ?Como recibio la noticia?

– Como es natural, se apeno muchisimo.

– ?Me esta usted diciendo que Radenbaugh se hallaba muy unido a su hija?

A excepcion del difunto ex secretario de Justicia Noah Baxter, que habia sido amigo suyo, Susie era la unica persona que mantenia con el un contacto regular.

– ?Conoce usted su direccion?

– Pues, en realidad, no…

– ?Como le notificaron la noticia?

– Tiene un apartado de correos en la oficina central de correos de Filadelfia. Le enviamos un telegrama y nos telefoneo inmediatamente despues de recibirlo.

– ?Me podria usted facilitar el numero de su apartado de correos, senor Jenkins?

– Claro que si. -El director de la penitenciaria se acerco a su escritorio, saco una serie de carpetas y abrio unas de ellas.- Es el apartado de correos 153, oficina de correos, edificio anexo William Penn, Filadelfia 19105.

– Gracias -dijo Collins-. ?Y dice usted que mantenia contacto regular con su padre?

– Si.

– Tal vez estuviera al corriente de sus asuntos. Es posible que pueda ayudarme.

– Tal vez. Pero lo dudo.

– Yo tambien -dijo Collins desalentado-. Ya veremos.

La operacion habia resultado increiblemente perfecta. Hasta entonces todo habia ido a pedir de boca.

Sentado en la balanceante cabina de la estilizada motora que estaba atravesando el canal artificial que separaba la punta sur de Miami Beach de la isla de Fisher, trato de analizar los acontecimientos de la semana anterior.

Hacia seis noches, en un bosque cercano a la penitenciaria federal de Lewisburg, se habia despedido del director del FBI Vernon T. Tynan tras acceder al estrambotico trato que le habia sido ofrecido al presidiario Donald Radenbaugh.

Hacia dos noches, agachado en la parte de atras del automovil del director Jenkins, habia abandonado la prision sumida en el sueno en calidad de Herbert Miller, ciudadano y hombre libre.

Desde su encuentro con Tynan, solo habia recibido un visitante cuyo nombre conociera, y este habia sido Harry Adcock, el colaborador de Tynan. Habia recibido tambien la visita de otras tres personas sin nombre. Radenbaugh recordo que le habian recluido en una celda aparte para aislarle de los demas presos. Habia recibido en solitario la visita de un anciano renqueante que le habia aplicado acido al objeto de modificarle - dolorosamente- las huellas dactilares. Despues le habia visitado un optico que le habia cambiado sus gafas de montura de acero por unas microlentillas de contacto. A continuacion, le habia visitado un barbero que le habia afeitado el bigote y las patillas, le habia tenido de negro intenso la orla de cabello rubio y le habia aplicado un peluquin negro. Y, finalmente, habia recibido la visitade Adcock, que le habia traido los documentos (una partida de nacimiento, una honrosa licencia del Ejercito de los Estados Unidos) y varios carnes (un permiso de conducir, una tarjeta de credito para el alquiler de automoviles, una tarjeta de la Seguridad Social), destinadas a sustituir a

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