antes. Para ello, le hacia falta un lugar en el que ocultarse y una persona en la que pudiera depositar su confianza. No habia nadie…
Pero de pronto recordo que habia alguien.
Echo a andar en busca de otro taxi, un taxi que le condujera al Aeropuerto Internacional de Miami.
A la manana siguiente, en su despacho del Departamento de Justicia de Washington, Chris Collins recibio ansiosamente la llamada del secretario de justicia adjunto.
– Y bien, Ed, ?que ha averiguado usted?
– Si, el apartado de correos 153 del anexo William Penn de la central de Correos lo sigue teniendo alquilado una tal senorita Susan Radenbaugh.
– ?Y su direccion? ?La sabian en Correos?
– Hemos tenido suerte. Es la calle Jessup Sur, 419. Oiga, Chris, ?para que es todo esto?
– Ya se lo comunicare cuando lo averigue. Gracias, Ed.
Collins colgo el aparato y anoto inmediatamente la direccion ensu agenda. Despues se quedo mirando la anotacion unos instantes. Bueno, penso, tal vez no hubiera perdido totalmente el tiempo en Lewisburg. Habia perdido la gran oportunidad porque Radenbaugh habia muerto tres dias antes. Pero aun quedaba un pequeno cabo que tal vez le condujera hasta el Documento R. Susparientes mas proximos. Susan Radenbaugh, la apenada hija. Habia estado muy unida a su padre. Habia permanecido en contacto con el. Si su padre sabia algo acerca del Documento R, cabiala posibilidad de que se lo hubiera comentado.
Una posibilidad muy lejana, pero era la unica posibilidad, pensoCollins.
Se levanto, cruzo el espacioso despacho y asomo la cabeza por la puerta que daba acceso al despacho de su secretaria.
– Marion, ?que tal esta mi programa de hoy?
– Muy apretado para ser sabado.
– ?Hay algo que podamos cancelar o aplazar?
– Me temo que no, senor Collins.
– ?Y manana?
– Pues, vamos a ver… Por la manana no tiene usted programadas muchas cosas.
– Muy bien. Cancele todas las citas que tenga. Tome el telefono inmediatamente y reserveme una plaza en el primer avion que salga hacia Filadelfia. Es importante. O al menos eso espero.
6
Era una pequena y anodina casa de madera que se levantaba detras de otra mas grande en la calle Jessup Sur de Filadelfia. Lo mas probable era que hubiera sido un alojamiento de invitados, pero ahora la habian alquilado y resultaba perfecta para una persona sola que quisiera gozar de intimidad.
Antes de salir de Washington, Chris Collins habia averiguado todo lo que habia podido acerca de Susan Radenbaugh. Poca cosa, en realidad: que era hija unica de Donald Radenbaugh, tenia veintiseis anos, habia estudiado en la Universidad de Pittsburgh y trabajaba de redactora en el
Al telefonear personalmente al periodico para concertar una cita con ella, le habian dicho que se encontraba indispuesta y se habia quedado en casa. Collins lo comprendia. Habia perdido a su padre. Necesitaria algun tiempo para recuperarse. Collins no se habia molestado siquiera en llamarla a su casa. Estaba seguro de que la encontraria alli.
Una vez en Filadelfia, le habia dicho al chofer del automovil alquilado que le condujera directamente a aquella direccion de la calle Jessup Sur. Habia abandonado el coche, con el chofer y su guardaespaldas, a media manzana de su lugar de destino y habia recorrido a pie el trecho restante.
Ahora, desde la acera, estaba contemplando el callejon que conducia a la casa de atras. Mientras se ponia en camino hacia la puerta, trato de pensar en la forma en que abordaria a Susan Radenbaugh. En realidad, no habia nada que planear. O bien su padre le habia dicho algo acerca del Documento R o bien no le habia dicho nada. Era la ultima esperanza que le quedaba. Despues de Susan, se encontraria en un callejon sin salida.
Llego a la puerta de la casa y llamo al timbre.
Espero. No hubo respuesta.
Volvio a llamar al timbre sin obtener respuesta, y estaba pensando que tal vez la muchacha hubiera salido a compar algo o bien a visitar a su medico cuando la puerta se abrio parcialmente. Una joven le miro a traves del resquicio. Era bonita, con una rubia melena que le llegaba hasta los hombros y un rostro sin maquillar, insolitamente palido y compuesto.
– ?La senorita Susan Radenbaugh? -pregunto el.
Ella asintio debilmente con expresion preocupada.
– He llamado a su periodico esta manana para concertar una cita con usted. Me han dicho que se encontraba indispuesta y se habia quedado en casa. He venido desde Washington para verla.
– ?Que desea? -pregunto ella.
– Quiero hablar con usted un momento acerca de su padre. Siento…
– En estos momentos no puedo ver a nadie -dijo ella bruscamente. Estaba muy agitada.
– Permitame explicarle…
– ?Quien es usted?
– Me llamo Christopher Collins. Soy el secretario de Justicia de los Estados Unidos. Yo…
– ?Christopher Collins? -pregunto la joven reconociendo su nombre-. ?Es usted…?
– Necesito hablar con usted. El coronel Noah Baxter era intimo amigo mio y…
– ?Conocia usted a Noah Baxter?
– Si. Por favor, permitame entrar. No la entretendre mas que unos minutos.
La muchacha vacilo un instante y luego abrio la puerta de par en par.
– De acuerdo. Pero solo unos minutos.
Collins paso a un pequeno salon amueblado con gusto y decorado con gran cantidad de vistosos cojines. A la izquierda habia una puerta que probablemente debia de dar acceso a un dormitorio, y un arco situado a la derecha permitia ver una pequena mesa de comedor y la puerta de la cocina.
– Puede sentarse -dijo ella.
Collins se acomodo en lo que tenia mas cerca, que resulto ser una otomana. La muchacha no se sento. Permanecio de pie frente a el alisandose nerviosamente el cabello.
– Lamento mucho la muerte de su padre -dijo el-. Si puedo ayudarle en algo…
– No se preocupe. ?De veras es usted el secretario de Justicia?
– Si.
– ?No le ha enviado el FBI?
Collins esbozo una sonrisa.
– Soy yo quien les envia a ellos, no ellos a mi. No, estoy aqui por propia decision. Se trata de un asunto de caracter personal.
– ?Ha dicho usted que era amigo del coronel Baxter?
– En efecto. Y creo que su padre tambien lo era.
– Eran intimos amigos.
– Pues precisamente por eso es por lo que estoy aqui -dijo Collins-. Porque su padre y el coronel Baxter eran amigos. La noche en que murio, el coronel Baxter dejo un mensaje para mi en lo que resultaron ser sus ultimas palabras. Se referia a un asunto que he estado tratando de aclarar desde entonces. Puesto que el coronel Baxter no pudo facilitarme informacion, se me ocurrio pensar que tal vez el coronel le hubiera comentado algo a su padre. Se que el coronel confiaba a menudo en su padre.
– Es cierto -dijo Susan Radenbaugh-. ?Como lo sabe?
– A traves de la senora Baxter, Hannah Baxter, quien me aconsejo que acudiera a visitar a su padre a Lewisburg. Pensaba que tal vez el supiera algo acerca de este asunto. Estuve en Lewisburg hace un par de dias y