«No», me dije a mi mismo un dia. «Es muy claro, todavia no he terminado con Frau Anders. Estoy esperandola.»

Extranamente irritable, Frau Anders regreso de acompanar a su marido en el viaje de negocios que por fin se convirtio en una vuelta al mundo y su segunda luna de miel. Nunca la habia conocido bajo este aspecto. «Que muerto esta el mundo», grito, «?que insipida es la gente! Yo tan alegre, tenia tantos deseos de vivir… Ahora apenas puedo levantar la cabeza de la almohada por las mananas.» Insisti para que viviera conmigo, para que abandonara a su marido y su dinero, su hija y su salon.

Ella asintio, quizas debido a la intensa compania de su marido, con quien habia compartido muy poco tiempo en los ultimos anos. Frau Anders queria una ultima entrevista con el para acusarlo de conducirla, con su negligencia, a varios adulterios, pero evite el melodrama. Al principio fue dificil disuadirla, pero me hice fuerte en mi proposito, ya que, si debiamos vivir juntos, era necesario que afirmase mi autoridad desde el principio. Eventualmente, y no sin sorpresa para mi -ella era por naturaleza una mujer imperiosa-, tambien accedio en este aspecto.

Espero a que su marido volviera a marcharse. Dijo a su hija que iba a visitar a un familiar en su pais natal. Nuestra salida de la ciudad fue clandestina. Nadie, excepto Jean-Jacques, supo que yo la acompanaba.

Cuando empezamos a viajar, observe que mi companera tenia una ilimitada capacidad de aburrimiento. Requeria entretenimiento permanente y visitaba las ciudades como si se tratara de servilletas de papel que una vez usadas se tiran al cesto. Su apetito por lo exotico era insaciable, ya que su unico proposito era devorar y seguir adelante. Hice cuanto estuvo a mi alcance para distraerla, y al mismo tiempo, trabajaba para remodelar su idea acerca de nuestras relaciones. Antes de su viaje, yo me habia sentido, como dije, extremadamente frustrado. Frau Anders no entendio nuestro vinculo, ni tampoco mis sentimientos. Yo sabia que nuestras relaciones eran mucho mas serias de lo que ella suponia -y lamente no ser capaz de complacerla, cuando no me hubiera costado nada, sino la verdad, un facil trofeo. Debio observar mi falta de interes romantico en ella, pero deseaba que advirtiera tambien cuan profunda, aunque impersonalmente, la apreciaba como encarnacion de mi apasionada relacion con mis suenos. A traves de las voluntarias escenificaciones de mis suenos, ella me ha atraido sexualmente como antes ninguna otra, y como, posiblemente, ninguna podra conseguirlo.

Despues de algunos meses de agitado y costoso viaje, Frau Anders estaba suficientemente serena y confidente como para descansar por un tiempo. Nos afincamos en una pequena isla, y pasaba los dias junto a las barcas, hablando con los pescadores y los buscadores de esponjas y nadando en el calido mar azul. Soy muy aficionado a los islenos, que poseen una dignidad que los habitantes de las ciudades han perdido, y un espiritu cosmopolita que los campesinos nunca podran alcanzar. Hacia el atardecer regresaba a la casa que habiamos alquilado, para tomar el sol que caia con mi pareja. Al anochecer nos sentabamos junto al muelle, en uno de los tres cafes de la isla, bebiendo ajenjo y conversando con los otros residentes extranjeros sobre el esplendor de los yates visitantes. A veces un policia, abrigado con su capa y luciendo gorra de visera, se paseaba ostentosamente y la conversacion de los extranjeros se detenia para admirar su vanidad. Mis sentidos se aguzaron sensiblemente en la isla con este flexible regimen de sol, agua, sexo y vacua conversacion. Mi paladar, por ejemplo: la cena empapada en aceite de oliva y ajo trinchado llego a tener un gusto y un olor exquisitamente variados. Y tambien mi oido. Cuando a las diez de la noche, la electricidad de la isla era cortada y se encendian las lamparas de queroseno, podia distinguir, a una distancia de muchas millas, los sonidos de diferentes campanas. Desde el pesado cascabel que llevaba el burro, hasta el estridente sonido del cencerro de la cabra. A medianoche, cuando el ultimo toque de campana del monasterio situado en la colina, a espaldas de la ciudad, se dejaba oir, nos retirabamos.

Lejos de la ingeniosa conversacion con sus huespedes de la ciudad, y descubriendo (resistidamente) mi propia necesidad de soledad, Frau Anders se aburria abiertamente. Sugeri que tratara de meditar, ahora que habia silencio. La idea parecio reanimar su espiritu. Pero, pocos dias despues, me confeso que sus esfuerzos no le proporcionaban ningun fruto y me pidio que la dejara escribir. De mala gana, accedi. Digo de mala gana, porque tenia poca confianza en la mente de Frau Anders y consideraba que sus mejores cualidades -su dulzura e insistencia -florecian unicamente porque habian escapado a su propio conocimiento. Temi que el esfuerzo de asumir la identidad de escritor pudiera privarla del escaso realismo del que disponia. «Poesia no», dije, firmemente. «Por supuesto que no», replico, ofendida por mi insinuacion. «Solo la filosofia despierta mi interes.» Se decidio a comunicar sus intimidades al mundo en forma de cartas a su hija, que, a nuestra partida, habia abandonado al anciano director de orquesta por el nada mas que maduro doctor.

«Querida Lucrecia», suspiraba en la terraza, mientras tomabamos banos de sol. Esta era la senal de que sus esfuerzos epistolares estaban a punto de reanudarse. Entraba en la casa y tomaba su perfumado papel de carta y su pluma con tinta roja y llenaba varias paginas con sus reflexiones. Al terminar, volvia afuera conmigo y me leia en voz alta la carta. Generalmente solia rechazar todos mis sinceros esfuerzos por mejorarla.

«Querida Lucrecia», recuerdo que empezaba una carta. «?Has considerado alguna vez que los hombres se sienten obligados a probar que son hombres, mientras las mujeres no tienen que afirmar su feminidad para ser consideradas como tales? ?Sabes a que se debe esto? Deja que con mi sabiduria de madre y de mujer te instruya. Ser mujer es ser lo que los seres humanos estan destinados a ser, plenos de amor y serenidad» -en este punto, ella acariciaba mi tupido cabello, consolandome-«mientras que ser hombre es intentar algo antinatural, algo que la naturaleza nunca ha intentado. La labor de ser hombre fuerza la maquina» -pido al lector que observe su confusion en cuanto a las metaforas naturales y mecanicas- «lo que comporta continuas averias. La violencia y la rudeza, todas las pretensiones pateticas con que el hombre persiste en su vano intento de probarse a si mismo, son conocidas y apreciadas como actos de hombria. Sin ellas no se es hombre. ?Por supuesto que no!»

Admito que si debo ser encomiado como hombre, preferiria serlo por Jean-Jacques, cuya arrogancia estaba al menos compensada por el habito de la ironia, que es la segunda naturaleza de todos los que juegan con su identidad sexual. Sin embargo, ?como podia estar irritado con Frau Anders? Su imprudencia era tan ingenua, su habilidad para hacerse querer tan divertida… y aunque hubiera estado irritado, habria pensado que no tenia derecho a juzgar a aquella mujer sin haber conocido a mi propia madre.

«Querida Lucrecia, el dinero entorpece el espiritu. Los falsos valores empiezan con la adoracion de las cosas. Lo mismo ocurre con la reputacion. ?Podemos pedir algo mas que indiferencia a nuestra sociedad, algo mas que libertad para obtener nuestros placeres?» Este era el tema de otra carta, que me gusto por el intento de emular mi indiferencia hacia las posesiones y la reputacion, sentimiento que durante esa epoca demostre a menudo a Frau Anders.

«No te asustes por tu cuerpo, querida Lucrecia, el cuerpo mas encantador del mundo. Procura apartar todas las mojigaterias y goza tus placeres como te aconseja tu sabia madre. ?Ojala todas las madres instruyesen asi a sus hijas! El mundo seria un jardin, en este caso, un paraiso. No dejes que la mano muerta de la realidad inhiba tus sensaciones. Toma y te sera dado. ?Aparta de tu alrededor a todos aquellos que se miden por el ahorro y el gasto! Atrevete a pedir mas.»

Mientras me leia estas lineas, recorde a la placida muchacha rubia que su madre imaginaba como una gran cortesana. Senti pena por Lucrecia, y enfado hacia su madre, por continuar jugando a distancia con sus desvelos, puramente teoricos. Anos despues tuve que corregir este rapido juicio, ya que supe que Lucrecia nunca habia sido una chica inocente, corrompida por una madre mundana. Quizas fue al reves, como Lucrecia me explico luego: fue la libertina adolescencia de la hija que incidio sobre la carrera de libre erotismo de la madre, mucho mas inocente y afectiva. Durante la epoca a la que me refiero, sin embargo, veia a Lucrecia solo a traves de los ojos de los turbios consejos de su madre, como antes la habia visto con los ojos del deseo del anciano director. La juzgaba como victima de ambos.

«Hay solo una comunicacion, querida Lucrecia, la del instinto. Durante dos mil anos, el instinto ha trabajado bajo los pretenciosos dictados del espiritu, pero observo que emerge una nueva desnudez, que nos liberara a todos de las cadenas de la legalidad y de los convencionalismos. Nuestros sentidos estan adormecidos por el peso abrumador de la civilizacion. Los pueblos negros conocen esta verdad; nuestra raza blanca esta acabada. El hombre con sus maquinas, su inteligencia, su ciencia, su tecnologia, dara paso a la intuicion de la mujer, al poder sensual y a la crueldad del hombre negro.»

Con esto basta, pues no debo cansar mas al lector. Y no quiero dar la impresion de que mis sentimientos hacia Frau Anders estaban totalmente consumidos por vivir en arida proximidad. En la intimidad del lecho, conoci sus teorias, y la encontre mas complaciente que nunca. Yo era un amante vigoroso (pese a mi piel blanca); no

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