obstante, ya lo he dicho, sus ardores me parecian demasiado faciles de satisfacer. Habia en la isla un joven pescador que seguia a mi companera como un perro perdido y le demostre muy claramente mi total ausencia de celos. Una vez que hubo empezado a dudar de su capacidad de atraccion sobre mi, doblo su solicitud y yo me vi sumergido en la paz de la carne, si no en la del espiritu.
Despues del primer invierno en la isla, le propuse continuar viaje a otra parte. Pronto nos encaminamos hacia el Sur, rumbo a las tierras exoticas que decia admirar. Durante el camino hicimos muchas compras de «objetos nativos», pero yo queria viajar, en la medida de lo posible, sin tener que preocuparme por el equipaje, y sugeri que lo enviaramos todo a mi hotel en la ciudad. Yo mismo lleve los paquetes, cuidadosamente preparados por Frau Anders, a la oficina de correos, y los envie a una direccion inexistente.
Un dia llegamos a una ciudad de arabes y, tras mi invitacion, nos dispusimos a instalarnos alli por un tiempo largo. Visitamos el barrio nativo con un muchacho de catorce anos que se habia acercado a nosotros en las proximidades del hotel. Aquel era el mes anual de abstinencia, establecido por su religion, durante el que los creyentes estan obligados a la continencia sexual y a ayunar entre sol y sol. El muchacho nos miraba inexpresivamente mientras bebiamos vasos de delicioso te con menta en el palacio de un sultan (abierto ahora a los turistas) y comiamos los alargados pastelillos de miel que vendian en el mercado. Frau Anders trato, sin exito, de hacer que el muchacho los comiera con nosotros. Para distraer su atencion de aquella impiedad, le sugeri que consiguiera del muchacho un placer prohibido, ya que el no lo aceptaba de nosotros. Le pregunto donde podiamos conseguir algunos de los narcoticos que hacian famosa a la ciudad. El muchacho parecio satisfecho por nuestro interes, ya que habiamos establecido un vinculo con el, y nos llevo hasta el equivalente arabe de una farmacia, donde compramos dos pipas de barro y cinco paquetes de un grueso polvo verde, que llevamos al hotel y probamos mas tarde. No apruebo los narcoticos -o por lo menos nunca he sentido su necesidad, ni he creido que mis sentidos estuviesen agotados- pero tenia curiosidad por saber que efectos producirian en mi pareja. De pronto se desperezo sobre la cama y empezo a sonreir. La invitacion sexual era inconfundible. Pero yo queria ver algo nuevo y, tomandola del brazo, le dije que debiamos marcharnos, que la ciudad seria esta noche su amante, que se nos apareceria dilatada, en un lento movimiento, mas sensual que cualquier otra ciudad que ella hubiera podido conocer. Me permitio que la levantase de la cama. Despues de ponerse su mejor vestido y de arreglar mi corbata, fue lentamente hacia el ascensor, apoyandose en mi para no caer.
En las calles sonaban disparos. Alquilamos un carruaje para que nos llevara a un desvencijado edificio de madera cercano al puerto, que albergaba un bar donde los marineros y los turistas menos respetables se reunian. El camarero, un alto y fornido arabe, me estrecho la mano cuando pague nuestra primera ronda. Los musicos tocaban javas, flamenco, polcas; nos sentamos a una mesa y observamos a los bailarines. Una hora despues el barman se acerco y nos presento a su mujer. La mujer, arabe y pelirroja, rodeo con su brazo el desnudo hombro de Frau Anders y susurro algo a su oido. Note la mirada, levemente embarazosa, con que mi companera miro a la mujer, seguida de otra, vaga y complacida, que dirigio hacia mi.
– Nos han invitado a tomar unas copas con ellos cuando hayan cerrado el bar, querido Hippolyte. En su apartamento, encima de aqui. ?No es encantador?
Conteste que lo era.
De modo que, una vez finalizado el ruido, y pagadas o anotadas las ultimas sumas escritas con tiza sobre el mostrador, nos retiramos a las oscuras habitaciones del piso superior. Nos ofrecieron mas bebida, que yo rechace. Fue muy facil. Todo lo que hice fue dar mi consentimiento en el momento crucial en que mi companera me hizo senas. El hombre y yo nos sentamos en la sala, y el me recito algunas poesias acompanandose con una guitarra. No pude prestar toda mi atencion a su recital, puesto que tenia el oido constantemente distraido con los sonidos que crei provenian de la habitacion contigua. Despues de todo, yo era algo celoso.
A la manana siguiente -o mejor dicho, al mediodia- Frau Anders atribuia a su aventura una satisfaccion que me parecio algo menos que sincera. Como siempre, en los momentos en que aspiraba a una emocion que no experimentaba por completo, pensaba en su hija. «Querida Lucrecia», empezo a escribir en la estrecha mesa del hotel. «El amor rebasa todas las fronteras. Te he animado frecuentemente a descubrir esto por ti misma, pues el amor entre dos personas de edades muy diferentes no es una barrera para las mutuas satisfacciones. Deja que anada a este consejo, querida mia, que el amor no conoce tampoco barreras de sexo. ?Que mas bello que el amor entre dos hombres varoniles, o el amor de una refinada mujer de nuestros climas nordicos hacia una esbelta muchacha del mundo pagano? Todos tienen mucho que ensenarse reciprocamente. No te asustes ante estas experiencias cuando las encuentres
Queme esta carta al dia siguiente, mientras Frau Anders hacia las compras. Escribi a Jean-Jacques una carta llena de aburridas disquisiciones sobre el caracter de mi companera. Pero lo pense mejor y la rompi. Carta por carta. Me arrepenti de mis aires de censor a los que todavia estaba sujeto, a pesar de mis buenas intenciones. Una vez mas trate de pensar que podia haber de beneficioso en la naturaleza de Frau Anders, tanto para ella como para mi.
Que ella hacia progresos, era indudable. Hasta llego a parecerme mas atractiva. Para una mujer de cuarenta anos (nunca quiso decirme su edad exacta) resultaba, en todas las ocasiones, de muy agradable presencia. Ahora florecia bajo el sol meridional y del corazon de sus fantasias narcoticas surgio la despreocupacion por su vestido, permitiendome verla sin cosmeticos. No por esto la desee mas, pues cualquier complicidad con un capricho mio me fatigaba. Pero, a medida que mi pasion se diluia, senti una atraccion mucho mayor hacia ella.
Pense dar una ultima oportunidad a mi pasion, haciendo a Frau Anders complice de mis suenos. Escucho en un perezoso silencio y, cuando le hube contado varios de mis secretos, me arrepenti de lo que habia hecho.
– Mi querido Hippolyte -exclamo-, son adorables. Tu eres un poeta del sexo. ?Lo sabias? Todos tus suenos son misticamente sexuales.
– Yo creo -dije tetricamente- que todos son suenos vergonzosos.
– Pero tu no tienes de que avergonzarte, querido.
– Algunas veces me averguenzo de tener estos suenos -replique-. Por otro lado, no hay nada en mi vida de lo que pueda avergonzarme.
– ?Ves, querido? -dijo ella apasionadamente.
– Pruebame que puedo estar orgulloso de mis suenos.
– ?Como?
– Te dire algo -fue mi serena respuesta-. ?Que pensarias si te dijera que cada vez que te abrazo no me preocupa tu placer, ni el mio, sino tan solo los suenos?
– La fantasia es perfectamente normal -dijo, tratando de aliviar su herida.
– ?Y si te dijera que mi participacion en la fantasia no es ya suficiente, que necesito tu cooperacion consciente en mis suenos para seguir amandote?
Ella accedio a hacer lo que le pedia -?acaso esperaba yo otra cosa?- y le mostre como interpretar sucesivamente las escenas de mis suenos. Ella represento al hombre del banador, a la mujer de la segunda habitacion, a si misma como la anfitriona de mi «fiesta original», al bailarin de ballet, al cura, a la estatua de la Virgen, al rey muerto -todos los papeles de mis suenos. Nuestra vida amorosa se convirtio en un ensayo de suenos, en lugar de ser un generador de suenos. Pero a pesar de mis cuidadosas instrucciones, y de su deseo de complacerme, algo no andaba bien. Era este gran deseo de complacerme, creo. Yo necesitaba un contrincante mas que un complice y Frau Anders no me correspondia siempre con la conviccion que requerian los suenos. Este teatro de dormitorio no me llego a satisfacer porque, mientras mi amante me prestaba su cuerpo para jugar sobre el los variados papeles de mi fantasia, ella habia dejado de saber como apoyarme.
Pero, ?puede realmente una persona participar en los suenos de otra? Seguramente este fue un proyecto infantil y delirante, y no puedo culpar a Frau Anders de su fracaso. Reflexionando sobre estos hechos, pienso que, de algun modo, mi preocupacion por ella habia aumentado. Es cierto que sufria por esto -sabiendose amada no como mujer sino como persona- y sin embargo no se defendio haciendome sentir ridiculo. Habia llegado a amarme mucho. Y el hecho de que no me mostrara afectado por el ridiculo no disminuye la gratitud que le debo por trascender su almacen de cliches para aceptarme, o tal vez comprenderme. Afortunadamente, no soy la clase de hombre que teme el ridiculo, y aun menos lejos de mis misteriosos suenos; pero conozco suficientemente el mundo como para poderlo reconocer.
Desde que ella consintio en considerar seriamente mis suenos, pense que seria justo agradecerselo con mi amabilidad. Pero debo confesar que no pude igualar su ingenua seriedad.
Mis propios esfuerzos para convertir sus fantasias en actos llegaban a hacerme reir. No puedo excusar la morbida ligereza que entonces me poseia. Debe comprenderse que yo no intentaba en modo alguno ser cruel,
