una victima anciana blanca y judia y un joven asesino negro. Intuyo que sera un caso que alcanzara notoriedad rapidamente, si a esto le suma que es ano de elecciones para su jefe, y que hay una docena de periodistas y camaras que van a maldecirles si tienen que pasarse aqui toda la condenada noche y luego no consiguen que la noticia se encarame directamente a los titulares de la prensa y los telediarios. ?Me entiende?

– ?Usted cree que…?

– Creo que tiene usted un caso racial con resultado de muerte, un coctel que no sienta demasiado bien en este condado, senorita Martinez.

Este era el procedimiento habitual de la policia del condado de Dade: invocar los disturbios raciales de los anos ochenta e, instantaneamente, conseguir la atencion de la gente. Se produjo un silencio en la linea telefonica antes de que la mujer, bastante mas despierta, repusiese:

– Lo he entendido, detective. Estare ahi enseguida y agitaremos la bandera juntos.

– Suena divertido.

Colgo con una sonrisa burlona en los labios. Ocasionalmente, despertar a los jovenes fiscales ambiciosos era uno de los incentivos de los detectives de Homicidios. Imagino que al menos tardaria una media hora en llegar y ponerse ante la prensa. Mientras esperaba, supervisaria al equipo que estaba trabajando en el callejon trasero de The Sunshine Arms. «Tal vez hayan encontrado algo», penso. El joyero. Tenia que estar cerca. El sospechoso probablemente lo habia lanzado en algun contenedor de basura, despues de cubrirlo convenientemente de huellas digitales y de la inconfundible pista del panico.

Los pocos amigos de Esperanza Martinez la llamaban por el apodo de Espy. Se vistio rapidamente en la penumbra de su habitacion. Saco unos vaqueros pero los descarto a favor de un vestido moderno, algo mas holgado, cuando considero que tal vez tendria que enfrentarse a las camaras. Aunque vivia sola en su apartamento, tuvo cuidado de no hacer ruido: la otra mitad del duplex estaba ocupado por sus padres, y su madre era en extremo sensible a los movimientos de su hija; probablemente, a pesar de los tabiques y el material aislante que les separaba, estaria escuchando despierta en su cama.

Comprobo un par de veces su aspecto en un pequeno espejo que colgaba junto a un crucifijo junto a la puerta delantera. Se aseguro de llevar consigo su placa de la oficina del fiscal y una pequena pistola automatica del calibre 25 y salio al encuentro del pegajoso aire de la noche. Cuando ponia en marcha el motor de su modesto y anodino coche compacto, alzo la vista y vio luz en el interior de la casa de sus padres. Arranco y maniobro rapidamente para adentrarse en la calle.

En las noches estivales de Miami parece como si el calor diurno dejase un resplandor residual, como la vaharada que se alza de un incendio recien extinguido. Las inmensas torres de oficinas y rascacielos que dominan el centro de la ciudad permanecen iluminados, dispersando la oscuridad como si fuese un cumulo de gotitas de negro. Pero a pesar de todo su caracter tropical, la ciudad tiene un pulso inquietante, como si al bajar por las autopistas brillantemente iluminadas que cruzan el condado, se descendiese a un sotano, o tal vez a una cripta.

Espy Martinez tenia miedo a la noche.

Condujo rapidamente por las tranquilas calles de las afueras hasta Bird Road, luego subio por la autopista Dixi en direccion a Miami Beach. Habia poco trafico, pero cuando circulaba por la carretera 95, de cuatro carriles, un Porsche rojo con las ventanillas tintadas la adelanto a unos 180 kilometros por hora. La velocidad del deportivo parecio dejarla clavada en el sitio, como si una repentina rafaga de aire la hubiese zarandeado por detras.

– ?Joder! -protesto, y una oleada de miedo le hizo afluir adrenalina a la boca por un desagradable instante, mientras observaba el coche desaparecer rapidamente, destellando bajo las farolas amarillentas del arcen.

Un rapido vistazo al retrovisor le mostro el coche patrulla que se le acercaba velozmente por detras. Venia sin luces de emergencia ni sirena, intentando atrapar a su presa antes de que esta reparase en su presencia. Desde luego eso iba contra el procedimiento establecido, y penso que el patrullero mentiria si se lo preguntaban en un tribunal. Sin embargo, tambien era la unica forma de que hubiera alguna posibilidad de atrapar al potente Porsche, asi que mentalmente le exonero mientras la adelantaba rugiendo.

– Buena suerte. La vas a necesitar -musito.

Esperaba que el conductor del Porsche fuese algun doctor o abogado de mediana edad o un promotor inmobiliario que intentaba impresionar a su ligue, cuya edad seria la mitad de la suya, y no un jodido traficante de drogas de veintiun anos, con el cerebro frito por los narcoticos y el machismo, que llevara un arma en el asiento del pasajero.

Penso que la noche era peligrosa. La furia se ocultaba con demasiada frecuencia despues de anochecer, acechando, oscurecida por el calor y el intenso aire negro. Se aparto el pelo del rostro nerviosamente y siguio conduciendo.

A una manzana de distancia diviso las luces destellantes y los vehiculos de la television, y aparco en el primer sitio libre que vio. Camino presurosa por la acera. Se agacho para traspasar la cinta amarilla antes de ser vista por una docena de periodistas y camaras que pululaban por alli, esperando pescar alguna declaracion.

Un agente iba a hacerle un gesto, pero ella le enseno su placa.

– Busco al detective Robinson -dijo.

El agente repaso la placa.

– Disculpe, senorita Martinez, la he confundido con una de esas reporteras de la television. Robinson esta dentro.

Se lo indico con un gesto y ella atraveso el patio sin reparar en el querubin. Al entrar, se detuvo como si de pronto se hubiese quedado sin aliento.

Este era solamente el tercer asesinato en que se habia requerido su presencia en el lugar de los hechos. Las otras dos habian sido muertes de narcotraficantes anonimos; jovenes hispanos sin identificacion, probablemente inmigrantes ilegales de Colombia o Nicaragua. Ambos tenian una sola herida de bala en la nuca, provocada por una pistola pequena. Asesinatos pulcros y limpios, casi delicados. Sus cuerpos habian sido abandonados en unos descampados: alhajas valiosas, carteras con dinero, ropas caras, todo intacto. En muchos lugares las similitudes habrian despertado el interes de la prensa y el publico, preguntandose si aquello era obra de un asesino en serie.

Pero no en Miami. Los fiscales del condado de Dade designan a estos homicidios como crimenes basura. Entre los fiscales y la policia se barajaba la macabra teoria de que cuanto mas cerca del centro de la ciudad se encontrase un cuerpo, menos importante era la victima. Los narcotraficantes importantes acababan descomponiendose bajo el cenagoso estercolero de los Everglades, o ahogados, encadenados a un bloque de hormigon bajo las aguas de la corriente del Golfo. Asi pues, aquellos dos hombres a los que Espy Martinez apenas habia echado un vistazo eran don nadies. Sus muertes probablemente habian sido el resultado de una desafortunada lucha de ambicion en la que cruzaron alguna linea mortal invisible. El asesinato como forma de organizar los asuntos propios. Incluso sus verdugos no se habian molestado con la engorrosa tarea de disponer llevar los cadaveres donde no fuesen descubiertos. No se esperaba que hubiese arrestos ni juicios. Tan solo un par de cifras que cuadrar en las estadisticas de la muerte.

Espy ni siquiera habia tenido que acercarse a los cuerpos. Se habia requerido su presencia solo porque los detectives se empenaban en que el fiscal del condado comprendiese que era inevitable que el fracaso acompanase a la investigacion de aquellos crimenes.

Sin embargo, sabia que este caso era distinto.

La victima era una persona real, con un nombre, una historia y relaciones personales. No alguien que simplemente pasa sin pena ni gloria por la vida.

Se adentro en el apartamento, controlando sus miedos. Un tecnico la aparto al pasar junto a ella llevando un punado de raspaduras y otras muestras. Espy Martinez se hizo a un lado. Otro policia le echo un vistazo inquisitivo y ella rebusco su placa en el bolso. Cuando alzo la vista vio que el agente senalaba con el dedo hacia el dormitorio. Respirando hondo, cruzo el apartamento intentando no ver nada y verlo todo al mismo tiempo. Se entretuvo un segundo en el umbral del dormitorio. Varios hombres a los pies de la cama le bloqueaban la vision. Uno se movio ligeramente y ella vio un pie de Sophie Millstein, con las unas pintadas de un rojo intenso. Se mordio el labio al verlo y respiro hondo otra vez. Temiendo los roncos sonidos que pudiese emitir, dijo:

– ?Detective Robinson?

Un enjuto joven negro se volvio y asintio con la cabeza.

– ?La senorita Martinez?

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