– Muy bien, nos abstendremos de mencionar lo de la cadena de oro con su inicial y la huella que el tecnico ha recogido del cuello, al menos hasta que podamos cotejarla con la de alguien.

Robinson vio a un par de detectives y varios agentes que regresaban por la esquina de The Sunshine Arms desde la parte trasera.

Uno de los detectives se acerco a la pareja.

– ?Eh, Walter, hemos dado con la cajita! -dijo.

Robinson se lo presento a Espy Martinez y luego dijo:

– ?En el fondo del callejon?

– Eso es. En un cubo de la basura. Hemos tomado fotos y el tipo del laboratorio lo ha metido en una bolsa. Me parece que tendremos suerte, creo haber visto un poco de sangre en una esquina.

– ?De que se trata? -pregunto Espy Martinez.

– Un joyero de laton. Tampoco lo mencionaremos a la prensa, ?de acuerdo? -dijo Robinson.

– Bien. De todos modos preferiria que hablase usted con ellos.

Robinson afirmo con la cabeza.

– Esta bien -sonrio de nuevo e hizo una broma-: Eh, no es peor que ir al dentista.

El detective le dio un ligero toque en el codo y luego los dos se adentraron en el repentino resplandor de los focos de las camaras.

5 Cazadores y cazados

Simon Winter estaba sentado junto al telefono, marcando con un dedo los digitos de aquella dificil llamada. Aunque la luz del sol de mediodia era esplendida, tenia la sensacion de estar a punto de entrar en una habitacion a oscuras sin saber donde esta el interruptor. No habia dormido mucho, solo un par de horas con intermitencias y pesadillas. El cansancio se mofaba de el, entorpeciendo sus movimientos. Miro otra vez por la ventana, a traves del patio, donde una ligera brisa hacia vibrar la cinta amarilla de policia. Aquella tira de plastico, junto con un letrero rojo («Escena de un crimen – No pasar») pegado a la puerta de Sophie Millstein, eran la unica indicacion externa de lo que habia ocurrido la pasada noche.

No sabia si estaba iniciando o finalizando algo, pero se consideraba obligado a hacer aquella llamada. Se sentia aturdido, casi mareado, pero intento concentrarse cuando oyo la senal en el otro extremo.

Le respondio un distante «?Si?»

– ?Es usted el rabino Chaim Rubinstein? -pregunto Winter.

– El mismo. Fui rabino pero ahora estoy retirado. ?Y usted es…?

– Me llamo Simon Winter. Soy… -intento pensar exactamente quien era- soy un amigo de Sophie Millstein.

– Siento informarle que Sophie ha muerto. -La voz del rabino sono singularmente fria-. Fue asesinada anoche por un atracador. Un hombre que entro en su casa en busca de dinero para drogas. Eso es lo que pone el periodico.

– Lo se. Soy su vecino.

– Entonces usted debe de saber mas que yo. Y que los periodicos. ?Que quiere?

– La senora Millstein vino a verme apenas unas horas antes de su muerte. Estaba asustada y tenia la intencion de contarle a usted algo. A usted y a dos amigos, el senor Silver y la senora Kroner. ?No hablo con usted ayer noche?

– No, no hable con ella. ?Contarnos algo? ?Sabe que era? -La voz del rabino se elevo ligeramente, impulsada por una subita inquietud.

– Que habia visto… -Se corrigio-: Que creia haber visto a un hombre al que llamo…

El rabino le interrumpio:

– Der Schattenmann.

– Si, exacto.

Hubo un silencio en la linea.

– ?Rabino? -pregunto Winter.

Winter percibio una tensa vacilacion antes de que el rabino pronunciase una frase lapidaria:

– Acabara matandonos a todos.

El rabino Chaim Rubinstein vivia en un modesto piso de un edificio enclavado en la acera equivocada de Ocean Drive, puesto que sus vistas al mar quedaban casi completamente bloqueadas por dos edificios mas grandes e imponentes. Winter vio que incluso desde los mejores apartamentos solo se podia vislumbrar una fina linea azul palido. Por otra parte, no habia nada que distinguiese al viejo edificio de las docenas iguales que se alzaban por doquier en Miami Beach, extendiendose por Fort Lauderdale y Delray hasta Palm Beach, excepto su nombre: The Royal Palm. Por supuesto, no habia nada de realeza en el edificio, ni ninguna alta palmera, excepto una pequenita que, plantada en una maceta, se inclinaba en el vestibulo.

Winter subio en el ascensor hasta el sexto piso y salio a un pasillo. Una musica irritantemente insulsa sonaba por los minusculos altavoces de un hilo musical instalado en el techo. El pasillo mostraba una uniformidad deprimente: alfombra beis, empapelado floreado en las paredes, una serie interminable de puertas blancas que se distinguian solo por los numeros de laton dorado que tenian en el centro.

Llamo a la puerta del 602 y espero. Escucho como quitaban los cerrojos y la puerta se abrio unos centimetros, asegurada con una cadena.

– ?Senor Winter?

– ?Rabino?

– ?Puede mostrarme alguna identificacion que incluya una foto suya?

Simon asintio y le enseno su permiso de conducir.

– Gracias -dijo el rabino tras examinarlo. Cerro la puerta y quito la cadena. Luego la abrio.

– Pase. Gracias por venir.

Se estrecharon la mano. Rubinstein era un hombre bajo y delgado, pero de ojos vivaces. Lucia una enmaranada melena gris que le caia por encima de las orejas, y unas gafas de montura negra ajustadas en la punta de su nariz. Observo a Winter un momento y luego lo condujo al salon.

La anciana pareja estaba sentada en un sofa blanco, detras de una mesilla de cristal, esperandole. Se levantaron cuando entro.

– Le presento al senor Irving Silver y la senora Frieda Kroner -dijo el rabino.

Winter se adelanto y les estrecho la mano. La senora Kroner, de complexion robusta, vestia pantalones blancos y un jersey voluminoso que la hacia parecer que doblase en tamano al rabino. Se sento enseguida otra vez y le sirvio una taza de cafe. Silver era un hombre bajo y rechoncho, casi calvo, y empezo a tamborilear nerviosamente los dedos sobre la rodilla cuando volvio a sentarse en el sofa. Winter miro alrededor disimuladamente. Vio unas estanterias llenas de libros y rapidamente leyo algunos titulos. Habia algunos en hebreo, muchos versaban sobre diversos aspectos del Holocausto, y tambien habia algunas novelas de misterio. El rabino le miro con el rabillo del ojo y dijo:

– Ya ve, paso la mayor parte del tiempo estudiando y aprendiendo, senor Winter. Intento comprender aquellos acontecimientos de los que forme una minuscula parte. Es a lo que dedico mi retiro. Pero a veces tambien me gusta leer algo de Stephen King. Sus obras no son tan terribles. Todos los monstruos sobrenaturales y las cosas malvadas que escribe no existen en la realidad, ?sabe? No son reales y, aun asi, hace que lo parezcan y por ello son mas interesantes. A todos nos gusta un buen susto de vez en cuando, ?no es asi? Es entretenido.

– Supongo -repuso Winter.

– Algunas noches es mas facil leer novelas de terror salidas de la imaginacion y la fantasia de un hombre, que estudiar los horrores ocurridos en la realidad -dijo senalando la hilera de libros acerca del Holocausto.

El viejo detective asintio.

– O que aun suceden -anadio el rabino, y le indico que se sentase en una silla.

La senora Kroner le alargo la taza de cafe solo. No le pregunto si le apetecia azucar o crema. Irving Silver se removia en su asiento y se inclinaba hacia delante. Su mano temblaba ligeramente cuando deposito

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