Simon alzo una mano.

– ?Pero por que? ?Y por que mataria o queria matar a Sophie y al senor Stein? Aun no lo han explicado. -Tan pronto hubo formulado la pregunta, se dio cuenta de que habia entrado en un terreno regido por la historia y los recuerdos, oscuro por los bordes, negro como boca de lobo en su nucleo.

– Porque… -empezo el rabino tras un momento de silencio- porque somos las unicas personas que podemos levantarnos y senalarle con el dedo.

– Llevarlo ante la justicia -aclaro Frieda.

– ?Si es que esta aqui! ?Pero no puedo creerlo! ?No lo creo en absoluto! -Irving se palmeo la rodilla, rabioso. Los otros le miraron severamente.

– Pero en el supuesto caso de que asi sea, ?usted le reconoceria? -le pregunto Simon.

Irving Silver se tomo su tiempo para responder. El ex detective vio que se agitaba, pasando apuros para responder.

– Pues si -afirmo por fin-. Yo tambien vi su rostro durante unos segundos. Nos quito el dinero a mi hermano y a mi.

– Fue mi padre -dijo el rabino en voz baja-. Fue mi padre quien lo reconocio cuando ibamos en un tranvia. Mi padre me obligo a apartar la cara pero yo tambien le vi. Yo era tan joven…

Frieda Kroner movio la cabeza apesadumbrada.

– Yo era muy joven tambien, como el rabino y Sophie. Eramos poco mas que unos ninos. Nos atrapo en el parque. Era primavera y la ciudad estaba llena de escombros y muerte, pero aun asi era primavera y mucha gente habia salido a la calle, para disfrutar de un dia hermoso. Tambien mi madre y yo salimos, porque era importante comportarnos como los demas. Antes de la guerra, al buen tiempo lo llamaban «el tiempo del Fuhrer», ?como si el mismo Hitler pudiese gobernar los cielos!

Un nuevo silencio se adueno de la habitacion.

– Es dificil hablar de estas cosas -dijo el rabino.

Simon asintio.

– Ya -dijo-. Pero necesito saber mas si he de ayudarles.

– Es razonable.

– Hay algo que no entiendo.

– ?Que es, senor Winter?

– Por que quiere matarles. Por que no se esconde simplemente. No seria dificil. No correria ningun riesgo. ?Por que no se contenta con desaparecer?

– Yo respondere a esto -dijo Frieda. Simon la miro-. Porque es un amante de la muerte, senor Winter.

Los otros dos asintieron con la cabeza.

– Mire, senor Winter, lo que le diferencia de los demas, el motivo de que nos tuviera aterrorizados a todos, era que sabiamos que el lo hacia no porque creyese que si colaboraba conservaria la vida, ni para proteger a su familia (otra excusa que se oia por entonces), sino porque disfrutaba haciendolo. -Se estremecio-. Y porque haciendolo era mejor que cualquier otro.

– Iranische Strasse -murmuro el rabino Rubinstein. Esta vez su voz no se elevo, sino que permanecio grave y aspera-. La Oficina de Investigacion Judia. Alli era donde la Gestapo vigilaba a los cazadores, que a su vez nos vigilaban a nosotros.

– Se quitaban sus estrellas y luego salian a cazarnos -recordo Irving.

– Vera, en Berlin el propio Himmler prometio en un programa de radio que convertiria la capital del Reich en una ciudad Judenfrei, libre de judios -anadio el rabino-. Pero no lo fue. Nunca lo fue. ?Cuando llegaron los rusos habia aun unos mil quinientos de nosotros escondidos en los escombros! ?Mil quinientos de ciento cincuenta mil! Pero estabamos alli cuando los tanques sovieticos entraron atronadores y los nazis fueron barridos a plomo y fuego. ?Berlin nunca fue Judenfrei! ?Nunca! ?Aunque solo hubiese habido uno de nosotros, no habria sido una ciudad Judenfrei!

Simon asintio.

– Pero este hombre…

Frieda hablo rapidamente.

– Der Schattenmann cubria su rastro mejor que cualquier otro cazador. Se decia que si le veias, despues morias. Si escuchabas su voz, despues morias. Si le tocabas, despues morias… -dudo un instante y anadio-: en los sotanos de la prision Plotzensee. Era un lugar terrible, senor Winter, un lugar donde la muerte mas horrible era la norma, y donde los nazis crearon incluso formas peores de morir. Potros de tortura, ganchos para la carne, guillotinas y garrotes, senor Winter.

– Se decia que los suyos serian los ultimos ojos vivos que verias. Su aliento en tu mejilla seria tu ultimo recuerdo -explico Irving con voz atona.

– ?Y como lo sabian?

– Una palabra por aqui, una conversacion por alla -dijo Frieda-. Se rumoreaba. La gente hablaba. Un tendero a un cliente. Un inquilino a un casero. Una palabra suelta oida en un parque o un tranvia. Y luego las madres advertian a sus hijas, como hizo la mia. Los padres a sus hijos. Asi es como supimos de Der Schattenmann. -Respiro hondo, como si aquellas palabras le doliesen fisicamente.

– Pero ustedes y el senor Stein… Y Sophie. Todos ustedes sobrevivieron…

– Mera suerte -dijo el rabino-. ?Accidente? ?Error? Los nazis eran sumamente eficientes, senor Winter. Ahora, algunas veces, revisando la Historia, nos parecen superhombres. ?Pero muchos eran burocratas, oficinistas y chupatintas! Y asi, en lugar de ir a parar a los sotanos, algunos de nosotros fuimos metidos en trenes con destino a los campos.

Irving Silver estallo en un sollozo. Tenia los ojos enrojecidos y se tapo la boca con la mano, como si quisiera evitar pronunciar lo que iba a decir. De nuevo respiraba con dificultad.

– Mi hermano… -farfullo, tras un puno cerrado tapandose los labios- fue a parar al sotano.

Los otros permanecieron en silencio.

– Oh, pobre Martin… Mi pobre hermano Martin. -Tras un instante, paseo su mirada por los demas-. Lo siento -se disculpo-. Es muy duro recordarlo, pero tenemos que recordar. -Inspiro profundamente-. Todo radica en conservar la memoria -prosiguio-. Nosotros recordamos, y tambien Der Schattenmann. El debia de creer que nos habia matado a todos, y ahora querra terminar su trabajo. Por entonces eramos casi unos ninos, senor Winter, y tal vez eso nos salvo de el. Mi hermano mayor era una amenaza, asi que…

– Y mi padre -murmuro el rabino.

– Y mi madre -anadio Frieda Kroner.

– Tenga por seguro, senor Winter, que no es tan sorprendente -observo Rubinstein-, como bien dice Frieda. Si nosotros no conocemos la paz porque aun esta vivo en nuestras memorias, ?por que en su caso habria de ser distinto?

Irving alargo la mano y estrecho la de Frieda. Ella asintio con la cabeza.

Simon se sintio como si de pronto le hubiera atrapado una fuerte corriente que le arrastrase hacia mar abierto, lejos de la costa. Penso: «Todos los detectives trabajan con la memoria, puesto que un crimen se parece a otro. Incluso cuando se trata del crimen mas excepcional, hay rasgos comunes con alguno anterior: un movil como la avaricia; un arma como un cuchillo; pruebas: huellas digitales, rastros de sangre, fibras o muestras de pelo, lo que sea. Y todos esos cabos sueltos conducen al punto comun de los crimenes en general.» Pero lo que acababan de contarle era una clase de crimen que desafiaba cualquier clasificacion.

Hizo una pausa antes de decir:

– Creo que necesitare saber mas cosas de ese hombre. ?Quien era? Seguramente alguien sabia su nombre, de donde procedia, algo sobre su familia…

Se produjo otro silencio antes de que Frieda respondiese:

– Nadie estaba seguro de ello. Era diferente de los demas.

– Era diferente -anadio el rabino Rubinstein despacio-, porque era como un cuchillo en la oscuridad. A los otros la gente los conocia, ?entiende? Si el cazador te conocia, entonces lo mas probable es que tu conocieses al cazador. Tal vez de la sinagoga o del edificio de apartamentos, o de la consulta del doctor o del patio de la

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