4. DEJA YA DE REPRIMIRTE TANTO
Dave Boyle acabo yendo al McGills aquella noche. Se sento con Stanley
Observo los rostros de la gente de las gradas: casi todos tenian una expresion de animosidad y de gran cansancio y parecia que los hinchas se tomaban la derrota de modo mas personal que los mismos jugadores. Tal vez lo hicieran. Dave se imagino que para muchos seria el unico partido al que irian aquel ano. Habian llevado a los ninos, a la mujer y habian salido de su casa de California a ultima hora de la tarde con neveras portatiles para la fiesta ele despues del partido; ademas, cada una de las cinco entradas les habia costado treinta dolares, y eso para acabar sentandose en los asientos mas baratos, colocarles a sus hijos gorras de veinticinco dolares, comer hamburguesas de rata de seis dolares, perritos calientes de cuatro dolares y medio, Pepsi aguada y barras pegajosas de helado que se les derretian por las munecas. Dave sabia que habian ido alli para sentirse euforicos y exultantes, para que el excepcional espectaculo de la victoria les hiciera olvidar sus vidas por un momento. Ese era el motivo por el cual los anfiteatros y los estadios de beisbol se asemejaban a las catedrales: por el zumbido de las luces, por las oraciones que se decian en voz baja y por los cuarenta mil corazones que latian al unisono con la misma esperanza colectiva.
Gana por mi. Gana por mis hijos. Gana por mi matrimonio, gana para que pueda llevarme esa victoria al coche y pueda disfrutar de ese triunfo con la familia mientras regresamos a nuestras vidas llenas de fracasos.
Gana por mi. Gana. Gana. Gana.
Sin embargo, cuando el equipo perdio, toda aquella esperanza colectiva se rompio en mil pedazos y toda la apariencia de unidad que se habia sentido con el resto de feligreses desaparecio con ella. Tu equipo te habia fallado y solo sirvio para recordarte que, en general, cada vez que intentabas algo, perdias. Cuando uno albergaba esperanzas, la esperanza moria. Y te quedabas alli sentado entre los restos de envoltorio de celofan, de palomitas de maiz, de vasos blandos y empapados amontonados entre los despojos entumecidos de tu propia vida; ademas, tenias que recorrer un pasillo largo y oscuro para llegar a un aparcamiento igualmente largo y oscuro, entre una gran multitud de extranos borrachos y airados, una esposa silenciosa que te hacia recordar tu ultimo fracaso y tres ninos maniaticos. Lo unico que uno podia hacer era meterse en el coche y volver a casa, al mismo lugar del que aquella catedral habia prometido transportarte.
Dave Boyle, que habia sido una estrella pasajera de los equipos de beisbol durante los gloriosos anos (78 a 82) en el Centro de Formacion Profesional Don Bosco, sabia que habia muy pocas cosas en el mundo que pudieran ser mas temperamentales que un hincha. Sabia lo que era necesitarles, odiarles, arrodillarse ante ellos y suplicarles que te ovacionaran una vez mas; asimismo sabia hasta que punto deseaban destruirte cuando les habias roto su corazon colectivo y enfadado.
– ?Crees que es normal que esas chicas se comporten asi? -le pregunto Stanley
Dave alzo la mirada y vio que de repente dos chicas se subian a la barra y empezaban a bailar; lo hacian mientras otra chica cantaba una version desafinada de
Pero la otra…
Dave la conocia desde que era una nina pequena: Katie Marcus, la hija de Jimmy y de la difunta Marita, aunque entonces era la hijastra de Annabeth, la prima de su mujer; ahora se la veia adulta y su cuerpo, que rezumaba firmeza y frescura, desafiaba las leyes de la gravedad, Mientras contemplaba como bailaba y se balanceaba, como se contoneaba y se reia, con el pelo rubio cayendole sobre la cara y la espalda como si fuera un velo cada vez que echaba la cabeza hacia atras, dejando al descubierto un cuello palido y arqueado, Dave sentia una esperanza oscura y que le consumia todo el cuerpo como si fuera un fuego abrasador. No es que se sintiera asi de repente, sino que era ella la que lo provocaba. El cuerpo de Katie se lo transmitia al suyo; de subito, ella, con la cara sudada, lo reconocio y sus miradas se cruzaron; entonces ella le sonrio y a modo de saludo le hizo un gesto con el dedo menique, que le atraveso limpiamente los huesos del pecho y le abraso el corazon,
Echo un vistazo a los tipos del bar y vio que tenian una expresion de asombro mientras contemplaban bailar a las dos chicas, como si fueran apariciones divinas. Dave veia en sus rostros la misma ansia que habia visto en los hinchas de los Angels durante las primeras entradas del partido, un anhelo triste mezclado con la patetica aceptacion de que regresarian a casa sin ver cumplidos sus deseos; resignados a acariciarse la polla en el cuarto de bano a las tres de la madrugada, mientras la mujer y los ninos roncaban en el piso de arriba.
Dave contemplo como Katie resplandecia sobre la barra y recordo a Maura Keaveny, desnuda bajo el, con las gotas de sudor cubriendole las cejas, con los ojos relajados y adormilados a causa de la bebida y del deseo. Deseo por el. Dave Boyle. La estrella del beisbol. El orgullo de las marismas durante tres cortos anos. Ya nadie se referia a el como el nino que habia sido secuestrado cuando tenia once anos. No, era un heroe local. Maura estaba en su cama y la suerte estaba de su lado.
Dave Boyle. Por aquel entonces, aun desconocia lo poco que suelen durar las rachas de buena suerte, la rapidez con la que pueden desaparecer y dejarte con nada, a excepcion de un monotono presente que nunca depara ninguna sorpresa, sin motivos para la esperanza, solo dias que se convierten en otros dias y que son tan poco emocionantes que aunque pasara un ano, la pagina del calendario de la cocina seguiria siendo la del mes de marzo.
Uno se decia a si mismo que ya no iba a sonar mas. Que ya no estaba dispuesto a seguir sufriendo. Pero entonces, los equipos jugaban las finales o veias una pelicula, o relucientes carteles publicitarios color naranja que hacian propaganda de Aruba, o una chica que se parecia mucho a una mujer con la que habia salido en el instituto, una mujer que habia amado y perdido, y que habia bailado encima de ti con ojos relucientes, y uno se decia: «?Que cono, sonemos una vez mas!».
Cuando Rosemary Savage Samarco estaba en su lecho de muerte (el quinto de diez), le dijo a su hija, Celeste Boyle: «Te juro por Dios que lo unico que me ha producido placer en esta vida ha sido tocarle las pelotas a tu padre siempre que he podido».
Celeste le habia dedicado una sonrisa distante y habia intentado alejarse, pero su madre le habia asido la muneca con una garra artritica, y la habia apretado con fuerza.
Haz el favor de escucharme, Celeste. Me estoy muriendo y te estoy hablando muy en serio. Eso es lo que conseguiras, si tienes mucha suerte en esta vida, pues en primer lugar, no hay mucho. Manana ya estare muerta y quiero asegurarme de que lo hayas entendido: Solo se consigue una cosa. ?Me oyes? Solo hay una cosa en este mundo que te de placer. El mio fue tocarle las pelotas al cabronazo de tu padre siempre que se me presentaba la oportunidad -le brillaban los ojos y tenia los labios salpicados de gotas de saliva-, y creeme, despues de cierto tiempo, le encantaba.
Celeste le seco la frente a su madre con una toalla. Le sonrio y le dijo; «Mama», con un tono de voz dulce y arrullador. Le quito la saliva de los labios y le acaricio la palma de la mano, sin dejar de pensar: «Tengo que salir de aqui, de esta casa, de este barrio, de este lugar desequilibrado en el que la gente tiene el cerebro totalmente podrido, por ser demasiado pobre, estar demasiado cabreada y por haber sido demasiado incapaz de cambiar las cosas durante un periodo de tiempo tan jodidamente largo».