– ?Quien esta triste, mi madre o Katie?
– Las dos. Mira, Jimmy, tengo que colgar. Tengo nauseas y estoy cansada.
– De acuerdo, nena.
– Te quiero.
– Yo tambien te quiero.
– Jimmy, nunca hemos tenido cortinas de color naranja, ?verdad?
– No, nunca.
– ?Que extrano! -exclamo; luego colgo el telefono.
Fue la ultima palabra que le dijo,
Si, era muy extrano. El lunar que habia tenido en el brazo desde que estaba en la cuna observando un movil de carton, de repente se habia vuelto mas oscuro; veinticuatro semanas mas tarde, despues de casi dos anos de no compartir la cama con su marido y de no poder pasar la pierna por encima de la suya, la habian metido en una caja y la habian enterrado bajo tierra, mientras el marido lo observaba de pie a unos cuarenta metros de distancia, escoltado por dos policias armados, con grilletes en las munecas y en los tobillos.
Jimmy salio de la carcel dos meses despues del funeral; se fue a casa, paso un buen rato en la cocina sin cambiarse la ropa que llevaba dentro y sonrio a la extrana que tenia por hija. Tal vez el fuera capaz de recordar los primeros cuatro anos de vida de su hija, pero ella no. Ella solo recordaba los dos ultimos, tal vez algunos fragmentos dispersos del hombre que habia vivido en aquella casa, antes de que permitieran verle los sabados y solo desde el otro lado de una mesa vieja en un lugar humedo y maloliente, construido sobre un cementerio encantado de los indios, donde el viento soplaba con fuerza, las paredes goteaban y los techos eran demasiado bajos. De pie en la cocina, mirando como ella le observaba, Jimmy tuvo la sensacion de no haberse sentido nunca tan inutil. Jamas habia estado la mitad de solo o asustado que en el momento en que, arrodillandose junto a Katie, le cogio ambas manos con las suyas y se los imagino a los dos como si flotaran por encima de la habitacion. Y el hombre que flotaba sobre ellos le dijo: «Estos dos me dan mucha pena. Extranos en una cocina de mierda, intentando formarse una idea el uno del otro, haciendo un esfuerzo por no odiarse, pues elIa habia muerto y los habia dejado colgados a los dos, incapaces de saber que demonios iban a hacer a continuacion».
Aquella hija, esa criatura, que vivia, respiraba y que, en muchos aspectos ya estaba casi formada, dependia de el, tanto si les gustaba como si no.
– Nos sonrie desde el cielo -dijo Jimmy a Katie-. Esta orgullosa de nosotros. Muy orgullosa.
– ?Tienes que regresar a ese sitio? -le pregunto Katie.
– No. Nunca jamas.
– ?Piensas irte a algun otro lugar?
En aquel momento, Jimmy habria cumplido con gusto seis anos mas de condena en cualquier agujero de mierda como Deer Island, o incluso en otro sitio peor, para no enfrentarse las veinticuatro horas del dia con aquella nina (medio hija medio extrana), con el temor ante un futuro incierto, ni con la certeza de que su juventud, sin duda, habia acabado.
– ?De ninguna de las maneras!-, Pienso quedarme contigo.
– Tengo hambre.
Y le llego a lo mas profundo de su ser: «Dios mio, tendre que alimentar a esta nina cada vez que tenga hambre. Durante el resto de nuestras vidas. ?Santo cielo!».
– Bien, de acuerdo -respondio, y sintio que la sonrisa le temblaba en el rostro-. Comeremos algo.
Jimmy llego a Cottage Market, la tienda de la que era dueno, a las seis y media de la manana. Se hizo cargo de la caja registradora y de la maquina de loteria, mientras Pete llenaba las estanterias con los donuts que habia traido Yser Gaswami del Dunkin' Donuts de la calle Kilmer, y con los pasteles, los
– ?Te ha dicho Sal a que hora vendra?
– No puede venir hasta las nueve y media -respondio Pete-. Se le han jodido los bajos del coche y lo ha llevado al taller. Asi pues, tendra que coger dos trenes y un autobus, y me dijo que ni siquiera estaba vestido.
– ?Mierda!
Alrededor de las siete y cuarto, tuvieron que atender a una multitud de gente que salia del turno de noche: policias, casi todos del Distrito 9, algunas enfermeras del Saint Regina y unas cuantas prostitutas que trabajaban en los
Durante un receso de cinco minutos, antes de que la multitud que iba a la primera misa del dia empezara a hacer cola delante de la puerta, Jimmy llamo a Drew Pigeon y le pregunto si habia visto a Katie.
– Si, creo que esta aqui- contesto Drew.
– ?De verdad?
Jimmy noto cierta esperanza en su propia voz y solo entonces se dio cuenta de que estaba mas preocupado de lo que habia querido admitir.
– Creo que si -dijo Drew-. Deja que vaya a mirarlo.
– Te lo agradezco, Drew.
Oyo el ruido de los pesados pies de Drew que se alejaban por un pasillo recubierto de madera mientras canjeaba dos boletos de la Loto a la senora Harmon, y tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le saltasen las lagrimas por la violenta agresion de aquel perfume de anciana. Oyo como Drew se encaminaba de nuevo hacia el telefono y sintio una ligera emocion en el pecho; mientras tanto, le daba los quince pavos de cambio a la senora Harmon y le decia adios con la mano.
– ?Jimmy?
– Dime, Drew.
– Lo siento. La que se ha quedado a dormir es Diane Cestra. Esta durmiendo en el suelo del dormitorio de Eve, pero Katie no esta.
El aleteo que Jimmy habia sentido en el pecho se detuvo en seco, como si se lo hubieran arrancado con unas pinzas.
– No pasa nada.
– Eve me ha dicho que Katie las dejo delante de casa alrededor de la una y que no les dijo a donde iba.
– De acuerdo, hombre. -Jimmy intento poner un tono de voz alegre-. Ya la encontrare.
– ?Sale con alguien?
– Con las chicas de diecinueve anos, Drew, es imposible llevar la cuenta.
– Eso si que es verdad -asintio Drew con un bostezo-. Todas las llamadas que Eve recibe son de tipos diferentes. Te juro, Jimmy, que deberia colgar una lista junto al telefono para tenerlos controlados.
Jimmy hizo un esfuerzo por reirse y dijo:
– Bien, gracias una vez mas, Drew.
– Estoy a tu disposicion, Jimmy. Cuidate.
Jimmy y colgo y se quedo mirando las teclas de la caja registradora como si fueran a decirle algo. No era la primera vez que Katie pasaba toda noche fuera. Ni tampoco era la decima, joder. Ni tampoco era la primera vez que faltaba al trabajo, pero en ambos casos, solia llamar. Aun asi, si habia conocido a un tipo con pinta de estrella de cine y con un encanto extraordinario… Jimmy recordaba demasiado bien como se sentia el mismo a los diecinueve anos y lo comprendia. Y aunque nunca permitiria que Katie pensara que estaba dispuesto a tolerarlo, en el fondo de su corazon no podia ser tan hipocrita que lo condenase.
Sono la campana que colgaba de una cinta clavada en el extremo superior de la puerta; Jimmy alzo los ojos y vio al primer grupo de mujeres con pelo azul de peluqueria que salian de rezar el rosario irrumpir en la tienda, protestando del mal tiempo, de la diccion del cura y de la basura que habia en la calle.