contemplaban todo desde lomas pavimentadas y onduladas.
Celeste ni siquiera recordaba como habia llegado hasta alli. Habia entregado el vestido a uno de los hijos de Bruce Reed; este vestia de negro de pies a cabeza, pero tenia las mejillas tan bien afeitadas y unos ojos tan joviales que mas bien parecia que estuviera a punto de irse al baile de final de curso. Se habia marchado de la funeraria y lo siguiente que recordaba es que se habia detenido en la parte trasera de la planta siderurgica Isaak, que llevaba mucho tiempo cerrada. Habia atravesado las naves vacias de unos edificios de dimensiones gigantescas y se habia estacionado en un extremo del aparcamiento; habia rozado los barrotes putrefactos con el parachoques del coche y habia seguido con la mirada el lento fluir del canal, a medida que este avanzaba hacia las esclusas del puerto.
Desde que oyera hablar a los dos policias del coche de Dave, de su coche, del mismo coche en el que estaba sentada en ese momento, se habia sentido ebria. Pero no ebria de un modo divertido: suelta, relajada y con un suave zumbido. No, se sentia como si hubiera estado bebiendo vino barato toda la noche, para luego ir a casa y caer redonda; como si despues se hubiera despertado, todavia con la cabeza espesa y la lengua seca, agotada por el veneno, torpe, dura de mollera e incapaz de concentrarse.
«Estas asustada», le habia dicho el policia, y le habia acertado en pleno corazon, de modo que lo unico que habia sido capaz de hacer era negarlo con rotundidad. «No, no lo estoy. Si, si que lo estas. No, no lo estoy. Si que lo estas. Se que lo estas. No, no, no.»
Estaba asustada. En realidad, estaba aterrorizada. Tenia tanto miedo que se sentia desfallecer.
Se decia a si misma que hablaria con el. Despues de todo, seguia siendo Dave: un buen padre, un hombre que nunca le habia levantado la mano o mostrado predisposicion alguna a la violencia en todos los anos que hacia que le conocia. Nunca habia llegado a dar una patada a la puerta ni a golpear una pared. Estaba convencida de que aun podria hablar con el.
Le diria: «Dave, ?de quien era la sangre que lave de tu ropa? ?Que sucedio en realidad el sabado por la noche?».
«Puedes contarmelo. Soy tu mujer. Puedes explicarmelo todo.» Eso es lo que haria. Hablaria con el. No tenia ningun motivo para tenerle miedo. Era Dave. Se amaban y todo se arreglaria de un modo u otro. Estaba segura.
Con todo, seguia alli, en el extremo mas alejado del canal, al amparo de una planta siderurgica abandonada que hacia poco habia sido comprada por un inversor, con la supuesta intencion de convertirlo en un aparcamiento si seguian adelante con los planes de construir un estadio al otro lado del rio. Se quedo mirando el parque en el que Katie Marcus habia sido asesinada. Esperaba que alguien le dijera como ponerse en marcha otra vez.
Jimmy se sento con el hijo de Bruce Reed, Ambrose, en la oficina de su padre, para repasar los detalles, y deseo poder hablar con Bruce en persona en vez de con aquel chico que parecia recien salido de la universidad. Era mas facil imaginarselo jugando al Frisbee que levantando un feretro, y Jimmy era incapaz de imaginarse sus manos lisas y suaves en la sala de embalsamamiento, tocando a los muertos.
Habia dicho a Ambrose la fecha de nacimiento y el numero de la Seguridad Social de Katie, y el chico lo habia apuntado con un boligrafo de oro en un formulario que tenia encima de una carpeta; despues, con una voz aterciopelada que era una version mas juvenil de la de su padre, le habia dicho:
– Bien, bien. Veamos, senor Marcus, ? desea una ceremonia catolica? ?Con velatorio y misa?
– Si.
– Entonces, creo que el velatorio deberia ser el miercoles.
Jimmy asintio con la cabeza y anadio:
– Ya hemos reservado la iglesia para las nueve de la manana del Jueves.
– Las nueve de la manana -repitio el chico, a medida que lo anotaba-o ?A que hora quiere que se celebre el velatorio?
– Queremos dos -contesto Jimmy-. Uno de tres a cinco, y otro de siete a nueve.
– De siete a nueve -iba apuntando el chico-o Bien, veo que ha traido las fotografias.
Jimmy contemplo la pila de fotografias enmarcadas que tenia en el regazo: Katie en la fiesta de su graduacion, Katie y sus hermanas en la playa. Katie y el en la inauguracion de la tienda cuando Katie tenia ocho anos, Katie con Eve y Diane; Katie, Annabeth, Jimmy, Nadine y Sara en el parque tematico Six Flags. Katie el dia que cumplio dieciseis anos.
Coloco la pila de fotografias en una silla que habia junto a el; sintio un ligero resquemor en la garganta que desaparecio tan pronto como trago saliva.
– ?Se ha encargado de las flores? -pregunto Ambrose Reed.
– Esta misma tarde he hecho un pedido en la floristerIa Knopfler's -respondio.
– ? Y la esquela?
Jimmy, mirando al chico a los ojos por primera vez, exclamo: -?La esquela!
– Si -contesto el chico mientras miraba la carpeta-. Con lo que quiere que aparezca en el periodico. Podemos ocuparnos nosotros mismos si nos informa un poco de lo que quiere que ponga. Si prefieren donativos en vez de flores, cosas de ese estilo.
Jimmy aparto la mirada de los reconfortantes ojos del chico y se quedo mirando al suelo. Debajo de ellos, en algun lugar del sotano de aquel blanco edificio victoriano, Katie yacia en la sala de embalsamamiento. Estaria desnuda mientras que Bruce Reed, y el chico aquel y sus dos hermanos se disponian a trabajar; a lavarla, retocarla y mantenerla en buen estado. Sus manos serenas y bien cuidadas le recorrerian el cuerpo. Le levantarian algunas partes. Le cogerian la barbilla con el dedo pulgar y el indice y se la girarian. Le pasarian peines por el pelo.
Pensaba en su hija, desnuda y desprotegida, con la carne palida, a la espera de que aquellos extranos la tocaran por ultima vez; sin lugar a dudas, con cuidado, pero un cuidado insensible, aseptico. Despues, una vez en el feretro, le pondrian cojines de raso tras la cabeza, y la llevarian sobre ruedas hasta la sala del velatorio, con un rostro helado de muneca y su vestido favorito de color azul. La gente la miraria de cerca, rezaria por ella, hablaria de ella y lamentaria su perdida; y luego, finalmente, seria enterrada. La meterian en un agujero que habria sido cavado por hombres que tampoco la conocian, y Jirnmy oiria el ruido sordo y distante de la tierra al caer, como si el mismo estuviera dentro del ataud con ella.
Yaceria en la oscuridad dos metros bajo tierra, hasta que se convirtiera en hierba y en aire que ella nunca podria ver ni sentir ni oler ni tocar. Permaneceria alli miles de anos, incapaz de oir las pisadas de la gente que iba a visitar su lapida, incapaz de oir ningun sonido procedente del mundo que habia abandonado a causa de esos metros de tierra que les separaban.
«Voy a matarle, Katie. Hare todo lo posible por encontrarle antes que la policia y le matare. Le metere en un agujero mucho peor del que te van a meter a ti. No dejare nada para embalsamar, nada para lamentar. Voy a hacerle desaparecer como si nunca hubiera existido, como si su nombre y todo lo que fue, o lo que piensa que es en este preciso momento, fuera tan solo un sueno que cruzo la mente de alguien por un instante y fue olvidado antes de que se despertara.
»Encontrare al hombre que te ha puesto en esa mesa de ahi abajo, y le borrare de la faz de la tierra. Y la gente que le ama, si es que hay alguien, sufrira mucho mas que nosotros, Katie, porque nunca sabran a ciencia cierta lo que le ha sucedido.
»Y no te preocupes por si sere capaz de hacerlo, nena. Papa puede hacerlo. Nunca lo supiste, pero papa ya ha matado antes. Papa siempre ha hecho lo que tenia que hacer, y puede volver a hacerlo.»
Se volvio de nuevo hacia el hijo de Bruce, que aun era demasiado nuevo en el oficio para que las largas pausas le pusieran nervioso. -Me gustaria que pusiera: «Marcus, Katherine Juanita, amada hija de James y Marita, difunta, hijastra de Annabeth, hermana de Sara y Nadine…».
Sean se sento en el porche trasero con Annabeth Marcus, mientras esta tomaba sorbitos de un vaso de vino blanco y fumaba cigarrillos que apagaba a la mitad, con la cara iluminada por una bombilla pelada que habia encima de ellos. Era un rostro con fuerza: seguramente nunca habia sido bonita, pero era sorprendente. Sean supuso que estaba acostumbrada a que la observaran, pero con toda probabilidad no le debia de importar que la gente se tomara la molestia de hacerlo. A Sean le recordaba a la madre de Jimmy, aunque sin su aire de resignacion y de derrota, y le recordaba a su propia madre por aquella serenidad tan completa y natural; en ese sentido, de hecho, tambien le recordaba a Jimmy. Le parecia evidente que Annabeth Marcus debia de ser una mujer divertida, aunque nunca frivola.
– Bien -dijo a Sean mientras este le encendia un cigarrillo-, ?que piensa hacer cuando haya acabado de