cama. La habia llenado hasta los topes con pantalones cortos, camisas hawaianas, una cazadora y dos pantalones vaqueros, pero no habia guardado ningun sueter ni pantalones de lana. Habia puesto lo que contaba con llevar en Las Vegas; no habia empaquetado ropa de abrigo porque Katie y el habian decidido no volver a comprar mas prendas termicas ni a tener el limpiaparabrisas cubierto de hielo. Al abrir la maleta, pues, lo que recibio fue una alegre coleccion de colores pastel y motivos florales, una explosion de verano.
Eso era lo que habian planeado ser: gente bronceada y libre, sin el peso de las botas, de los abrigos o de las expectativas de los demas. Habrian tomado refrescos con nombres tontos en vasos de daiquiri, habrian pasado las tardes en la piscina del hotel, oliendo a locion solar y a cloro. Habrian hecho el amor en una habitacion refrescada por el aire acondicionado, aunque calida por los rayos de sol que habrian entrado por las rendijas de las persianas; al llegar el frio de la noche, se habrian puesto sus mejores ropas y habrian paseado por la avenida principal. Imaginaba a los dos haciendo todo aquello, como si lo contemplara desde la distancia, como si observara desde lo alto de un edificio a los dos amantes pasear entre las luces de neon, y esas mismas luces borraran el alquitran negro y lo revistieran de tenues tonos rojizos, amarillentos y azulados. Alli estaban ellos, Brendan y Katie, paseaban tranquilamente por la parte central del amplio bulevar, diminutos entre los edificios y el parloteo de los casinos que salia por las puertas.
«? A cual quieres ir esta noche, carino?» «Elige tu.»
«No, elige tu.»
«Venga, elige tu.»
«De acuerdo. ? Que te parece este?»
«Bien.»
«Pues vayamos a ese.» «Te quiero, Brendan.»
«Yo tambien te quiero, Katie.»
Y habrian subido por las escaleras enmoquetadas entre blancas columnas para adentrarse en el clamor del palacio estridente y humeante. Habrian hecho todo aquello como marido y mujer, empezando juntos una nueva vida (todavia unos ninos, en realidad), y East Buckingham les habria parecido a miles de kilometros de distancia, y aun mas lejos a cada paso que daban.
Asi es como habria sido.
Brendan se sento en el suelo. Necesitaba sentarse un momento.
Solo uno o dos segundos. Se sento y junto las suelas de sus zapatos, asiendose los tobillos como si fuera un nino pequeno. Se balanceo un rato, dejando caer la barbilla sobre el pecho, con los ojos cerrados y por un instante, sintio que el dolor disminuia. Sintio cierta calma en la oscuridad y en el balanceo.
Luego, sin embargo, se le paso, y el horror de saber que Katie habia desaparecido de la tierra, su ausencia tan total, volvio a recorrerle las venas del cuerpo y se sintio morir.
Habia una pistola en la casa. Era de su padre, y su madre la habia guardado detras de la tablilla desmontable del techo de la antecocina, en el mismo sitio donde siempre la tenia su padre. Si uno se sentaba en la encimera de la antecocina y metia la mano por debajo de la moldura curva de madera, acababa por tocar las tres tablillas y notaba el peso de la pistola. Lo unico que tenia que hacer era empujar, meter la mano y coger la pistola con los dedos. Habia estado alli desde que Brendan tenia uso de razon; uno de sus primeros recuerdos se remontaba a una noche en la que tropezo al salir del cuarto de bano y vio que su padre sacaba la mano de debajo de la moldura. Brendan, a los trece anos, habia llegado incluso a sacar la pistola para ensenarla a su amigo Jerry Diventa. Jerry la habia observado con los ojos muy abiertos y habia exclamado: «?Vuelve a ponerla en su sitio!». Estaba cubierta de polvo y era bastante probable que nunca hubiera sido utilizada, pero Brendan sabia que solo era cuestion de limpiarla.
Podria sacar la pistola esa misma noche y encaminarse al Cafe Society, donde Roman Fallow solia pasar muchas horas, o al garaje Atlantic, que era propiedad de Bobby Q'Donnell y el lugar en que, segun Katie, este dirigia la mayor parte de sus negocios desde la oficina trasera. Podria ir a uno de esos dos sitios, o mejor aun a ambos, apuntarles a la cara con la pistola de su padre y apretar el maldito gatillo, una y otra vez hasta que la recamara estuviera vacia, para que ni Roman ni Bobby pudieran matar a ninguna otra mujer.
Podria hacerlo, ?o no? Es lo que hacian en las peliculas. Si a Bruce Willis le hubieran asesinado a la novia, seguro que no estaria sentado en el suelo, asiendose los tobillos, y balanceandose como si fuera un deficiente mental. Seguro que estaria preparando la venganza, ?no?
Brendan se imagino el rostro carnoso de Bobby, suplicando: «?No, por favor, Brendan! ?No, por favor!».
Y Brendan le diria alguna frase fantastica, del tipo: «?Mirame bien, cabron, y pudrete en el infierno!».
En ese momento empezo a llorar, sin dejar de balancearse ni de asirse los tobillos, porque sabia que el no era Bruce Willis, y porque Bobby O'Donnell era una persona de carne y hueso, y no el personaje de una pelicula; ademas, la pistola necesitaba un repaso, un repaso importante, y ni tan solo sabia si tenia balas, porque ni siquiera estaba seguro de saber abrirla, y cuando la tuviera en la mano, lo mas probable es que empezara a temblar. Estaba convencido de que las manos le temblarian del mismo modo que le temblaban cuando era un nino y sabia que no habia escapatoria, o que estaba a punto de meterse en una pelea. La vida no era ninguna pelicula, sino que era una vida de mierda. No pasaba lo mismo que en la pantalla, en que el bueno ganaba a las dos horas, y todo el mundo sabia que lo haria. Brendan no se conocia muy bien en ese sentido; tenia diecinueve anos y nunca se habia encontrado con una situacion similar. Pero no estaba seguro de poder ir al negocio de un tipo (eso si las puertas no estaban cerradas con llave y no habia un monton de tipos vigilando la puerta) y dispararle a la cara. No estaba seguro.
No obstante, la echaba de menos. La echaba tanto de menos… y el dolor que le provocaba no verla, y saber que no la volveria a ver nunca mas, hacia que los dientes le dolieran de tal modo que penso que tenia que hacer algo, aunque solo fuera para dejar de sentirse de esa manera un segundo de su desgraciada nueva vida.
«De acuerdo -decidio-. Manana limpiare la pistola. La limpiare y me asegurare de que tiene balas. Solo hare eso: limpiare la pistola.»
Entonces Ray entro en el dormitorio, con los patines aun puestos y, usando su nuevo palo de hockey como un baston, se balanceo sobre la cama con pies inseguros. Brendan se puso en pie de un salto y se seco las lagrimas de las mejillas.
Ray, con la mirada puesta en su hermano, se quito los patines y le dijo con gestos: -?Estas bien?
– No -respondio Brendan.
– ?Puedo hacer algo por ti? -gesticulo Ray.
– No, no puedes hacer nada por mi -contesto Brendan-. Pero no te preocupes por ello.
– Mama dice que estaras mucho mejor aqui.
– ? Que! -exclamo Brendan.
Ray se lo repitio.
– ?De verdad? -inquirio Brendan-. ?Y por que lo dice?
Ray, moviendo las manos con rapidez, contesto:
– Si te hubieras marchado, mama se habria derrumbado.
– No, lo habria superado.
– Tal vez.
Brendan se volvio hacia su hermano, que estaba sentado sobre la cama y mirandole a los ojos.
– Ahora no me hagas cabrear, Ray. ?De acuerdo? -se le acerco, sin dejar de pensar en la pistola-. Yo la amaba.
Ray le devolvio la mirada, con un rostro tan vacio como una mascara de goma.
– ?Te puedes imaginar lo que se siente, Ray? Ray nego con la cabeza.
– Es como si supieras todas las respuestas del examen en el momento de sentarte a la mesa, como si supieras que todo ira bien el resto de tu vida. Triunfaras, todo saldra bien. Sabes que seguiras adelante, te sientes liberado porque has ganado. -Se dio la vuelta-. Es asi como te sientes.
Ray golpeo el pilar de la cama para hacer que se volviera, y anadio: -Volveras a sentirte asi.
Brendan se arrodillo y, empujando el rostro de Ray con el suyo propio, exclamo:
– No, no es verdad. ?Lo entiendes, joder? Nunca jamas sentire lo mismo.
Ray coloco los pies sobre la cama y se echo hacia atras; Brendan se sintio avergonzado, aunque enfadado, porque asi era como te hacia sentir la gente muda: te hacian sentir estupidos por hablar. Todo lo que Ray decia, le salia de forma sucinta, tal y como queria. No sabia lo que era titubear en busca de una palabra o tartamudear, al intentar hablar mas rapido que el cerebro.